martes, 29 de septiembre de 2009

En la festividad de San Miguel Arcángel




Reproducimos este interesantísimo e instructivo artículo de la Enciclopedia Católica sobre el Arcángel San Miguel, cuya festividad celebramos hoy. Encomendémonos frecuentemente al gran Príncipe Batallador y Caudillo de las celestiales milicias, repitiendo esta jaculatoria:

Sancte Michaël Archangele, defende nos in proelio, ut non peremaus in tremendo iudicio (Oh San Miguel Arcángel: defiéndenos en la batalla para que no perezcamos en el tremendo juicio).


ARCÁNGEL MIGUEL

(Hebreo: “¿Quién es como Dios?”)

San Miguel es uno de los principales ángeles; su nombre era el grito de guerra de los ángeles buenos en la batalla emprendida en el cielo en contra del enemigo y sus seguidores. Su nombre se encuentra cuatro veces en la Escritura:

Daniel X, 13 ss.: Gabriel le dice a Daniel, cuando éste le pide a Dios que permita a los judíos volver a Jerusalén: “El príncipe del reino de Persia me ha hecho resistencia durante veintiún días, pero Miguel, uno de los Primeros Príncipes, ha venido en mi ayuda”;

Daniel XII, 1: El Ángel hablando del fin del mundo y del Anticristo dice: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo”.

En la Epístola Católica de San Judas I, 9: “En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra él juicio injurioso, sino que dijo: «Que te castigue el Señor».” San Judas alude a la antigua tradición judía de una disputa entre San Miguel y Satán sobre el cuerpo de Moisés, lo cual también se puede encontrar en el libro apócrifo de la asunción de Moisés (Origenes, De principiis, III, 2, 2). San Miguel concilió la tumba de Moisés; sin embargo Satanás al destaparla, trató de seducir al pueblo judío al pecado de la adoración heroica. San Miguel también resguarda el cuerpo de Eva, de acuerdo a la Revelación de Moisés (Evangelios Apócrifos, etc., ed. A. Walker, Edinburgh, p.647).

Apocalipsis XII, 7, “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón”. San Juan habla del gran conflicto al final de los tiempos, que refleja también la batalla en el cielo al principio de los tiempos. De acuerdo a los Padres existe frecuentemente controversia de San Miguel en la Escritura donde no se menciona su nombre. Dicen que era el querubín que estuvo en la puerta del paraíso, “para guardar el camino del árbol de la vida” (Gen III, 24), el ángel a través de quien Dios publicó el Decálogo para su pueblo escogido, el ángel que se puso en el camino para estorbarle a Balaam (Números XXII, 22 ss.), el ángel que hirió al ejército de Senaquerib (II Rey XIX, 35).



Según estos pasajes de la Escritura, la tradición cristiana le da a San Miguel cuatro oficios:

1) Pelear en contra de Satanás.
2) Rescatar a las almas de los fieles del poder del enemigo, especialmente a la hora de la muerte.
3) Ser el defensor del pueblo de Dios, los judíos en la Antigua Ley y los cristianos en el Nuevo Testamento, por tanto es patrono de la Iglesia y de las órdenes de caballeros durante la Edad Media.
4) Llamar de la tierra y traer las almas de los hombres a juicio ("signifer S. Michael repraesentet eas in lucam sanctam", Offert. Miss Defunct. "Constituit eum principem super animas suscipiendas", Antiph. off. Cf. "Hermas", Pastor, I, 3, Simil. VIII, 3).

Considerando su rango en la jerarquía celestial las opiniones varían; San Basilio (Hom. de angelis) y otros Padres Griegos, también Salmeron, Bellarmine, etc., ubican a San Miguel sobre todos los ángeles; dicen que se le llama “arcángel” porque es el príncipe de los demás ángeles; otros (cf. P. Buenaventura, op. cit.) creen que es el príncipe de los serafines, la primera de los nueve órdenes angélicos. Pero, de acuerdo a Santo Tomás (Summa, I:113:3) él es el príncipe del último coro y el más bajo, los ángeles. La liturgia romana parece seguir a los Padres Griego; lo llama "Princeps militiae coelestis quem honorificant angelorum cives". El himno del Breviario Mozarábigo ubica a San Miguel incluso sobre los veinticuatro mayores. La liturgia griega lo llama Archistrategos, "general más alto " (cf. Menaea, 8 Nov. and 6 Sept.).


