lunes, 29 de diciembre de 2008

Acción de gracias de fin de año




Bien dice el refrán que “es de bien nacido el ser agradecido”. Si esto vale entre los seres humanos, ¡cuánto más en nuestras relaciones con Dios! De Sus bondadosas Manos salimos; Él no sacó de la nada, nos llamó del no ser al ser y nos mantiene en la existencia por Su presencia en nosotros (sin la cual nos aniquilaríamos); por Su providencia nos sostiene; nos redimió por el sacrificio de Su Hijo, el Verbo encarnado, y nos elevó a la vida sobrenatural de la gracia, en la cual entramos y nos mantenemos por los sacramentos; ha tolerado nuestras infidelidades y recaídas hasta el día de hoy sin precipitarnos al abismo de la condenación eterna; nos ha dado por intercesora a la Santísima Virgen; nos ha puesto bajo la custodia de sus santos ángeles y accede a que los santos y bienaventurados intercedan por nosotros; nos ha colmado de bienes y si permite que a veces nos vengan males es en vista de un bien superior y para nuestro aprovechamiento; es un Padre amoroso y clemente y está siempre dispuesto a perdonar si con sincero corazón se lo pedimos. Cada uno de nosotros tiene, además, muchas razones personales para dar gracias al buen Dios.

El final del año civil es un tiempo de rememoración y recapitulación en nuestras sociedades. En cada país se hace balance de lo acontecido a lo largo de los doce meses precedentes. Es un sano ejercicio que debiéramos transportar al plano espiritual. Si el mundo se detiene a reflexionar sobre su andadura anual, ¿no nos pararemos nosotros los cristianos a meditar en todo lo que de Dios hemos recibido? Tenemos muchos motivos para estarle agradecidos en este 2008: como personas, como familias, como parroquia, como diócesis y como Iglesia. Un año más el pontificado del Santo Padre Benedicto XVI ha ilustrado la vida de los católicos, con la sabiduría humilde y bondadosa del magisterio y del ejemplo de este gran pontífice, a quien Dios guarde muchos años. La misa gregoriana sigue reconquistando los altares, de los que había sido injustamente desterrada durante décadas. 2008 ha sido el año del sesquicentenario de las apariciones de Lourdes, efeméride que ha redundado en una reafirmación universal de la devoción mariana. El cincuentenario de la muerte de Pío XII ha contribuido, por su parte, a un renacer del interés por la persona y el pontificado extraordinarios del papa Pacelli.

En España también hay razones para dar gracias. La hostilidad de la potestad civil y de ciertos sectores de la sociedad hacia la Iglesia ha fortalecido las convicciones y los sentimientos de los católicos practicantes. Se empieza a notar una saludable tendencia en los nombramientos episcopales. 2008 se cierra con una impresionante manifestación de las familias católicas en Madrid cerrando filas en torno a una treintena larga de obispos de toda España, para defender públicamente los valores imperecederos de la moral natural y católica. A pesar del laicismo imperante, de la propaganda anticatólica abierta o sibilina, de los deplorables ejemplos en los medios de comunicación y en la publicidad, España no ha dejado todavía de ser católica. Aún tenemos la Semana Santa, la Purísima, la Navidad y, aunque se pretenda vaciar a estas fiestas de su contenido religioso, están ahí como testimonio histórico y fehaciente de nuestra identidad irrenunciable. Este año Su Majestad el Rey, aunque no ha mencionado explícitamente a Nuestro Señor Jesucristo en su mensaje de Navidad (como sí lo ha hecho su prima Isabel II, la soberana británica) ha hablado teniendo como fondo el belén de la Zarzuela (con la figura de la Virgen María en plano relevante) y ha felicitado personalmente las fiestas natalicias con una tarjeta de carácter netamente religioso (representando la adoración de los Magos). Son detalles si se quiere, pero que tienen su importancia y por los que hemos de agradecer a Dios, que no permite que la hija predilecta de la Iglesia se hunda totalmente en la apostasía.

Así pues, este 31 de diciembre, día de san Silvestre y último del año civil, acudamos a nuestras iglesias para dar gracias a Dios por todos sus beneficios mediante el canto del Tedeum, el hermoso himno ambrosiano que es una de las grandes doxologías de la Liturgia católica (la otra es el Gloria in Excelsis o himno angélico). La mejor manera de ejecutarlo es delante del Santísimo manifiesto en horas vespertinas. El Papa lo hará en San Pedro de Roma durante las primeras vísperas de la festividad de la Madre de Dios (según el calendario del usus modernus del rito romano). Después del Tedeum se añaden unos versículos y oraciones de acción de gracias. Si no se puede asistir a la parroquia o a algún templo u oratorio, no por ello se debe omitir este acto, pudiéndose hacer en casa en familia, presidiendo el padre o la madre, o la persona de mayor edad y reuniendo en torno al pesebre a los hijos, a los parientes y amigos presentes y a los colaboradores del hogar. A continuación, copiamos el texto del Tedeum con la esperanza que sea de utilidad a nuestros benévolos lectores.



TE DEUM


Te Deum laudamus:
Te Dominum confitemur.
Te aeternum Patrem,
omnis terra veneratur.
Tibi omnes angeli,
Tibi caeli et universae potestates:
Tibi cherubim et seraphim,
incessabili voce proclamant:
Sanctus,
Sanctus, Sanctus
Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt caeli et terra
majestatis gloriae tuae.
Te gloriosus Apostolorum chorus,
Te prophetarum laudabilis numerus,
Te martyrum candidatus
laudat exercitus.
Te per orbem terrarum
sancta confitetur Ecclesia,
Patrem
immensae maiestatis;
venerandum tuum verum
et unicum Filium;
Sanctum quoque
Paraclitum Spiritum.
Tu rex gloriae, Christe.
Tu Patris sempiternus es Filius.
Tu, ad liberandum suscepturus hominem,
non horruisti Virginis uterum.
Tu, devicto mortis aculeo,
aperuisti credentibus regna caelorum.
Tu ad dexteram Dei sedes,
in gloria Patris.
Iudex crederis
esse venturus.
Te ergo quaesumus, tuis famulis subveni,
quos pretioso sanguine redemisti.
Aeterna fac
cum sanctis tuis in gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine,
et benedic hereditati tuae.
Et rege eos,
et extolle illos usque in aeternum.
Per singulos dies
benedicimus te;
et laudamus nomen tuum in saeculum,
et in saeculum saeculi.
Dignare, Domine, die isto
sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine,
miserere nostri.
Fiat misericordia tua, Domine, super nos,
quem ad modum speravimus in te.
In te, Domine, speravi:
non confundar in aeternum.



A Ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A Ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A Ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A Ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de Ti.
En Ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Vínculo con el canto del Tedeum:



martes, 23 de diciembre de 2008

Costumbres navideñas: la cena de Nochebuena



Antiguamente, el 24 de diciembre, vigilia de Navidad, era uno de los días de ayuno y abstinencia prescritos por la Iglesia como penitencia. En ellos se hacía una sola comida fuerte al día aunque sin carnes, permitiéndose en las horas vespertinas la denominada colación nocturna, consistente en una cena muy frugal para mantener las fuerzas hasta el día siguiente. Pero la Nochebuena tenía una particularidad: después de la misa de del gallo, se volvía a cenar y esta vez sin las restricciones de la víspera (ya que la obligación del ayuno y la abstinencia había cesado desde la medianoche): era lo que se llamó el resopón navideño, que podía consistir desde una chocolatada con bizcochos, pastas, polvorones y otros dulces hasta una verdadera y propia cena de varios servicios, según el apetito y las posibilidades de las familias. Con la relajación de la ley canónica en la mayor parte de los días de penitencia, desapareció la obligación de ayunar y abstenerse también en la vigilia de Navidad. El antiguo resopón posterior a la misa del gallo pasó a reemplazar a la colación nocturna del 24 convertido en la cena de Nochebuena, en la cual se ha hecho tradicional servir pavo como vianda principal, aunque otros se decantan por el lechón o aun por los mariscos (reminiscencia de los tiempos de abstinencia).

Esta cena llega a ser tan opípara que se ha creado toda una gastronomía alrededor. No hay duda de que en muchos hogares constituye ésta una ocasión para reunir a la familia con espíritu cristiano, lo cual es santo y bueno. Pero también es verdad que existe el peligro de los excesos de la gula, que no son precisamente la mejor preparación para recibir al Niño Jesús en la noche bendita de su Natividad. Un estómago repleto y una digestión pesada no son, desde luego, las mejores disposiciones con las que acudir a la misa del gallo, si es que se está en condiciones de salir de casa. Mucho menos lo son para recibir la comunión, por mucho que se haya comido antes de medianoche y legalmente se pueda acercar uno a recibir la sagrada hostia. Por ello sería muy recomendable conservar o volver a la costumbre de la cena de vigilia, aunque no sea tan parca como la antigua colación, pero a base de pescado y en cantidad moderada para poder digerirla bien y estar en condiciones decentes para ir a a la iglesia.

