San Blas es uno de los catorce Santos Auxiliadores, es decir aquellos a cuya invocación se atribuye desde antiguo una especial eficacia. Debió nacer en la segunda mitad del siglo III y era natural de Sebaste, en la provincia de Capadocia (que formaba parte de Armenia), donde estudió filosofía, aunque acabó decantándose por la medicina, que ejercía con gran ciencia y piedad, compadeciéndose de los enfermos necesitados. También se apiadaba de los animales, a los que curaba y que, como por instinto, acudían a él en busca de auxilio. Era tal su fama que fue elegido obispo de su ciudad natal. Habiendo el co-emperador Licinio, augusto en Oriente, desatado una cruel persecución contra los cristianos, Blas se retiró a la vida eremítica, viviendo en una caverna. Como a san Pablo ermitaño, los pájaros le llevaban su sustento y vivía rodeado de animales, a los que atendía y bendecía. Cierto día, durante una caza, acertaron a pasar por el paraje donde vivía el obispo de Sebaste los soldados del gobernador local, extrañados de no haber podido capturar ni una sola bestia (y es que todas se hallaban bajo la protección del hombre de Dios).
Capturado por la gente del gobernador, Blas fue conducido ante la presencia de éste. Por el camino una viuda se le acercó, pidiéndole que auxiliara a su hijo que se estaba ahogando al habérsele atragantado una espina de pescado. El santo obispo salvó al niño y obtuvo que un lobo restituyera un cerdo que había robado a la viuda dejándola sin sustento. El gobernador, una vez Blas estuvo ante él, le quiso obligar a sacrificar a los dioses, lo cual rechazó éste. Sometido a tortura y echado en una miserable prisión, la viuda a la que había socorrido le llevó pan y carne del cerdo para que comiera algo y una vela para alumbrar la tenebrosa mazmorra. Como se resistiera aún a renegar del cristianismo, el obispo fue mandado ahogar en un estanque cercano, pero al ser arrojado en él no se hundió. Entonces el gobernador lo mandó decapitar. Sucedía esto el año 316.
San Blas es especialmente invocado contra los males de garganta. En el día de su fiesta, el 3 de febrero, se bendicen en su honor y con una oración especial las candelas, las cuales, cruzadas, se ponen tocando la garganta a los fieles mientras se invoca sobre ellos la intercesión del santo para que se vean librados de las enfermedades y dolores de esa parte del cuello. También son bendecidos en el mismo día pan, vino, agua y frutos, es decir todo lo que puede ser deglutido y pasa por la garganta, para que el Señor nos libre de asfixiarnos o sofocarnos comiendo. La candela y el pan recuerdan los que dio la viuda a Blas cuando se hallaba en prisión. El culto de este santo se difundió en Europa desde el norte en los siglos XI y XI y se hizo muy popular, hasta el punto que el 3 de febrero llegó a ser día festivo. El Rituale Romanum trae los dos ritos de bendición relacionados con san Blas y que vale la pena que se los recordemos a nuestros sacerdotes.
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