Veneración

Hubiera sido natural para San Miguel, defensor del pueblo judío, ser defensor de los cristianos, dándoles la victoria en contra de sus enemigos. Sin embargo, los primeros cristianos reconocieron a algunos mártires como sus jefes militares: San Jorge, San Teodoro, San Demetrio, San Sergio, San Procopio, santo Mercurio, etc; pero a San Miguel le dieron el cuidado de sus enfermos. En Frigia, el lugar donde fue venerado por primera vez, su prestigio como sanador angelical obscureció su interposición en asuntos militares. Fue desde los primeros tiempos, el centro del verdadero culto de los santos ángeles. La tradición relata que en los primeros tiempos, San Miguel hizo una aparición medicinal en Chairotopa, cerca de Coloseo, donde todos los enfermos que bañaron ahí, invocando a la Santísima Trinidad y a San Miguel fueron curados.

Más famosas aún son las apariciones que se dice San Miguel realizó en la roca del Coloseo (Chonae, la actual Khonas, en el Lykos). Los paganos dirigieron una corriente en contra del santuario de San Miguel para destruirlo, pero el arcángel separó la roca con un trueno, para darle un nuevo curso a la corriente, y santificó para siempre las aguas que venían del cañón. Los Griegos afirman que esta aparición tuvo lugar a mediados del siglo primero, y celebran una fiesta en conmemoración de esto el 6 de setiembre (Analecta Bolland., VIII, 285-328).

También en Pythia en Bithynia y en todas parte de Asia, las ardientes apariciones eran dedicadas a San Miguel. De la misma manera en Constantinopla, san Miguel era considerado el gran médico celestial. Su santuario principal, el Michaelion, estaba en Sosthenion, casi 50 millas al sur de Constantinopla; ahí se dice que le arcángel se le apareció al Emperador Constantino. Los enfermos dormían en las noche en esta iglesia, esperando una manifestación de San Miguel; su festividad se mantenía ahí el 9 de junio. Otra famosa iglesia estaba entre los muros de la ciudad, en lo baños termales del Emperador Arcadius; ahí la festividad del arcángel era celebrada el 8 de noviembre. Esta fiesta se propago sobre toda la Iglesia Griega, y las Iglesias Siria, Armenia y Cóptica también la adoptaron; ahora es la principal fiesta de San Miguel en el Oriente. Se puede haber originado en Frygia, pero su punto de marca en Constantinopla fue la Thermae de Arcadius (Martinov: Annus Graeco-slavicus, 8 nov.). Otras fiestas de San Miguel en Constantinopla eran: 27 de octubre, en la iglesia Promotu; 18 de junio, en la iglesia de San Julián, en el Foro; y el 10 de diciembre en Athae.

Los Cristianos de Egipto, pusieron al río que les daba la vida, el Nilo, bajo la protección de San Miguel; adoptaron la fiesta Griega y la pusieron el 12 de noviembre; el día 12 de cada mes, celebraban una conmemoración especial del arcángel, pero el 12 de junio, cuando el río comenzaba a crecer, lo guardaban como feriado de obligación de la fiesta de San Miguel “por la crecida del Nilo” (euche eis ten symmetron anabasin ton potamion hydaton).

En Roma, el Sacramentario Leonino (siglo sexto) tiene el Natale Basilicae Angeli via Salaria, 30 de setiembre; de las cinco Misas para la celebración, tres mencionan a San Miguel. El Sacramentario Gelasiano (siglo sétimo) da la fiesta S. Michaelis Archangeli, y el Sacramentario Gregoriano (siglo octavo), Dedicatio Basilionis S. Angeli Michaelis, 29 de setiembre. Un manuscrito añade “via salaria” (Ebner: Miss. Rom. Iter Italicum, 127). Esta iglesia de la Via Salaria estaba a seis millas al norte de la ciudad; en el siglo noveno fue llamada Basilica Archangeli in Septimo (Armellini: Chiese di Roma, p. 85). Desapareció hace 200 años. En Roma también se le dio a San Miguel la parte de médico celestial. De acuerdo a una leyenda ¿apócrifa? Del siglo décimo, él se apareció sobre la Moles Hadriani (Castel Sant'Angelo), en el 950, durante la procesión que sostuvo San Gregorio en contra de la pestilencia, poniéndole fin a la plaga. Bonifacio IV (608-15) construyó en la Moles Hadriani en honor a él una iglesia, que estaba estilada Sancti Michaelis inter nubes (in summitate circi).

Bien conocida es la aparición de San Miguel (494 o 530-40), como se relata en el Breviario Romano, el 8 de mayo, en su santuario en el Monte Gargano, donde le fue restaurada su gloria original como patrono de la guerra. Los Lombardos de Sipontum (Manfredonia) le atribuyen su victoria sobre los Griegos Napolitanos, el 8 de mayo del 663, a su intercesión. En conmemoración de esta victoria la iglesia de Sipontum instituyó una fiesta especial en honor del arcángel, el 8 de mayo, que se ha esparcido sobre toda la Iglesia Latina, y ahora es llamada (desde el tiempo de Pío V) Apparitio S. Michaelis, sin embargo originalmente no conmemoraba la aparición sino la victoria.