Después de la misa del gallo, la familia podría volverse a reunir para adorar al Niño Jesús en el pesebre de casa, cantando villancicos y felicitándose recíprocamente. Entonces se podría tomar el resopón tradicional –a base de chocolate y pastas– en el que es recomendable no abusar, reservándose para la comida del día, la cual podría tener lugar, para los más devotos, al regreso de la tercera misa de Navidad, que suele ser la misa mayor. Los banquetes no están reñidos con el regocijo cristiano, siempre que se asuman con moderación. En la Sagrada Escritura son muchos los ejemplos de grandes comidas como legítima muestra de alegría: baste pensar en Jesucristo, María y los discípulos en las bodas de Caná; en el banquete mandado preparar por el padre del hijo pródigo para celebrar el regreso de éste; en las veces en las que el Maestro compara el Reino de los Cielos a un convite. Qué duda cabe que el nacimiento de nuestro Salvador es motivo de festejar con júbilo las familias cristianas, pero ha de guardarse, como en todo, la justa medida y en esto, como en muchas otras cosas, es sabia la tradición.



lunes, 22 de diciembre de 2008

Costumbres navideñas: el pesebre y el árbol


La Navidad es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el calendario cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general. Alrededor de ellas ha surgido toda una cultura, que se manifiesta en dos estilos de celebración: el sagrado y el profano. El primero se centra en la fe en el misterio de la Encarnación del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade. Ya el saludo con el que se felicita en este período denuncia el estilo de celebración que se asume: “Feliz Navidad” al modo cristiano; “Felices Fiestas” al modo paganizante que se ha puesto de moda. Desde este costumbrario queremos contribuir con nuestro granito de arena a rescatar el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne.

Empecemos hoy por los adornos navideños. Los dos principales son el belén y el abeto navideño. El primero es de más antigua e inequívoca tradición cristiana, pues fue san Francisco de Asís quien, en la Nochebuena de 1223, inauguró la costumbre de escenificar el nacimiento del Señor. En una gruta del monte Lacerote, cerca del castillo de Greccio en Umbría, dispuso un pesebre hecho con paja y sobre él colocó una imagen del Niño Jesús, haciendo traer junto a él a un buey y un asno vivos. Desde entonces en los conventos de las órdenes seráficas se hizo común la práctica de representar el portal de Belén por Navidad, lo cual pronto fue imitado por el pueblo fiel. Con el tiempo de fueron añadiendo personajes y otros elementos de modo que los belenes se llegaron a convertir en todo un arte, descollando en éste Nápoles, España y las Indias.

El núcleo esencial del pesebre –y que basta para armarlo– es lo que se llama el Misterio, es decir: Jesús, María y José, que son los protagonistas de la Navidad. El buey o la vaca y el asno o la mula suelen ser infaltables aunque, como el resto de elementos, no sean imprescindibles. Pero es hermoso considerar que Jesús viene a restaurar todas las cosas y entre ellas la primigenia armonía de la Creación, la que existió en el Paraíso terrenal entre todas las criaturas salidas de la mano bondadosa del Padre. Los ángeles también constituyen parte del nacimiento, pues fueron ellos los que cantaron el Gloria in excelsis en la primera Nochebuena y anunciaron la gran noticia a los pastores. Éstos son asimismo representados con sus rebaños yendo a adorar al Niño. Los Reyes Magos tampoco faltan y en los belenes más elaborados figuran con sus animales de viaje y sus séquitos. En fin, a veces, la escena de la Navidad se inserta en un marco monumental y se representa ya no sólo el portal o cueva donde nació Jesús, sino toda la ciudad de Belén con escenas costumbristas.

El tiempo de comenzar a armar el pesebre varía según los usos locales o familiares. Hay quienes lo ponen ya el día de la Inmaculada; otros esperan al inicio de la Novena del Nacimiento (16 de diciembre); otros, en fin, lo preparan en el cuarto domingo de adviento o aún el día de la Vigilia de Navidad. Normalmente, se pone la mayor parte de las figuras, menos el Niño y los Reyes Magos. En la medianoche del 24 al 25 de diciembre o tras volver de la misa del gallo se coloca a Jesús, y sólo en la noche de Epifanía, la del 5 al 6 de enero, a Melchor, Gaspar y Baltasar con las figuras que los acompañen. El tiempo de quitar el pesebre también es variable: el 13 de enero, festividad del Bautizo de Jesucristo (antigua octava de la Epifanía) o incluso tan tarde como el 2 de febrero, festividad de la Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación del Niño en el Templo (la Candelaria). Sea como fuere que armemos cada uno nuestro pesebre, no debemos perder nunca de vista el hecho de que, mucho más que un motivo decorativo, se trata de una expresión plástica de la fe en la Encarnación del Verbo, por la cual nos vino la salvación. Las estatuas o figuras del pesebre, sobre todo si representan a la Sagrada Familia, son acreedoras de veneración y respeto por lo que representan y hay que inculcar a nuestros niños que no se trata de juguetes. Deberíamos tener la buena costumbre de hacer bendecir nuestros belenes o, al menos, las figuras principales y, por supuesto, el Niño Jesús. Sería muy loable que en la Nochebuena cada cabeza de familia adorara su imagen y la hiciera adorar por todos los de casa antes de ponerla devotamente en el pesebre, mientras se canta el Adeste fideles u otro cántico navideño.

Vayamos al árbol de Navidad. La costumbre de ponerlo en las casas y los sitios públicos es bastante más reciente que la del pesebre. Los árboles están cargados de un gran simbolismo en la mayor parte de las culturas humanas. Al erguirse hacia el cielo son como grandes dedos que señalan lo divino. Su verde follaje sugiere la vida. En las distintas cosmogonías aparecen siempre desempeñando un papel importante y hasta decisivo. Nuestra santa religión nos habla del árbol de la ciencia del bien y del mal, plantado en medio del jardín de Edén, y canta las glorias del árbol de la Cruz, por el que nos vino la redención. Pero recordemos también, entre los mitos griegos, el árbol con las manzanas de las Hespérides y aquel en el que estaba colgado el vellocino de oro. Los hindúes y los persas tenían sus respectivos árboles paradisíacos y salvíficos. Los germanos pensaban que el universo era sostenido por un gran árbol en cuyas ramas pendían el sol, la luna y las estrellas (posible origen de la costumbre de poner luminarias al árbol navideño). Por eso consideraban sagrados los bosques, en los que creían se manifestaban sus divinidades, a las que ofrecían sacrificios humanos al pie de árboles como el roble.

San Bonifacio, monje misionero del siglo VIII que evangelizó Alemania (de la que es considerado apóstol), al considerar que era imposible desarraigar las creencias paganas de los germanos, decidió cristianizarlas. Desterró la costumbre de los sacrificios humanos y dio un nuevo significado a los árboles, que son fuente de vida y no de muerte, comparándolos a Dios, que da sustento y cobijo a sus criaturas. Eligió el abeto como el que mejor sugería las ideas cristianas: su forma triangular recuerda a la Trinidad y su perenne follaje verde simboliza la vida eterna. Se cree que lo proclamó “el árbol del Niño Jesús” y que con él comenzó a celebrar la navidad entre los paganos recién convertidos. Otra tradición atribuye esto al monje Winfrido, contemporáneo de san Bonifacio, el cual habría escogido un roble y no un abeto. Sin embargo, no se implantó el uso del árbol navideño tal como lo conocemos hasta el siglo XVII (aunque los protestantes aseguran que fue Lutero su iniciador). Lo cierto es que sólo a partir del siglo XIX se difundió desde los países escandinavos y Alemania por Austria y Polonia. A Gran Bretaña lo llevó el consorte de la reina Victoria, que era un príncipe alemán. Por la misma época –mediados del Ochocientos– pasó a Francia y un poco más tarde a los Estados Unidos. En España e Italia el árbol de Navidad data sólo del siglo XX y éste bien entrado. En cambio, en Iberoamérica se popularizó antes por el influjo de América del Norte. Hoy hasta el Papa hace colocar un árbol monumental en la Plaza de san Pedro en Roma, sirviendo de cobijo al pesebre.