En Normandía San Miguel es considerado patrón de los marineros en su famoso santuario de Mont-Saint-Michel, en la diócesis de Coutances. Se dice que apareció ahí en el año 708, a San Auberto, Obispo de Avranches. En Normandía su festividad S. Michaelis en periculo maris o "en el Monte Tumba", fue celebrada universalmente el 18 de octubre, el aniversario de la dedicación de la primera iglesia, 16 de octubre del 710; la fiesta luego se confinó a la Diócesis de Coutances. En Alemania, luego de su evangelización, San Miguel reemplazó para los Cristianos al dios pagano Wotan, a quien se santificaron muchas montañas, por ende las numerosas capillas de San Miguel en toda Alemania.

Los himnos del Oficio Romano, se dicen fueron compuestos por San Rabanus Maurus de Fulda (d. 856). En el arte San Miguel es representado como un ángel guerrero, armado con un casco, espada y armadura (frecuentemente la armadura presenta la inscripción Latina: "Quis ut Deus"), parado sobre el dragón, a quien a veces clava con una lanza. También sostiene un par de balanzas en donde pesa las almas de los desviados (cf. Rock: La Iglesia de Nuestros Padres, III, 160), o el libro de la vida, para mostrar que el toma parte en el juicio. Su fiesta (29 de setiembre), en la Edad Media era celebrada como un feriado obligado, pero junto con otras fiestas fue gradualmente abolida durante el siglo dieciocho.

El Día de Michaelmas, en Inglaterra y en otros países, es uno de los cuartos días regulares para el ajustamiento de rentas y cuentas; pero ya no es remarcada por la hospitalidad con la que era originalmente celebrada. Muchas familias tenían una vestimenta para el Día de Michaelmas. En algunas parroquias (Isle de Skye) tenían una procesión en este día y preparaban un pastel, llamado la hogaza de San Miguel.

FREDERICK G. HOLWECK
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Armando Teullet Llaza





miércoles, 23 de septiembre de 2009

El Padre Pío, los grupos de oración y los cenáculos




“Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia” .

San Pío de Pietrelcina


Los Grupos de Oración (Gruppi di Preghiera) constituyen una de las grandes obras del Padre Pío, surgida no por un plan preconcebido, sino espontáneamente como derivación de su apostolado. Como se sabe el capuchino estigmatizado exhortaba invariablemente a sus penitentes y visitantes a la oración, la que él mismo practicaba con preferencia y perseverancia. Estaba convencido de que, como asegura san Alfonso María de Ligorio, “el que ora ciertamente se salva; el que no ora se condena”. Sabía que no hay cosa que deteste tanto el demonio como la comunicación y comercio con Dios, que eso es la oración.

Los devotos del Padre Pío se entregaban, pues, a la plegaria, pero pronto sintieron la necesidad de reunirse para orar en común. El primer núcleo de grupos de orantes se formó en torno a la naciente obra de la Casa Sollievo della Sofferenza (Alivio del Sufrimiento), el hospital fundado en 1940 frente al convento de San Giovanni Rotondo con las limosnas recibidas por el santo fraile y que era como la niña de sus ojos, su obra predilecta. Hay que destacar los nombres de Guglielmo Sanguinetti, Mario Sanvico, Carlo Kisvarday, John Telfener, Ida Seitz, Angela Serritelli y Cleonice Morcaldi, que fueron los mayores impulsores del proyecto hospitalario. El Padre Pío, que estaba convencido de que sin la oración ninguna acción apostólica podía prosperar, los animaba, los guiaba y les daba orientaciones para que fueran el apoyo espiritual de aquél.

En plena Guerra Mundial, el 17 de febrero de 1942, había Pío XII hizo un urgente llamado a todos los católicos pidiendo oraciones, el cual renovó una vez acabada la conflagración. A pesar de la paz, la situación del momento era particularmente difícil: una parte de la Humanidad sufría las terribles consecuencias de la locura bélica; el mundo se hallaba dividido en dos bloques hostiles e irreconciliables, la Iglesia había sido reducida al silencio en los países sometidos al comunismo (cuya sombra se cernía amenazante sobre el mundo libre) y sufría una diabólica persecución. El Padre Pío, siempre atento a la voz del Vicario de Cristo, puso los nacientes grupos de oración en sintonía con los deseos e intenciones papales, instando a sus hijos espirituales a orar por la Iglesia, en la Iglesia y con la Iglesia, en comunión con sus pastores y en fidelidad a ellos. Es éste el inequívoco sello de la obediencia seráfica, que movía al capuchino de San Giovanni Rotondo como a su santo fundador, el Poverello de Asís, de quien fue digno émulo.