El abeto navideño es ya un elemento cristianizado. Desgraciadamente, corre el peligro de volverse a paganizar y de no quedar sino como un elemento decorativo más de las “fiestas” a secas. Por eso es importantísimo que lo dotemos no sólo de los habituales adornos (bolas, lazos, manzanas), sino también de símbolos cristianos (ángeles, por ejemplo) y, sobre todo, lo coronemos con la estrella de Belén. El árbol debe ir siempre acompañando al belén. Hay quien arma éste al pie de aquél. En caso de falta de espacio, es preferible siempre prescindir del árbol antes que del pesebre. A los niños se les debe instruir en todo lo que el árbol implica como símbolo del buen Dios, de vida y de sentido sobrenatural de las cosas. Se les puede hacer la comparación con el árbol del Paraíso y la Santísima Cruz de Nuestro Señor. También se les puede decir que representa al justo, que como él da buenos frutos y que todos estamos llamados a ser santos, cuyas virtudes deben brillar como brillan las luces que adornan al árbol.

jueves, 18 de diciembre de 2008

En el día de Nuestra Señora de la O



La de Nuestra Señora de la O, o de la Virgen de la Esperanza o de la Expectación del Parto, es una festividad genuinamente española, habiendo sido instituida por los Padres del X Concilio de Toledo en el año 656, fijándola ocho días antes de la Natividad de Jesús, el 18 de diciembre. La razón dada es que, cayendo en cuaresma la festividad de la Anunciación de Nuestra Señora, no se podía celebrar con la debida solemnidad y regocijo debido al tiempo de penitencia, por lo cual se proponía esta segunda fiesta para dar realce al misterio de la Encarnación del Verbo. Es la celebración de la esperanza, pues la Virgen lleva al Mesías esperado por Adán, Noé, Abraham y los Patriarcas, y anunciado por los Profetas; al deseado de las naciones, al que es la salvación del mundo. Al estar tan cerca de la Navidad, se hace patente la expectativa del divino parto. La fiesta arrancaba con las primeras vísperas, el día anterior, en las que se cantaba la primera de las antífonas mayores llamadas “O” por principiar con esta exclamación todas ellas. De allí el nombre de Nuestra Señora de la O, que ha sido interpretado más popularmente como aludiendo al estado avanzado de gravidez de la Santísima Virgen, cuyo purísimo vientre se muestra ya redondo como esa vocal a pocos días del alumbramiento del Hijo de Dios. Hoy celebran su santo todas las que se llaman Esperanza.

Ejercitémonos en la virtud teologal de la esperanza, poniendo toda nuestra confianza en Jesús y María (por quienes nos viene la salvación), manteniéndonos lejos por igual de la presunción y de la desesperación –que son sus deformaciones, respectivamente por exceso y por defecto– y haciendo muchos actos de esperanza, junto con los actos de fe (fundamento de la esperanza) y de caridad (que hace operativa la fe y efectiva la esperanza). Proponemos, a modo de devoción, el siguiente ejercicio piadoso en este día tan señalado de la españolísima fiesta de Nuestra Señora bajo la advocación de la Esperanza. Ofrezcámoslo de modo particular por todas aquellas mujeres que se hallan embarazadas, para que la Virgen las asista y las proteja, y también para que no haya más abortos en el mundo, pues la sangre de los inocentes clama venganza al Cielo. Que las mujeres sepan cumplir cabalmente con su misión maternal.


SALUTACIONES A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA EXPECTACIÓN

V. Dignare me laudare te, Virgo sacrata.
(Dígnate que te alabe, oh Virgen sagrada)
R. Da mihi virtutem contra hostes tuos.
(Dame fuerza contra tus enemigos)

In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen.
(En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.)


I

QUEM terra, pontus, aethera
colunt, adorant, praedicant,
trinam regentem machinam
claustrum Mariae baiulat.

(Al que tierra, mar y cielo
Proclaman, honran y adoran,
A la Trinidad que todo rige
Lleva María en su seno)


Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el primer mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que, así como os sometisteis de buen grado a la voluntad de Dios y fuisteis dócil a sus planes en la Encarnación del Verbo, así también seamos fieles a la vocación a la que cada uno de nosotros es llamado. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el segundo mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que, así como al saludar a vuestra prima Isabel fuisteis el vehículo de la santificación de san Juan en el seno de su madre, así también nosotros ejerzamos las obras de misericordia espirituales con el prójimo y, mostrándole a Cristo en nuestras palabras y obras, le ayudemos a su salvación. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el tercer mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como, movida de exquisita caridad, socorristeis a vuestra prima Santa Isabel hasta el nacimiento de su hijo, así también nosotros ejerzamos las obras de misericordia corporales con el prójimo. Avemaría.


II

Cui Luna, Sol, et omnia
deserviunt per tempora,
perfusa caeli gratia,
gestant Puellae viscera.

(Al que el Sol, la Luna y todo
Obedecen por los siglos,
Las entrañas de la Virgen
Agraciada lo contienen.)


Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el cuarto mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como san José, hallándoos encinta y asaltado por las dudas, siendo varón justo, no quiso libraros a la pública vergüenza, así nosotros desterremos todo juicio temerario de nuestras mentes y toda detracción contra el prójimo de nuestros labios. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el quinto mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como san José fue tranquilizado por el ángel de parte de Dios y os recibió en su casa y adoptó al fruto bendito de vuestro vientre, así también nosotros obedezcamos a las divinas inspiraciones para que nuestros corazones sean digna morada vuestra y de Jesús. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el sexto mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como tuvisteis la dicha de que vuestra madre santa Ana os asistiera diligente mientras esperabais el nacimiento de su nieto Jesús, así también nosotros sepamos corresponder a los desvelos de nuestros mayores cuando dependíamos de ellos y no los abandonemos en sus necesidades. Avemaría.


III

Beata Mater, munere,
cuius supernus Artifex,
mundum pugillo continens,
ventris sub arca clausus est.

(Madre dichosa de Aquel
Que, sumo Autor, conteniendo
Todo el mundo en un pellizco,
En tu vientre se ha encerrado).


Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el séptimo mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como os gozasteis en vuestra dulce espera y suspirabais por ver al Hijo tan deseado que Dios os dio, así también las mujeres que han de ser madres acepten, deseen y reciban a los hijos que el Señor quiera darles y nunca cometan el crimen horrendo del aborto. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el octavo mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como fue ocultado al demonio el misterio de vuestra Divina Maternidad y de nuestra Redención, así también nosotros merezcamos hallar seguro asilo bajo vuestro santo manto y nos veamos libres de las asechanzas y tentaciones diabólicas. Avemaría.

Os saludamos, oh Virgen de la Expectación, por el noveno mes de vuestra divina gestación y os pedimos la gracia de que así como, a punto de dar a luz, tuvisteis que partir con san José para Belén por el edicto de empadronamiento de César Augusto, así también nosotros emprendamos la peregrinación de esta vida llevando siempre a Jesús con nosotros para que merezcamos ver inscritos nuestros nombres en el Libro de la Vida. Avemaría.


HYMNVS

Virgo Dei Genitrix, quem totus non capit orbis:
In tua se clausit viscera factus homo.
Vera fides Geniti purgavit crimina mundi,
Et tibi virginitas inviolata manet.
Te matrem pietatis, opem te clamitat orbis:
Subvenias famulis, O benedicta, tuis.
Gloria magna Patri, compar sit gloria Nato,
Spiritui Sancto gloria magna Deo.
Amen.

(Oh Virgen, Madre de Dios, Aquel al que todo el universo no puede contener,
en tus entrañas se ha encerrado haciéndose hombre.
La fe verdadera del engendrado ha purgado los crímenes del mundo
Mientras te ha conservado virginidad intacta.
A Ti, Madre de piedad, su ayuda te proclama el universo:
Auxilia, oh bendita, a tus siervos.
Gran gloria sea dada al Padre y del mismo modo al Hijo
Y gran gloria a Dios Espíritu Santo. Amén.)

V. Ecce concipiet et pariet Filium.
(He aquí que concebirá y dará a luz un Hijo.)
R. Et vocabit nomen ejus Jesum.
(Y le pondrá por nombre Jesús.)


Oremus. Deus, qui de beatae Mariae Virginis utero Verbum tuum, Angelo nuntiante, carnem suscipere voluisti: praesta supplicibus tuis; ut, qui vere eam Genetricem Dei credimus, eius apud te intercessionibus adiuvemur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. R. Amen.
(Oremos. Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Ángel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: suplicámoste hagas que, los que creemos que Ella es verdaderamente Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti por su intercesión. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. R. Amén.)

V. Nos cum prole pia.
(Con su divina prole pía.)
R. Benedicat Virgo María.
(Nos bendiga la Virgen María)

martes, 16 de diciembre de 2008

Hermoso ejercicio de preparación para la Navidad




NOVENA DEL NACIMIENTO

Ya estamos en la recta final del Adviento: hoy comienza la Novena del Nacimiento, que sirve de preparación inmediata para recibir a Jesús en el portal de Belén. Algunos santos –por ejemplo, santa Rosa de Lima– solían practicar un ejercicio de piedad parecido, que consistía en preparar el ajuar del Niño, dedicándose a hacer un obsequio espiritual cada uno de los días precedentes a la Navidad, como si fuera una prenda u objeto necesario para su cuidado (pañales, patucos, gorro, camisita, manto, etc.). Es una buena idea para emprender esta novena que proponemos y que está inspirada en la sagrada liturgia. Normalmente se debería hacer en las iglesias con canto y acompañamiento de coro, pero se puede perfectamente recitar en casa. Ofrecemos los textos en latín y su respectiva traducción al castellano. Acompañemos a María y a José en su viaje hacia Belén con este piadoso y hermoso ejercicio.



INVITATORIO


Los cantores entonan el estribillo:

CANTORES
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

El coro repite:

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

Los cantores cantan las siguientes profecías. Durante ellas, y en el Cántico y el Himno todos estarán de pie, aunque esté expuesto el Santísimo Sacramento.