San Pío de Pietrelcina llamó a los grupos de oración “viveros de fe, hogares de amor”. Fe y amor. Oración y acción. Contemplación y apostolado. Dos elementos esenciales de la vida espiritual que quiso conjugar en ellos su inspirador, el cual quería que sus hijos espirituales fueran intercesores, que prestaran su voz al clamor de las criaturas a su Creador, que vivieran una intensa vida sacramental centrada en la Eucaristía y que dieran de lo que habían recibido. Para el Padre Pío la fe es operativa por la caridad y la oración fecunda en obras; por eso, quiso vincular los grupos de oración a la de la Casa Sollievo della Sofferenza. He aquí el porqué los cenáculos tienen siempre una proyección apostólica inspirada en las obras de misericordia.

El capuchino estigmatizado no solía predicar, pues su palabra se prodigaba en el encuentro personal en el confesionario, en la dirección espiritual y en la atención a los peregrinos. Pero por sus amados grupos de oración accedió a hablar en público en ocasión del décimo aniversario de la inauguración de la Casa Sollievo della Sofferenza. Vale la pena copiar sus palabras, que contienen el espíritu que los informa :

“Mi recuerdo y paternal pensamiento se dirige de manera muy especial a los Grupos de Oración, difundidos por todo el mundo y presentes hoy aquí, en ocasión del primer decenio de la Casa y de su segundo congreso internacional. Alineados con la Casa Sollievo della Sofferenza, son ellos la vanguardia de esta ciudadela de la caridad. Viveros de fe, hogares de amor, en los cuales Cristo mismo se hace presente cada vez que se reúnen para la plegaria y el ágape eucarístico bajo la guía de sus pastores.

“Es la plegaria, esta fuerza unida de todas las almas buenas, la que mueve el mundo, la que renueva las conciencias, la que sostiene la Casa, la que consuela a los que sufren, la que cura a los enfermos, la que santifica el trabajo, la que eleva la asistencia sanitaria, la que da la fuerza moral y la cristiana resignación al sufrimiento humano, la que expande la sonrisa y la bendición de Dios sobre toda flaqueza y debilidad”.
(San Giovanni Rotondo, 5 de mayo de 1966).


De todo esto se deducen los cinco principios que presiden el establecimiento y funcionamiento de los grupos de oración:

1.- Plena e incondicional adhesión a la doctrina de la Iglesia Católica, guiada por el Papa y por los Obispos.

2.- Obediencia al Papa y a los Obispos, cuyo portavoz, dentro del Grupo, es el Sacerdote Director Espiritual, nombrado por el Obispo.

3.- Oración con la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia, con la participación activa en la vida litúrgica y sacramental, vivida como vértice de la íntima comunión con Dios.

4.- Reparación a través de la participación de los sufrimientos de Cristo, según las enseñanzas de San Pablo.

5.- Caridad activa e laboriosa en el alivio de los que sufren y de los necesitados, como actuación práctica de la caridad hacia Dios.

Los grupos de oración han inspirado a otras organizaciones de seglares, entre las que destacan los Cenáculos de Oración. A veces se confunden cenáculos y grupos, pero no son lo mismo. A diferencia de los grupos de oración, los cenáculos no suelen reunirse en las parroquias u otros locales dependientes de la Iglesia, sino en domicilios particulares, a semejanza de la casa en la que Jesucristo y sus Apóstoles comieron la Pascua antes de la Pasión y donde éstos “perseveraban en la oración” junto con la Virgen y las santas mujeres, antes de Pentecostés. De ahí que se denomine a estas reuniones “cenáculos”. Tampoco su consiliario o director espiritual es necesariamente nombrado por el Obispo, sino que se puede invitar libremente a cualquier sacerdote pío y observante. No se trata de ignorar la autoridad legítima de la Iglesia, sino de obrar con la santa libertad de los Hijos de Dios y con las precauciones necesarias ante posibles desviaciones doctrinales en el cierto clero, de lo cual hay, desgraciadamente, hay muchos ejemplos.

Cenáculos de oración han surgido para diversos fines, especialmente para promover apariciones marianas (La Salette, Fátima, Garabandal) o movimientos espirituales como el Movimiento Sacerdotal Mariano o la defensa de la misa tridentina. Los cenáculos no tienen una organización central como los grupos de oración, por lo que su difusión es más improvisada y espontánea. También el orden de sus reuniones varía según el espíritu y la idiosincrasia de cada agrupación. En algunos hay un cierto parentesco con la Legio Mariae (Legión de María), pero se distinguen en el hecho de que ésta es una organización volcada a la acción apostólica, en tanto que los cenáculos, sin descuidarla, son esencialmente reuniones para la plegaria en común.