CANTORES
Jucundare, filia Sion, et exulta satis, filia Jerusalem: ecce Dominus veniet, et erit in die illa lux magnam et stillabunt montes dulcedinem, et colles fluent lac et mel, quia veniet Propheta magnus, et ipse renovabit Jerusalem.
(Gózate, oh hija de Sión y da grandes saltos de alegría: he aquí que viene el Señor y aparecerá ese día una gran luz y los montes destilarán dulzura y los collados manarán leche y miel, pues vendrá el gran Profeta, el cual renovará a Jerusalén.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Ecce veniet Deus, et homo de domo David sedere in throno, et videbitis, et gaudebit cor vestrum.
(He aquí que viene el Dios y Hombre de la Casa de David para sentarse en el trono, y lo veréis y se gozará vuestro corazón.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle).

CANTORES
Ecce veniet Dominus protector noster, Sanctus Israël, coronam regni habens in capite suo, et dominabitur a mari usque ad mare, et a flumine usque ad terminos orbis terrarum.
(He aquí que viene el Señor nuestro protector, el Santo de Israel, que lleva la corona del reino en su cabeza y que dominará de un extremo al otro del mar y desde el río hasta los límites del orbe de la Tierra.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Ecce apparebit Dominus, et non mentietur: si moram fecerit expecta eum, quia veniet et non tardabit.
(He aquí que aparecerá el Señor y no es mentira: si crees que demora, espéralo, pues viene y no tardará.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Descendet Dominus sicut pluvia in vellus: orietur in diebus ejus justitia, et abundantia pacis, et adorabunt eum omnes reges terræ, omnes gentes servient ei.
(Descenderá el Señor como el rocío en el vellocino: y surgirá en esos días su justicia y la abundancia de su paz, y le adorarán todos los reyes de la Tierra y todas las naciones le servirán.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Nascetur nobis parvulus, et vocabitur Deus fortis, ipse sedebit super thronum David patris sui, et imperabit, cujus potestas super humerum ejus.
(Nos nacerá un Niño y se llamará Dios fuerte y se sentará sobre el trono de David su padre y tendrá el imperio; su potestad se apoyará en su hombro.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Bethlehem, civitas Dei summi, ex te exiet Dominator Israël, et egressus ejus sicut a principio dierum æternitatis, et magnificabitur in medio universæ terræ, et pax erit in terra nostra dum venerit.
(Belén, ciudad del gran Dios, de ti saldrá el Dominador de Israel y su proceder será como en el principio de los días de la eternidad, y se engrandecerá en medio de toda la Tierra y habrá paz en nuestra tierra cuando venga.)

CORO
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

En la Vigilia de Navidad los cantores añaden:

CANTORES
Crastina die delebitur iniquitas terræ, et regnabit super nos Salvator mundi.
(Mañana será quitada la iniquidad de la Tierra y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo.)

CORO:
Regem venturum Dóminum: Venite adoremus.
(Al Rey que ha de llegar, venid: adorémosle.)

CANTORES
Prope est jam Dominus.
(Ya está cerca el Señor.)

CORO:
Venite, adoremus.
(Venid, adorémosle.)

CANTICO
Lætentur cæli et exultet terra* jubilate montes laudem.
Erumpant montes jucunditatem* et colles justitiam.
Quia Dominus noster veniet* et pauperum suorum miserebitur.
Rorate cæli desuper et nubes pluant justum* aperiatur terra, et germinet Salvatorem.
Memento nostri Domine* et visita nos in salutari tuo.
Ostende nobis Domine miseericordiam tuam* et salutare tuum da nobis.
Emitte Agnum Domine dominatorem terræ* de petra deserti ad montem filiæ Sion.
Veni ad liberandum nos Domine Deus virtutum* ostende faciem tuam, et salvi erimus.
Veni Domine visitare nos in pace* ut lætemur coram te corde perfecto.
Ut cognoscamus Domine in terra viam tuam,* in omnibus gentibus salutare tuum.Excita Domine potentiam tuam et veni* ut salvos facias nos.
Veni Domine et noli tardare* relaxa facinora plebis tuæ.
Utinam dirumperes cælos et descenderes* a facie tua montes defluerent.
Veni et ostende nobis faciem tuam Domine* qui sedes super Cherubim.
Gloria Patri et Filio* et Spiritui sancto.Sicut erat in principio et nunc et semper* et in sæcula sæculorum. Amen.

(Alégrense los cielos y exulte la tierra, cantad, oh montes, con júbilo alabanza.
Prorrumpan los montes con cantos de gozo y los collados con cantos de justicia.
Porque vendrá nuestro Señor y se apiadará de sus pobres.
Enviad los cielos el rocío de lo alto y que las nubes lluevan al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador.
Acuérdate de nosotros, Señor, y visítanos con tu salvación.
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.
Envía, Señor, a tu Cordero como dominador de la Tierra, desde la roca del desierto hasta el monte de la hija de Sión.
Ven a liberarnos, Señor Dios de las virtudes, muéstranos tu rostro y seremos salvos.
Ven, Señor, visítanos en tu paz para que nos alegremos en tu presencia de todo corazón.
Para que conozcamos, Señor, tu camino en la Tierra y tu salvación entre todas las naciones.
Manifiesta tu poder, Señor, y ven para que nos salves.
Ven, Señor, no tardes; absuelve a tu pueblo de sus crímenes.
Ojalá rasgues los cielos y desciendas; ante tu rostro se disolverán las montañas.
Ven y muéstranos tu rostro, Señor, Tú que te sientas entre querubines.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.)

El celebrante, en tono de Capítulo, dice:

CELEBRANTE
Præcursor pro nobis ingreditur Agnus sine macula, secundum ordinem Melchisedech, Pontifex factus in æternum, et in sæculum sæculi. Ipse est Rex justitiæ cujus generatio non habet finem.
(Como precursor es introducido el Cordero inmaculado, hecho pontífice para siempre según el orden de Melquisedec y por los siglos de los siglos. Él es el Rey de justicia, cuyo tiempo no tendrá fin.)

CORO
Deo gratias.
(A Dios gracias.)



HIMNO

En clara vox redarguit
Obscura quæque personans:
Procul fugentur somnia,
Ab alto Jesus promicat.

En Agnus ad nos mittitur
Laxare gratis debitum:
Omnes simul cum lacrymis
Precemur indulgentiam.

Beatus Auctor sæculi
Servile corpus induit:
Ut carne carnem liberans,
Ne perderet quos condidit.

Castæ Parentis viscera
Cælestis intrat gratia:
Venter puellæ bajulat
Secreta quæ non noverat.

Domus pudici pectoris
Templum repente fit Dei,
Intacta nesciens virum
Concepit alvo Filium.

Deo Patri sit gloria,
Ejusque soli Filio,
Cum Spiritu Paraclito
In sæculorum sæcula. Amen.

(Oíd la clara voz que, resonando,
Refuta con su luz la sombra inmensa,
Y ved, mientras los sueños se disipan,
Despuntar a Jesús sobre la tierra.

Ved al Cordero que nos fue mandado
Para pagar nuestra primera deuda,
Y alzando hasta sus ojos nuestros ojos
Pidámosle con lágrimas clemencia.

Bendito sea el Creador del mundo
Que de cuerpo mortal se ha revestido
Liberando a la carne con su carne
Para no perder a los que creó.

A las entrañas de la casta Madre
Entra el que es la gracia del cielo,
Y el seno de la ínclita doncella
Encierra muy recónditos misterios.

La morada de un corazón púdico
Casa de Dios se vuelve de repente:
La Virgen no tocada por varón
Al Hijo en su vientre ha concebido.

A Dios Padre sea dada la gloria
Y también a su Hijo Unigénito,
Junto con el Espíritu Paráclito
Por los siglos de los siglos. Amén.)

Al Magníficat se canta la antífona correspondiente al día, en el orden siguiente:

Día 16.- Ecce veniet Rex, Dominus terræ, et ipse auferet jugum captivitatis nostræ.
(He aquí que viene el Rey, Señor de la Tierra, que nos quitará el yugo de nuestra cautividad).

Día 17.- O Sapientia, quæ ex ore Altissimi prodiisti, attingens a fine usque ad finem fortiter, suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiæ.
(Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la prudencia!)

Día 18.- O Adonai et Dux domus Israël, qui Moysi in igne flammæ rubi apparuisti, et ei in Sina legem dedisti: veni ad redimendum nos in brachio extento.
(Oh Adonai, Caudillo de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo!).

Día 19.- O radix Jesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, jam noli tardare.
(Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más!)

Día 20.- O clavis David, et sceptrum domus Israël; qui aperis et nemo claudit, claudis et nemo aperit: veni et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis.
(Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte!)

Día 21.- O Oriens, splendor lucis æternæ, et sol justitiæ: veni et illumina sedentes in tenebris et umbra mortis.
(Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!)