Copiamos del antiguo Cenáculo de Oración del Padre Moreno, organizado en 1982 por el Excmo. Sr. Embajador Don Julio Vargas-Prada, en un domicilio de Lima (Perú) el siguiente orden:

Himno Veni Creator Spiritus
Exposición de intenciones de vivos y por los difuntos encomendadas al cenáculo
Rezo del Santo Rosario con las Letanías Peruanas (aprobadas por Pablo V para el Perú)
Explicación didáctica de algún punto de doctrina o liturgia (por el consiliario eclesiástico cuando asiste o por el presidente del cenáculo)
Coloquio sobre dicho tema
Canto del Angelus
Dialogo sobre noticias de actualidad y cuestiones prácticas.
Acto de reparación final
Canto de la Antífona mayor mariana que corresponda.
Refrigerio de convivencia

Como se ve, no hay misterio ni mayor dificultad en organizar un cenáculo, siempre que se encuentre un cierto número de personas bien dispuestas y de fe católica acreditada. El número ideal es de doce a quince. Cuando un cenáculo lo duplica, debería escindirse en dos para multiplicar los focos de difusión.

Los grupos de oración y los cenáculos son dos maneras distintas de cumplir un mismo ideal y objetivo: la intercesión. Ambas formas de asociación tienen al Padre Pío por patrono e inspirador. Una es más institucional y la otra más informal, pero Spiritus ubi vult spirat (el Espíritu sopla donde quiere) y no hay que cerrarse a ninguna posibilidad de honrar a Dios, servir a la Iglesia y ayudar a los hermanos. Desde el Costumbrario Tradicional Católico animamos a nuestros lectores a que se unan a grupos de oración o formen cenáculos. En los tiempos que corren, que nos hacen pensar en la proximidad de la Parusía, es más necesario que nunca perseverar en la oración, en actitud de espera, como los Apóstoles antes de Pentecostés.


Perseveraban en la oración...


domingo, 13 de septiembre de 2009

14 de septiembre: la Exaltación de la Santa Cruz



La liturgia romana dedicó a la Santa Cruz de Nuestro Señor, además del Viernes Santo (cuyo acto central es precisamente la adoración del instrumento de nuestra Redención), dos festividades peculiares, celebradas en la Iglesia universal: la Invención (3 de mayo) y la Exaltación (14 de septiembre). El calendario particular español contempla, por su parte, una tercera: la del Triunfo de la Cruz (17 de julio), en conmemoración de las Navas de Tolosa. La festividad del 3 de mayo recuerda el hallazgo (inventio) de la verdadera Cruz por santa Elena Augusta, madre del emperador Constantino (cuya historia está tan ligada a aquélla desde la famosa aparición la víspera de la batalla del Puente Milvio: In hoc signo vinces). La del 14 de septiembre, que es más antigua, originalmente evocaba el mismo suceso, pues se creía que era ésta la fecha en la que tuvo lugar. Pero para no crear confusiones, acabó por dedicarse a conmemorar la recuperación de la cruz de manos de los persas por el emperador Heraclio.

La célebre peregrina Eteria, valioso testigo de la vida cristiana del siglo IV, refiere con todo detalle en su Peregrinatio la celebración que tenía lugar en Jerusalén el 14 de septiembre, día en el que se juntaba en una misma fiesta la de la Invención de la Cruz y la dedicación de la basílica constantiniana tripartita del Martyrion y la Anastasis (Santo Sepulcro). El concurso de fieles era inmenso y acudían gran número de obispos y monjes y hasta anacoretas provenientes de Siria, Mesopotamia, Egipto y la Tebaida. Llegaban peregrinos de muchas provincias del Imperio. La importancia de la festividad era tal que se equiparaba a la Pascua y a la Epifanía, por lo cual todas las iglesias de Jerusalén se adornaban con la misma riqueza que en estas ocasiones. Con el tiempo la dedicación de la basílica del Santo Sepulcro pasó a segundo plano hasta quedar casi por completo obnubilada.

Con el tiempo, la fiesta de la Exaltación de la Cruz se comenzó a celebrar en todos aquellos lugares donde se conservaba la reliquia de la Vera Cruz (Lignum Crucis). En Roma se introdujo bajo el reinado del papa Sergio I (687-701), según consta por el Liber Pontificalis. En ese día se exponía y adoraba el fragmento de la Cruz llevado a Roma por santa Elena. La ceremonia revestía la misma solemnidad que la adoración que tenía lugar en Viernes Santo y se celebró hasta el siglo XIII. Mientras tanto, a través de los sacramentarios galicanos, había entrado en la liturgia romana la festividad del 3 de mayo, que se celebraba desde la época carolingia sin estar claro su origen. Al fundirse los libros litúrgicos galicanos con el sacramentario gregoriano subsistieron, sin embargo, ambas fiestas, aunque tenían el mismo objeto. Como queda dicho, la del 14 de septiembre, originalmente dedicada al hallazgo de la Cruz, pasó a ser el recuerdo litúrgico de su recuperación del poder de los paganos.