Día 22.- O Rex gentium, et desideratus earum: lapisque angularis, qui facis utraque unum: veni, et salva hominem, quem de limo formasti.
(Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra!)

Día 23.- O Emmanuel, Rex et legifer noster, exspectatio gentium, et Salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine Deus noster.
(Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!)

Día 24.- Cum ortus fuerit sol de cælo, videbitis Regem regum procedentem a Patre, tamquam sponsum de thalamo suo.
(Cuando haya salido el Sol en el horizonte, veréis al Rey de reyes venir del Padre como Esposo de su tálamo).

A continuación se canta el Magníficat.



MAGNIFICAT

Magnificat *
anima mea Dominum,
et exsultavit spiritus meus *
in Deo salutari meo.
Quia respexit humilitatem ancillae suae, *
ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes.
Quia fecit mihi magna qui potens est: *
et sanctum nomen ejus,
et misericordia ejus a progenie in progenies *
timentibus eum.
Fecit potentiam in brachio suo, *
dispersit superbos mente cordis sui,
deposuit potentes de sede, *
et exaltavit humiles,
esurientes implevit bonis, *
et divites dimisit inanes.
Suscepit Israel puerum suum, *
recordatus misericordiae suae,
sicut locutus est ad patres nostros, *
Abraham et semini ejus in saecula.
Gloria Patri, et Filio, *
et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nun et semper, *
et in saecula saeculorum. Amen.

(Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán
y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén).

Se repite la antífina y el celebrante dice en voz alta:

V. Dominus vobiscum.
(El Señor esté con vosotros).
R. Et cum spiritu tuo.
(Y con tu espíritu).

Oremus. Festina, quaesumus, Domine, ne tardaveris et auxilium nobis supernae virtutis impende ut adventus tui consolationibus subleventur qui in tua pietate confidunt. Qui vivis et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. R. Amen.
(Oremos. Apresúrate, Señor, no tardes y emplea sobre nosotros el auxilio de la fuerza de lo alto para que los que confían en tu piedad sean sostenidos por el consuelo de tu advenimiento. Tú, que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo Dios, por los siglos de los siglos. Amén).











miércoles, 10 de diciembre de 2008

La Santa Casa y las Letanías Lauretanas




Hoy se conmemora la festividad de la Traslación de la Santa Casa de Loreto. ¿En qué consistió este episodio que ha quedado marcado en la liturgia y en el calendario católico? Debemos hacer un poco de Historia. Resulta que los sarracenos, triunfantes de las Cruzadas hacia finales del siglo XIII, decidieron arrasar los lugares más significados de Tierra Santa para que desapareciera toda traza de culto cristiano de Palestina. Unos de los más venerados era la casa que había habitado la Sagrada Familia en Nazaret, sobre la que la emperatriz santa Elena había hecho edificar una basílica y que desde tiempo muy antiguo era meta de peregrinos. Uno de los más ilustres había sido san Luis IX de Francia, que acudió para dar gracias por haber sido liberado del cautiverio en el que había caído en Egipto durante la Séptima Cruzada y mandó celebrar una solemne misa de acción de gracias. Pero en 1263, los musulmanes destruyeron la basílica, aunque providencialmente la Santa Casa no fue tocada. A punto estaba de cernirse sobre ésta la furia musulmana cuando milagrosamente desapareció, siendo trasladada por ministerio de ángeles a Trsat en la actual Croacia: ocurría ello el 12 de mayo de 1291.

En Trsat los habitantes se encontraron de la noche a la mañana con una casa sin cimientos colocada en un paraje donde la víspera no había nada. Hallaron en su interior una imagen de la Virgen con el Niño sobre un altar de piedra, que en seguida fue objeto de veneración. Pocos días después, la Madre de Dios se apareció a un sacerdote del lugar, de nombre Alejandro, y le explicó que la casa era la misma donde había tenido lugar la Anunciación del arcángel Gabriel. Comenzaron entonces a afluir las gentes en peregrinación y se construyó un cobertizo para proteger los sagrados muros. Sin embargo, no permaneció la casa por mucho tiempo en Trsat. El 10 de diciembre de 1294 aparecía al otro lado del Adriático, en la localidad italiana de Loreto (Lauretum), cerca de Ancona.

Cuéntase que los habitantes del lugar reportaron haber visto venir del mar la casa llevada por ángeles, a los que comandaba uno con capa roja (que fue identificado como san Miguel Arcángel), y que la Virgen con el Niño estaban sentados sobre ella. También declararon haber oído cómo los ángeles entonaban unos cánticos a modo de invocaciones a María Santísima: como una hermosa letanía. La Santa Casa fue depositada en un sitio llamado Banderuola, al que empezaron a acudir los peregrinos. Hubo dos transportes más en la misma localidad: a un cerro, propiedad de dos hermanos que empezaron a disputar acremente por el dominio del terreno, y al actual emplazamiento, donde ha permanecido el sagrado monumento por más de setecientos años, habiéndose construido sobre él, para protegerlo, una hermosa basílica.

El fondo histórico de esta piadosa y bella tradición es que los cruzados que aún quedaron en Tierra Santa quisieron salvar todas las reliquias cristianas que pudieron y, entre ellas, la santa casa de Nazaret. Por eso decidieron llevársela, desmontando sus muros y reconstruyéndola piedra por piedra en un lugar más seguro. En ese momento, las repúblicas de Venecia y Génova dominaban todavía el Mediterráneo Oriental, mientras el basileus bizantino debía enfrentarse a la cada vez mayor amenaza de la Medialuna. No es raro, pues, que, la casa llegara por mar a las costas croatas y se quedara en Trsat, bajo la protección del rey apostólico de Hungría.

Parece ser que el traslado desde Palestina se llevó a cabo gracias a Nicéforo I Comneno Dukas, déspota del Epiro (1271-1297), perteneciente a la dinastía de los Ángeles o Angelina (que había reinado en Bizancio entre 1185 y 1204). Este detalle genealógico nos da un dato sobre el origen de la creencia en la intervención angélica en la traslación. Más tarde, juzgando acaso que los Balcanes no ofrecían una total garantía de seguridad contra la amenaza musulmana, se decidió volver a desmontar la casa para reconstruirla esta vez en la Península Itálica, a razonablemente buen recaudo de aquélla.

La autenticidad de la monumental reliquia está avalada por datos históricos y arqueológicos. Entre los primeros no es de poca importancia el hecho de que ya desde Trsat se hizo una indagación sobre si realmente se trataba de lo que afirmaba la voz pública. Así, se envió a Tierra Santa a unos comisionados que, bajo la protección de los cruzados que quedaban allá, fueron al emplazamiento donde tradicionalmente había estado la Santa Casa. Efectuaron una inspección ocular y preguntaron a los lugareños. Con las informaciones que recabaron, se tuvo el convencimiento de la autenticidad de la reliquia nazarena. Modernamente se han hecho investigaciones con los auxilios de la moderna ciencia arqueológica y se ha llegado a la misma conclusión: la Santa Casa de Loreto es la casa que la Sagrada Familia habitaba en Nazaret (o al menos, es una casa de la época y del entorno de la Sagrada Familia). Sobre ella se construyó la rica y hermosa basílica que hoy se puede admirar y que visitó en peregrinación el beato Juan XXIII en el célebre breve viaje apostólico que emprendió en 1961 a Asís y a Loreto para encomendar su concilio.

¿Y las Letanías?

En el santuario de Loreto se cantaban desde principios del siglo XVI unas letanías a la Virgen, de hermosa simbología. Algunos han querido hacer remontar su origen a las invocaciones de los ángeles mientras trasladaban la Santa Casa. Más tarde, hacia 1575, aparecieron unas nuevas letanías de inspiración bíblica y que se hicieron tan populares que acabaron desplazando a las más antiguas y fueron finalmente aprobadas en 1587 por Sixto V, que les concedió indulgencias. Pero, dado el éxito de éstas proliferaron en pocos años nuevas letanías hasta el punto que en Loreto se llegó a tener una para cada día. La situación se hizo tan exagerada que Clemente VIII prohibió todas las que no se hallaran en el Misal o el Breviario. Las Lauretanas aprobadas por Sixto V, al estar incluidas en el Breviario, se salvaron. Es más, Pablo V mandó en 1605 que se cantasen en las fiestas principales de la Virgen en la basílica romana de Santa María la Mayor y las incluyó en la edición típica del Rituale Romanum. Los dominicos contribuyeron a su difusión por todo el orbe católico al adoptarlas como preceptivas en todos sus conventos los sábados después de las oraciones de la tarde.

Desde entonces quedaron fijadas, sin que pudiera añadirse ninguna invocación nueva a no ser por autoridad papal. En España había el privilegio de añadir “Mater Immaculata, ora pro nobis” por la especial y tradicional adhesión de la nación al misterio de la Inmaculada Concepción. Más tarde esta invocación quedó incorporada definitivamente a las letanías. Algunos papas contemporáneos hicieron sus propias adiciones. El beato Pío IX, que definió el dogma de la Inmaculada, añadió “Regina sine labe originali concepta, ora pro nobis”. León XIII, que prácticamente publicó una encíclica dedicada al Rosario cada año, insertó “Regina Sacratissimi Rosarii, ora pro nobis”, y también “Mater Boni consilii, ora pro nobis”. Benedicto XV, el pontífice que se prodigó por detener la Gran Guerra, agregó “Regina pacis, ora pro nobis”. Pío XII, que definió el dogma de la Asunción, incorporó "Regina in coelum Assumpta, ora pro nobis”. Pablo VI introdujo “Mater Ecclesiae, ora pro nobis”. Juan Pablo II, en fin, incluyó “Regina familiae, ora pro nobis”. Algunas órdenes religiosas también añadieron por su cuenta otras invocaiones, siempre eso sí con aprobación apostólica. Por ejemplo, los franciscanos: “Regina Ordinis Minorum, ora pro nobis”.

Existen otras letanías en honor a la Virgen y a imitación de las lauretanas, pero que no son de uso general. Entre ellas merecen especial mención las Letanías Peruanas, que recibieron el placet de Pablo V en 1605, y las Letanías de Dolores, compuestas por Pío VII en 1809 aunque para uso privado solamente. De ambas nos ocuparemos en este mismo costumbrario oportunamente. Las Letanías Lauretanas son un hermoso compendio de teología mariana y muestran cómo la Santísima Virgen está inserta de modo especialísimo en la economía de la salvación. No han de recitarse de carrerilla ni cansinamente, sino meditando cada invocación mientras se pronuncia de modo pausado y rítmico. Mejor cantadas que rezadas, según aquello de que qui cantat bis orat, pero aun en el rezo privado y silencioso de cada uno son una fuente maravillosa de santos pensamientos.

LITANIAE LAVRETANAE BEATAE MARIAE VIRGINIS

Kyrie, eleison.
Christe, eleison.
Kyrie, eleison.
Christe, audi nos.
Christe, exaudi nos.
Pater de coelis, Deus, miserere nobis.
Filii, Redemptor Mundi, Deus, miserere nobis.
Spiritus Sancte, Deus, miserere nobis.
Sancta Trinitas, unus Deus, miserere nobis.
Sancta Maria, ora pro nobis.
Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis.
Sancta Virgo virginum, ora pro nobis.
Mater Christi, ora pro nobis.
Mater Ecclesiae, ora pro nobis.
Mater Divinae Gratiae, ora pro nobis.
Mater purissima, ora pro nobis.
Mater castissima, ora pro nobis.
Mater inviolata, ora pro nobis.
Mater intemerata, ora pro nobis.
Mater inmaculata, ora pro nobis.
Mater amabilis, ora pro nobis.
Mater admirabilis, ora pro nobis.
Mater boni consilii, ora pro nobis.
Mater Creatoris, ora pro nobis.
Mater Salvatoris, ora pro nobis.
Virgo prudentissima, ora pro nobis.
Virgo veneranda, ora pro nobis.
Virgo predicanda, ora pro nobis.
Virgo potens, ora pro nobis.
Virgo clemens, ora pro nobis.
Virgo fidelis, ora pro nobis.
Speculum Iustitiae, ora pro nobis.
Sedes sapientae, ora pro nobis.
Causae nostrae letitiae, ora pro nobis.
Vas spirituale, ora pro nobis.
Vas honorabile, ora pro nobis.
Vas insigne devotionis, ora pro nobis.
Rosa Mystica, ora pro nobis.
Turris davidica, ora pro nobis..
Turris eburnea, ora pro nobis.
Domus aurea, ora pro nobis.
Foederis arca, ora pro nobis.
Ianua Coeli, ora pro nobis.
Stella matutina, ora pro nobis.
Salus infirmorum, ora pro nobis.
Refugium peccatorum, ora pro nobis.
Consolatrix afflictorum, ora pro nobis.
Auxilium christianorum, ora pro nobis.
Regina Angelorum, ora pro nobis.
Regina Patriarcharum, ora pro nobis.
Regina Profetarum, ora pro nobis.
Regina Apostolorum, ora pro nobis.
Regina Martyrum, ora pro nobis.
Regina Confessorum, ora pro nobis.
Regina Virginum, ora pro nobis.
Regina sanctorum omnium, ora pro nobis.
Regina sine labe originale concepta, ora pro nobis.
Regina in coelum assumpta, ora pro nobis.
Regina Sacratissimi Rosarii, ora pro nobis.
Regina familiae, ora pro nobis
Regina pacis, ora pro nobis.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis, Domine.
Agnus Dei qui tollis peccata mundi, exaudi nos, Domine.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.

Ant. Sub tuum praesidium configimus, Sancta Dei Genetrix: nostras deprecationes ne despicias in necesitatibus, sed a periculis cunctis liber nos semper, Virgo gloriosa et benedicta.

Per annum:

V. Ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix.
R. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

Oremus. Concede nos famulos tuos, quaesumus, Domine Deus, perpetua mentis et corporis sanitate gaudere: et gloriosa beatae Mariae semper Virginis intercessione, a praesenti liberari tristitia, et aeterna perfrui laetitia. Per Christum Dominum nostrum. R. Amen.

Tempore Adventus:

V. Angelus Domini nuntiavit Mariae,
R. Et concepit de Spiritu Sancto.

Oremus. Deus, qui de beatae Mariae Virginis utero Verbum tuum, Angelo nuntiante, carnem suscipere voluisti: praesta supplicibus tuis; ut, qui vere eam Genitricem Dei credimus, eius apud te intercessionibus adiuvemur. Per Christum Dominum nostrum. R. Amen.

Tempore Nativitatis:

V. Post partum, Virgo, inviolata permansisti,
R. Dei Genetrix, intercede pro nobis.

Oremus. Deus, qui salutis aeternae, beatae Mariae virginitate fecunda, humano generi praemia praestitisti: tribue, quaesumus; ut ipsam pro nobis intercedere sentiamus, per quam meruimus Filius tuum auctorem vitae suscipere. Qui tecum vivit et regnat in saecula saeculorum. R. Amen.

Tempore Paschali:

V. Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia.
R. Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Oremus. Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus: ut, per eius Genitricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum. R. Amen.


lunes, 8 de diciembre de 2008

¡Viva la Inmaculada Concepción!

Hoy es el gran día de la Inmaculada. Fue fijado el 8 de diciembre tomando como base la fiesta –más antigua– de la Natividad de la Santísima Virgen, que se celebra el 8 de septiembre, en consideración de los nueve meses que estuvo Nuestra Señora en el seno de su madre Santa Ana. Aunque no forma parte de la revelación ni hay obligación de creer en ella, vamos a empezar por contar aquí la historia de cómo fue concebida María tal y como lo cuentan los evangelios apócrifos (que no son escritos necesariamente fantasiosos, sino que pueden contener verdades transmitidas por la tradición oral aunque no cuenten con el aval de autenticidad que la Iglesia otorga a los libros canónicos: aquí, pues, “apócrifo” no significa “falso”, sino simplemente “no canónico”).

Los datos sobre las circunstancias de la concepción de la Virgen están contenidos principalmente en el Protoevangelio de Santiago, datado alrededor del año 150 y del cual dependen el Evangelio del Pseudo-Mateo (siglo VII) y el Libro de la Natividad de María (época de Carlomagno). Este último está incluido íntegramente en la famosa Leyenda Dorada de Jacobo de Vorágine. También la venerable sor María de Jesús de Ágreda en su Mística Ciudad de Dios y la beata Ana Catalina Emmerich en sus viviones (recopiladas por Clemens Brentano) tratan ampliamente del tema. Intentaremos, pues, concordar todas estas fuentes en un único relato.

Así pues, tenemos que por la época de la reconstrucción del segundo Templo de Jerusalén por el rey Herodes el Grande (comenzada el año séptimo u octavo del imperio de Augusto), vivía en Nazaret un matrimonio piadoso y pudiente formado por Joaquín y Ana. Desgraciadamente, la pareja era estéril y los cónyuges se hallaban en una edad tal que no podían ya esperar razonablemente descendencia. A pesar de su posición y de su buena fama, eran mirados con conmiseración y hasta recelo por sus conciudadanos, dado que en Israel la infecundidad matrimonial era vista como un signo de maldición. Además, con mayor motivo en este caso, ya que Joaquín pertenecía a la tribu de Judá y también probablemente Ana (pues, aunque la costumbre había conocido un cierto relajamiento debido a los avatares históricos, se practicaba la endogamia en las tribus de Israel) y la esterilidad en este caso significaba directamente que se negaba a los esposos la gracia de ser vehículo del nacimiento del Mesías, que debía nacer de esa tribu.