Piero della Francesca: Batalla de Heraclio contra Cosroes II
(Storie della Vera Croce, Arezzo)


El año 614, los persas, al mando del general Sharbahraz, conquistaron Damasco y Jerusalén. De la Ciudad Santa se llevaron la Cruz como trofeo, siendo incrustada en el trono de madera del rey sasánida Cosroes II Parviz (el Victorioso). Durante años, los cristianos, sumidos en disputas internas, no pudieron hacer frente al avance de los persas, pero en 622 el emperador Heraclio tomó finalmente el control de la situación y empezó a avanzar victoriosamente contra aquéllos. En 627 los venció en Nínive, logrando avanzar hasta Ctesifonte, la capital de Cosroes II, el cual huyó sin resistir pero sólo para ser depuesto por los magnates, que pusieron en el trono a su hijo Khavad II, el cual le hizo asesinar, lo mismo que a sus dieciocho hermanos, y entró en negociaciones con Heraclio. En el curso de éstas murió Khavad, siendo sucedido por su hijo Ardacher III, quien firmó la paz con Bizancio, sellándola con la devolución de la Cruz a los cristianos el año 629. Heraclio llevó en triunfo la sagrada reliquia de regreso a Jerusalén. Al llegar a sus puertas, la comitiva hubo de detenerse porque se derrumbó una parte del muro obstaculizando el paso. Apareció entonces un ángel que hizo ver al emperador que la gran pompa de la que iba acompañado no casaba con la humildad con la que Jesucristo había entrado en la Ciudad Santa, montado sobre un pollino. Emocionado hasta las lágrimas, Heraclio se despojó de sus ricas vestiduras y, tomando la Cruz a hombros, entró con ella en Jerusalén, llevándola al Calvario y restaurando la iglesia del Santo Sepulcro.

Tanto la historia de la Invención de la Cruz por santa Elena como la de su recuperación por Heraclio forman parte de lo que se llama la Legenda Sanctae Crucis (Leyenda de la Santa Cruz), que no significa que se trate de un relato mítico o fabuloso, sino una historia para ser leída (legenda) y meditada. El dominico Jacopo de Voragine (1228-1298) la inmortalizó en su famosa Legenda Aurea (Leyenda Dorada). Basándose en ella, Piero de la Francesca (1415-1492) pintó una serie de magníficos frescos en la capilla Bacci de la catedral de Arezzo bajo el título de Storie della Vera Croce (Historias de la Vera Cruz). Es una de las grandes obras maestras del Renacimiento.


Agnolo Gaddi: Decapitación de Cosroes y entrada de Heraclio
con la Vera Cruz en Jerusalén

La festividad de hoy nos lleva a reflexionar en la Santa Cruz como un signo de victoria: la de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, la del Bien sobre el mal, la de la Luz sobre las tinieblas. Cristo, crucificado en ella, alzado entre el cielo y la tierra, reconcilia a Dios con los hombres, al Creador con sus criaturas, y juzga al mundo y su iniquidad. Su poder se manifiesta precisamente cuando parece despojado de él; por eso dice el himno de Venancio Fortunato “regnavit a ligno Deus” (ha reinado Dios desde el madero). El signo de la Cruz es, pues, un signo poderoso de protección contra el maligno y sus insidias. De allí que debamos usarlo constantemente, en todos nuestros actos importantes, para vencer las tentaciones, para que nuestras obras tengan un buen resultado y para que el Señor nos proteja en todos los momentos de nuestra vida.

Usamos de la señal de la Cruz de dos maneras: santiguándonos y persignándonos. Santiguarse es llevar las yemas de los dedos de la mano derecha de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho (los orientales invierten el movimiento horizontal: y llevan la mano del hombro derecho al izquierdo para ser como un reflejo exacto de los movimientos del sacerdote que bendice). Al mismo tiempo que uno se santigua dice: “In nomine Patris (+), et Filli (+), et Spiritus (+) Sancti. Amen” (En el nombre del Padre (+), y del Hijo (+), y del Espíritu (+) Santo. Amén). Hay quienes acostumbran al final besar el dedo pulgar extendido sobre el índice formando una cruz, como reverencia y devoción al signo de nuestra redención. Sin embargo, por piadosa que sea esta práctica no forma parte del acto de santiguarse. Cuando se hace la señal de la cruz tomando el agua bendita se ha de decir primero, al sumergir los dedos en la pila: “Haec aqua benedicta sit nobis salus et vita” (Que esta agua bendita, nos sea salvación y vida). Santigüémonos frecuentemente: cuando comenzamos el día, al salir de casa, al pasar delante de una iglesia, en los peligros y tentaciones, al entrar y salir de la iglesia, al oír blasfemar o jurar, al bendecir la mesa, al empezar una obra importante, al pasar frente a un cementerio o encontrarse con un cortejo fúnebre como señal de respeto a las ánimas de los difuntos, al volver al hogar y al encomendar nuestro sueño a Dios.