Cierto día festivo Joaquín fue a ofrecer su sacrificio al templo como todo el mundo, cuando se vio rechazado por el sumo sacerdote Isacar, el cual, recordándole la escritura que dice “Maldito quien no engendre hijos en Israel”, le reprochó que se presentara él, que no tenía hijos, entre los varones fecundos para presentar su ofrenda y lo echó, conminándole a sacudirse la maldición que sobre él pesaba. Joaquín, confundido y avergonzado, se marchó al campo, entre los pastores que guardaban sus rebaños, para dolerse con Dios en soledad y no queriendo comparecer ante su esposa por no afligirla contándole la pública humillación de la que había sido objeto. Pero Ana tomó la conducta de Joaquín como un rechazo hacia ella y, noticiada de lo que había pasado en el templo por sus vecinos, dirigió al Señor fervientes y doloridas súplicas para que levantara la maldición que pesaba sobre su vientre estéril.

Dios escuchó los ruegos de Ana y envió a su ángel (probablemente Gabriel) a Joaquín, al cual fue anunciado que su esposa concebiría y daría a luz a una niña por la que vendría al mundo el Hijo del Altísimo. Le explicó cómo Sara y Raquel habían sido también estériles y, sin embargo, se cumplieron por ellas las promesas hechas a los patriarcas. También cómo Sansón y Samuel nacieron de madres que habían sido largo tiempo infecundas. Le indicó que debía llamar María a su hija y que corriera al encuentro de su esposa a Jerusalén. A ésta se le apareció el mismo ángel, que le dijo: “Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo”, y le ordenó también correr a la ciudad santa para reunirse con su marido. Ambos coincidieron en la Puerta Dorada de la muralla jerosolimitana, bajo la cual se abrazaron tiernamente, llenos de júbilo por el anuncio que les había sido hecho de parte de Dios, a quien dieron rendidas gracias en el templo, regresando más tarde a Nazaret para esperar el cumplimiento de la promesa.

Algunos han sostenido que la concepción de María tuvo lugar milagrosamente a través de un casto beso que se dieron Joaquín y Ana al encontrarse bajo la Puerta Dorada. Otros admiten que entre ellos hubo el lícito y natural concúbito marital, por el cual fue engendrada la que había de ser Madre de Dios. Sea como fuere, lo cierto es que la escena inmortalizada por Giotto en el siglo XIV (Capella degli Scrovegni de Padua) está cargada de un hermoso y rico simbolismo. Jerusalén, la ciudad santa, representa el Paraíso perdido por la primera prevaricación. La Puerta Dorada significa que la entrada al Paraíso sólo puede franquearla la Divinidad, cuyo símbolo es el oro. El encuentro bajo ella de Joaquín y Ana sugiere, en fin, que es por la Virgen por la que nos viene la salvación, pues su divino Hijo es el que nos da el acceso a la Jerusalén celeste.

Pero, ¿en qué consiste la Inmaculada Concepción? Existen ideas erróneas sobre este misterio, desgraciadamente cada vez más extendidas por la creciente ignorancia religiosa. Unos piensan que se trata de que la Virgen fue concebida virginalmente; otros confunden esta prerrogativa con el parto virginal de Jesucristo, y así por el estilo. En realidad, la Inmaculada Concepción se refiere a que María estuvo exenta del pecado original, escapando así, por puro privilegio divino a la común y dañosa herencia de nuestros primeros padres. Y ello desde el instante mismo de su concepción, de manera que en ningún momento estuvo bajo el dominio de Satanás, sino que fue engendrada en estado de inocencia original, de santidad innata. Tal como después Ella concebiría la persona humana de Jesús, unida substancialmente al Verbo de Dios.

San Juan Bautista nació sí en estado de inocencia, pero había sido concebido con el pecado original, que le fue borrado estando en el vientre de su madre encinta de seis meses gracias a la visita de la Virgen. Consta por el Antiguo Testamento que el profeta Jeremías ya había sido presantificado en el seno materno. Y puede suponerse con fundamento lo mismo de San José, tan cercano al misterio de la encarnación del Hijo de Dios, que puede decirse que en cierta forma está incluido dentro del orden hipostático. Sin embargo, presantificación no es lo mismo que concepción inmaculada. La Virgen María no necesitó santificación alguna porque nació toda pura y toda santa: tota pulchra.

Hasta la definición dogmática de esta verdad, disputaron los doctores, dividiéndose en maculistas e inmaculistas, es decir, partidarios respectivamente de la no exención del pecado original y del privilegio de la purísima concepción. Los dominicos defendieron la primera opinión, mientras los franciscanos se decantaron por la segunda. Entre estos últimos descolló el Doctor Sutil, el beato Juan Duns Escoto, el cual inmortalizó la famosa fórmula “Potuit , decuit, ergo fecit”, que viene a decir que Dios tenía poder para hacer inmaculada a María, convenía que así fuese; por lo tanto, así lo hizo. Sin embargo, la discusión teológica era más académica que otra cosa, porque en el pueblo fiel siempre se tendió a creer en la total exención del pecado.

España se distinguió en todo tiempo en la defensa y propagación de la creencia en la Inmaculada Concepción. Sus reyes no sólo la pusieron bajo el patronazgo de esta advocación, sino que pidieron en numerosas ocasiones a los Papas que definieran el dogma. Éstos concedieron especial misa y oficio de este misterio al Reino y a todos sus dominios, al mismo tiempo que el privilegio de usar ornamentos azules en la fiesta y durante su octava y en las misas votivas. Los españoles se saludaban mediante la confesión de la fe en la prerrogativa mariana, diciendo: “Ave María Purísima”, a lo que el interlocutor debía responder ratificando: “Sin pecado concebida”. En defensa de esta convicción se llegaba incluso hasta al desafío. Cuéntase que un hidalgo fijó en el umbral de su morada un cartel en el que se leía esta terminante redondilla:

Nadie cruce este portal
Que no jure por su vida
Ser concebida María
Sin pecado original.

No es casual el que delante de la sede de la embajada de España ante la Santa Sede en Roma se levante una columna monumental coronada por la imagen de María Inmaculada, ante la cual el Papa depone una ofrenda floral y se detiene en oración cada 8 de diciembre, como hoy. Este día el edificio de nuestra representación diplomática aparece iluminado como para las grandes recepciones y sus ventanas adornadas con tapices en señal de homenaje a la patrona del Reino.

Como se sabe, el beato Pío IX definió el dogma solemnemente el 8 de diciembre de 1854, en presencia de 43 cardenales, 54 arzobispos y 92 obispos. Lo hizo mediante la bula Ineffabilis Deus. El Papa había pedido el parecer episcopal, recabando un consenso prácticamente unánime a favor de la definición. Un obispo de Hispanoamérica respondió con estas hermosas palabras, que reporta el franciscano P. Pascual Rambla: “Los americanos, con la fe católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María”. Y como si el Cielo quisiera rubricar el acto papal, la misma Santísima Virgen se apareció cuatro años más tarde, el 11 de febrero de 1858, a Bernardita Soubirous en la cueva de Massabielle de Lourdes, en los Pirineos franceses, identificándose en patois precisamente como "la Inmaculada Concepción". De ello hace exactamente ahora ciento cincuenta años.

Cuestión distinta y aún en el dominio de lo opinable es la de la irredención de María. A primera vista, parece claro que si la Virgen fue inmaculada no requería redención. Pero muchos teólogos opinan que, si de hecho estuvo exenta del pecado original, ello no es menos que, siendo descendiente de Adán y Eva debería haberlo contraído. Ese débito necesitaba, pues, ser compensado por los méritos de Jesucristo y en este sentido María fue redimida preventivamente (con lo cual se salva, además, la universalidad de la redención, que quedaría comprometida si alguna criatura humana hubiera escapado a la exigencia de ser redimida).

Hay, empero, quienes niegan que la Virgen necesitara cualquier tipo de redención. El jesuita Florentino Alcañiz, un eximio irredentista contemporáneo, opinaba que la Virgen no tenía por qué ser redimida porque fue exceptuada expresamente por libérrima voluntad de Dios Padre, junto con la persona humana de su Hijo, de la común suerte de Adán y Eva y de sus descendientes, ya que los reservaba para sus misteriosos designios prescindiendo de si nuestros primeros padres hubieran pecado o no. No existía, pues, débito alguno, ya que Jesús y María eran asunto aparte respecto del resto de la humanidad. Por otra parte, si hubiera débito en cuanto a la Virgen, ¿a qué título hubiera estado exenta de él la persona humana de Cristo? Los redentistas afirman, entre otras cosas, que nacer de una madre inmaculada sin concurso de varón ya lo eximía de cualquier débito, pero no explican cómo se salva la universalidad de la redención si queda excluido de ella el Hijo de María, Dios ciertamente, pero también hombre verdadero. En fin, la misma palabra “redemptio” encierra el concepto de “volver a comprar algo que se había perdido”. Cristo, redimiéndonos, nos vuelve a comprar a Satanás, bajo cuyo dominio habíamos caído por el pecado. Ahora bien, suponer siquiera por un momento que la Santísima Virgen, aunque sea de manera “preventiva”, haya sido re-comprada es verdaderamente intolerable.