Además de santiguarnos también nos persignamos y lo hacemos con la yema del dedo pulgar de la mano derecha, haciendo pequeñas cruces respectivamente sobre la frente, los labios y el corazón y, acto seguido, santiguándonos. Al hacerlo decimos: Per signum (+) Sancta Crucis, de inimicis (+) nostris, libera nos (+), Domine Deus noster. In nomine Patris (+), et Filli (+), et Spiritus (+) Sancti. Amen” (Por la señal (+) de la Santa Cruz, de nuestros (+) enemigos líbranos (+), Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre (+), y del Hijo (+), y del Espíritu (+) Santo. Amén). Esta manera de hacer la señal de la cruz se emplea para empezar algún ejercicio de piedad importante, como el Via Crucis, el Santo Rosario, las Coronas de Gozos y Dolores, las Novenas, la meditación, etc. También cuando, al entrar en la iglesia, después de santiguarnos con el agua bendita y hacer la genuflexión ante el tabernáculo, nos arrodillamos para empezar nuestras devociones.

En la liturgia hay varios signos de la cruz. La misa empieza con el acto de santiguarse. El mismo se efectúa: al versículo Adiutorium nostrum antes del acto penitencial, al Indulgentiam, a las primeras palabras del Introito, al final de la doxología mayor, al final del Credo, al Benedictus después del Sanctus, al Indulgentiam que precede la comunión de los fieles y a la bendición final (a veces también antes y después de la homilía o sermón, si lo hay). Nos persignamos, en cambio (aunque sin santiguarnos) al anuncio del Evangelio de la misa y del Prólogo de san Juan. En los demás ritos católicos se usa ampliamente el signo de la Cruz, especialmente siempre que se recibe la bendición, pero sobre todo en la bendición eucarística que sigue a la exposición y a la reserva del Santísimo Sacramento.

Hacer la señal de la cruz, sea santiguándose sea persignándose, es un acto de la virtud de religión, que debemos hacer con toda devoción y decoro y no a la volada o de cualquier manera. Muchas veces parece que algunas personas hacen una mueca o un pase mágico en lugar de evocar el signo bendito y sagrado de nuestra salvación. Es como si nos avergonzáramos de que nos vieran y tratáramos de disimular. No: el cristiano ha de confesar a Cristo delante de los hombres (si no quiere que Jesucristo se avergüence de él delante de Dios Padre) y, por consiguiente, debe santiguarse o persignarse de modo sobrio, pausado y sin precipitaciones. Es una elemental regla de urbanidad para con Dios. Si nos esmeramos en homenajear a los grandes de este mundo al saludarlos, ¡cuánto más debe ser nuestro cuidado al dirigirnos a Dios e invocar su asistencia con la señal de la Cruz! Que ésta sea hoy la enseñanza del gran día de la Exaltación de la Santa Cruz.

Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi:
Quia per Sanctam Crucem Tuam redemisti mundum!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Rosario Sacerdotal: Tercer Misterio Gozoso


EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN


En aquella época salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a empadronarse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras se encontraban en Belén, se le cumplieron los días del parto; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él» (Luc. II, 1-14).

Consideremos, en primer lugar, la circunstancia del nacimiento de Jesús. Él debía aparecer como el heredero de la Casa de Jacob y de la dinastía davídica, a las cuales estaban vinculadas las grandes promesas mesiánicas. Por eso, ya no sólo José le acepta como su hijo, desistiendo de repudiar a su Madre, con lo que legalmente vendrá a ser hijo suyo (de quien es el huerto es la flor que en él nace), sino que oficialmente, para el Imperio Romano, la potestad legítima que gobierna en aquel momento, el Niño que nacerá será registrado en el censo como hijo de José, reforzándose así, a los ojos de los hombres, su estirpe regia (que, por la carne, ya le venía de María). Todo sacerdote, a imitación de Cristo, debe, pues, aparecer como otro Cristo, con los atributos de su realeza, que es sobre todo espiritual y de la cual participa de modo especial en virtud de su ordenación. Esa realeza la ejerce juzgando en el tribunal de la penitencia y dirigiendo a las almas y santificándolas para que formen parte del reino de Jesucristo, que no es de este mundo, pero está en este mundo y empieza a incoarse aquí.

Fijémonos en el dato que nos aporta el evangelista. Jesús debe nacer en una cuadra de animales “porque no hubo lugar en el mesón”. Se puede imaginar que con el empadronamiento en curso, los albergues debían estar llenos. Ni siquiera el estado de avanzada gravidez de María hizo conmoverse a los posaderos por el caos y las preocupaciones de una clientela ya colmada. De modo que Ella y José se ven obligados a buscar cobijo y lo encuentran en el lugar donde se guardan los animales domésticos. Hay que decir, sin embargo, que en esa época la familiaridad con las criaturas irracionales era mucho mayor que hoy, cuando, sumergidos en una sociedad urbanita y de confort no estamos en contacto ya con la naturaleza. Las familias convivían con sus animales, por lo que no es tan extraordinario ni raro el que Jesús naciera entre ellos por no haber acomodo en las habitaciones normales. Esto nos mueve a una doble reflexión.

En primer lugar, ¡cuántas veces llama el Señor a la puerta de nuestras almas y no le respondemos o le cerramos la puerta, diciéndole: “no hay sitio para Ti”! Lo hacemos cada vez que llenamos nuestra posada interior con otra clase de huéspedes, que nos distraen de dar hospitalidad a Quien realmente tiene derecho a ella, a una hospitalidad total, incondicional y diligente. Tenemos nuestros espíritus ocupados en tantas cosas, en tantos activismos, en tantas vanidades, en tantas disputas y tantos afanes y cuidados, que cuando pasa Jesús lo despachamos porque no tenemos lugar para Él. Y no pide mucho: un corazón sencillo y limpio donde poder nacer. Claro, si lo tenemos ocupado, si no está disponible, pasa de largo y se marcha adonde sí es recibido. Normalmente es la soberbia la que nos impide ver a quién le estamos cerrando la puerta. Pagados como estamos de nosotros mismos no sabemos reconocer la voz inconfundible de Dios que llama y volvemos a las preocupaciones que nos tienen ocupado el sitio. ¡Qué triste que, como María y José en Belén, el Señor tenga que buscar otros lugares donde ser acogido!

Y esos lugares son los corazones de los sacerdotes humildes, despojados de todo artificio, mansos como el buey y la mula que dieron con sus generosos vagidos el primer calor al Niño Jesús, cálidos por el fuego de la fe inquebrantable. Sí, el Mesías nació en el portal de un establo, entre sus criaturas más humildes, como humildes deben ser sus ministros para saber recibirle y acogerle, darle abrigo y cobijo. La paja del pesebre sobre la que se acurrucó al Niño Divino nos muestra a qué se adaptó para nacer: a lo más pobre y a lo más simple, y nos hace pensar en la vanidad de tantas cosas de las que nos preocupamos y por las que nos desvivimos, y que nos hacen olvidar desgraciadamente a Aquel que desearía encontrar posada en nosotros, para nacer y renacer cada vez. Para los sacerdotes, esta inhabitación de Jesús es tanto más importante cuanto que ellos, por los poderes sublimes del sacramento del orden, hacen nacer a Jesucristo en la misa. Cada vez que consagran se realiza el mismo milagro: Cristo viene al mundo con Su Carne y con Su Sangre, con Su Alma y con Su Divinidad. Antes de ser Calvario, el altar es Portal de Belén.

Otro dato que puede prestarse a la meditación es la doxología de los Ángeles en el Cielo, después de anunciar a los pastores (es decir, a los más humildes en primer lugar) el nacimiento del Mesías: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de la buena voluntad!”. Estas palabras resumen maravillosamente cuál es el objeto y cuál es la misión del sacerdocio católico: dar gloria a Dios y dar paz a los hombres. El culto divino, especialmente la Santa Misa, es un culto latréutico, de adoración y alabanza a Dios. Mediante dicho culto, la criatura rinde homenaje a su Creador y reconoce su absoluta dependencia respecto de Él, le da gloria y gracias por sus bondades y su providencia. Pero también el sacerdote, cuando oficia en el culto, hace de intermediario entre Dios y los hombres a los que ama y restaura las relaciones entre ellos, rotas por el pecado; es decir, pone paz, tiende puentes. Por eso, la epístola a los Hebreos, llama “pontífices” a los sacerdotes, porque levantan los puentes que comunican a los hombres con Dios. Es por ello por lo que la misa, además de ser sacrificio latréutico y de acción de gracias, es también sacrificio propiciatorio e impetratorio. El nacimiento de Cristo sobre el altar y su incruenta pero real inmolación nos permite poder dirigirnos a Dios nuevamente y pedirle cuanto necesitamos, además de adorarlo, alabarlo y darle gracias. Lo que Jesús empezó naciendo en Belén, lo continúa hoy y hasta el fin del mundo en nuestras iglesias.

Y aquí cabe, en fin, un pensamiento sobre María y José, que se nos presentan como modelos sacerdotales, ya que hacen contribuyen con el plan salvífico de Dios en la Encarnación, de modo semejante a como se espera que los sacerdotes contribuyan a ese mismo plan salvífico renovando cada día el misterio de la Encarnación consumado mediante la Redención del sacrificio supremo.


El altar es Portal de Belén y Calvario