Creemos que aquí es de aplicación el principio de que hay que atribuir a María toda perfección que sea compatible con la dignidad de Dios. Haber sido librada incluso del débito de pecado sin que necesitara, en consecuencia, ningún tipo de redención es compatible con la dignidad de Dios, porque de todos modos todos sus privilegios los ha recibido de Él, quedando siempre como criatura contingente respecto del ser necesario. Por lo tanto, hay que atribuir a María la exención de toda necesidad de redención. De todos modos, sobre este tema, todavía disputant doctores.

Como regalo de este día de la Inmaculada hemos creído oportuno presentar a nuestros lectores una devoción privada que puede ser muy útil para preparar los misterios oficiales del Santísimo Rosario (gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos): se trata de los Protomisterios. Son también en número de cinco, como los misterios normales, y se rezan como éstos (Pater, diez Avemarías y Gloriapatri). Se refieren a cómo fue preparada la venida del Mesías por medio de María. Helos aquí:

Primer misterio. El Edicto de la redención hecho por Dios en el Paraíso después del pecado de Adán y Eva, anunciando las enemistades entre la mujer y la serpiente.
Segundo misterio. El Encuentro de Joaquín y Ana bajo la Puerta Dorada de Jerusalén, habiendo cesado su esterilidad, y la Concepción Inmaculada de su Hija.
Tercer misterio. La Natividad de la Santísima Virgen en Nazaret.
Cuarto misterio. La Presentación de la Niña María en el Templo.
Quinto misterio. Los Desposorios de la Virgen María con san José, varón justo de la Casa de David.

Es importante insistir en que estos misterios no reemplazan a los aprobados por la Iglesia, sino que son supererogatorios, son de pura devoción privada, para rezar en casa meditando en el papel peculiar que desempeñó María en la economía de salvación. Se recomienda rezarlos como preludio a los otros, especialmente en las fiestas a las que hacen alusión: la Manifestación de la Medalla Milagrosa –en la que aparece la Virgen aplastando la cabeza de la serpiente– (27 de noviembre), la Inmaculada (8 de diciembre), la Natividad (8 de septiembre), la Presentación (21 de noviembre) y los Desposorios (23 de enero). Se pueden complementar con el rezo de las Letanías Lauretanas. Esperamos que sean de provecho a quienes quieran emplearlos en sus devociones particulares.

Y no olvidemos tampoco en este día tan señalado la devoción de las Tres Avemarías, enriquecida con numerosas indulgencias y que tantas gracias atrae sobre quienes la practican. Recuérdese que consiste en decir tres veces el Avemaría con la invocación de la Inmaculada:

V. O Maria, sine labe concepta.
R. Ora pro nobis, qui confugimus ad Te.

V. Oh María, concebida sin pecado.
R. Ruega por nos, que recurrimos a Vos.

¡Feliz día de la Purísima!

viernes, 5 de diciembre de 2008

¡Besemos las manos consagradas!

Al tratar sobre el saludo cristiano, nos referimos a la laudable costumbre –desgraciadamente en vías de caer en desuso– de besar las manos consagradas de los sacerdotes. Hoy queremos abundar en este tema y referirnos a los ósculos como signos de reverencia y respeto.

El beso u ósculo es el acto de rozar algo con los labios. La palabra latina “osculum” significa “boquita” (de "os": “boca” y “culum”: sufijo diminutivo) y alude a que para besar se hace la boca pequeña contrayendo los labios. De la misma raíz proviene la palabra “adorar”, es decir llevar “ad os”, a la boca algo para besar. Éste es el sentido de la “adoración” del Papa que hacían los cardenales después de su elección. Cada purpurado se acercaba al nuevo pontífice sentado sobre su trono en la Capilla Sixtina y “lo adoraba”, es decir le besaba sucesivamente la mula, la rodilla y el anillo, lo que no significaba en modo alguno un acto de culto de latría.

El beso ha sido siempre y en todas partes un signo de afecto y respeto. Por afecto, se besa filialmente a los padres, paternalmente a los hijos, cariñosamente a familiares y amigos, tierna o pasionalmente a la persona amada, benévolamente a los animales domésticos… También se besa sus retratos u objetos que los representan o les pertenecen. Por respeto, se besa la mano de las señoras (antiguamente también la orla de sus vestidos) y, en los pueblos de cultura patriarcal, la mano del paterfamilias.

Una hermosa costumbre se refería al pan que se desechaba por haber caído en lugar sucio o por haberse endurecido. Antes de arrojarlo a la basura se lo besaba y la persona se persignaba como pidiendo perdón por tirar “el pan de Dios”, el que Él nos da respondiendo a nuestra petición del Padrenuestro. En tiempos hodiernos las madres ya no enseñan a sus hijos esta señal de delicadeza, que encerraba un hondo significado de solidaridad para con los hambrientos.

En la Iglesia Católica existen dos clases de besos u ósculos: los litúrgicos y los reverenciales. Los besos litúrgicos se dan a las personas y objetos sagrados durante los actos del culto: la Santa Misa, la celebración de los sacramentos, bendiciones, procesiones, etc. Normalmente, se besa la mano del celebrante cuando se le entrega o se recibe algo de él y el objeto entregado y recibido. También se besan las cosas bendecidas (palmas, candelas, pan bendito, etc.).

Los ósculos reverenciales se dan a las sagradas imágenes y a las estampas de Dios, la Virgen, los ángeles y los bienaventurados y a las reliquias de estos últimos; a los objetos piadosos y de devoción (cruces, rosarios, escapularios, agnusdei, etc.). También a las personas sagradas, empezando por el Papa, objeto de la adoratio (según se ha explicado antes) y cuyo annulum piscatoris (el anillo del Pescador) se ha de besar en audiencia. Los prelados consagrados con el orden episcopal –ya sean cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos– son acreedores del ósculo a su anillo pastoral, acto que en el pasado se hallaba indulgenciado. El beso tanto al anillo papal como al episcopal debe hacerse haciendo genuflexión.

A los prelados no constituidos en el orden episcopal y los sacerdotes, tanto seculares como regulares, se les besa la mano por razón de las unciones con que ésta ha sido consagrada para tocar el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Y se hace en la mano derecha porque ella es el vehículo de las bendiciones del buen Dios. El gesto se ha de acompañar con una inclinación. ¿Por qué al Papa y a los obispos se les besa el anillo y no la mano como a los demás sacerdotes? Porque el anillo es el signo externo de su autoridad apostólica y de su unión con la iglesia que presiden.

En el protocolo epistolar eran sólitas las siguientes fórmula de despedida del remitente de la carta: “que besa la sagrada púrpura de Vuestra Eminencia” (en el caso de dirigirse a un cardenal) y “que besa el pastoral anillo de Vuestra Excelencia” (tratándose de un arzobispo u obispo). El ósculo a la púrpura de un Príncipe de la Iglesia es hoy meramente retórico, pero debió practicarse en el pasado besando la orla de la cauda cardenalicia, como se besaban las de las vestiduras de ciertos potentados y dignatarios civiles y religiosos y de las señoras.

El ósculo depositado en una mano consagrada es un acto a la vez de humildad, de piedad y de religión. Es un acto de humildad porque indica el reconocimiento de una subordinación, aunque no a la persona sino a la dignidad (de ahí que nunca hay que substraerse a besar la mano de algún sacerdote aunque se lo considere indigno); es la subordinación del laico al clérigo, que está constituido en un orden superior. Es un acto de piedad porque el hijo rinde homenaje a su padre espiritual y también porque se reconoce y se muestra visiblemente respeto a lo sagrado. Es, en fin, un acto de religión, porque se honra a Dios honrando a sus ministros. En estos tiempos de descreimiento y de galopante apostasía también es de modo especial un elocuente acto de fe, por el cual se reverencia la mano que ha sido consagrada para ofrecer el santo sacrificio de la Misa.

Es una pena que se vaya perdiendo la costumbre del besamano a los sacerdotes, pero da aún más pena el que ellos mismos en muchos casos la retiren, rehusando esta muestra de respeto de parte de los fieles. A veces se debe a una actitud de humildad mal entendida porque no se comprende lo que se ha dicho antes: que el homenaje no es a la persona sino a la dignidad que ésta ostenta y representa. Escamotear el honor debido a su dignidad no hace más humilde a la persona del sacerdote ciertamente, pero sí puede llegar a humillar al fiel que se ve retirar la mano que quiere besar, lo cual puede ser tomado como un rechazo. Otras veces esta actitud puede deberse –y esto sí es grave– a una concepción errónea sobre la identidad sacerdotal y sobre la naturaleza de lo sagrado.

Pensemos en un san Pío X o en un beato Juan XXIII: han sido reconocidos como modelos de modestia y humildad y, sin embargo, mantuvieron íntegra la etiqueta de la antigua corte pontificia, que hacía de la persona del Papa un objeto de constante pleitesía. ¿Puede dudarse de la sinceridad o la virtud de estos papas? Lo que pasa es que eran perfectamente conscientes de su altísima dignidad y estaban convencidos de que su honra redundaba en el esplendor de la fe católica y en la gloria de Dios.

¡Besemos las manos consagradas!