viernes, 27 de febrero de 2009

Viernes después de Ceniza: la Sagrada Corona de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo




Al hilo de lo que decíamos con motivo de la festividad de la Huída a Egipto, hoy, viernes después de Ceniza, toca conmemorar la Corona de Espinas que ciñó la divina cabeza del Rey de Dolores, nuestro Redentor Jesucristo. Cada viernes de este período penitencial de la Cuaresma se recordará un aspecto especial de su Pasión, Muerte y Sepultura, lo que nos servirá de guía para la meditación. Ya mencionamos el hecho de que los formularios de las misas correspondientes ya no aparecen en la edición típica del Missale Romanum de 1962 promulgada por el beato Juan XXIII, pero que no fueron del todo suprimidas, al poderse mantener allí donde exista costumbre y devoción. Creemos que se trata de misas con bellísimos textos que no deberían caer en el completo olvido. Son pequeñas joyas de la liturgia católica, que, como ciertas antiguas alhajas familiares deberían sacarse de vez en cuando por su valor y belleza aunque no se las use de ordinario.

Una corona evoca inmediatamente la idea de realeza. La corona de espinas nos lleva a la consideración de la realeza de Jesucristo en sus implicaciones más profundas. Él es ciertamente Rey por naturaleza y derecho propio y en el sentido más amplio: primero, como Dios, Autor y por consiguiente Señor de todo lo creado; segundo, como el Verbo de Dios por Quien fueron hechas todas las cosas y a Quien el Padre se las ha entregado. Pero también es Rey por derecho de conquista, pues ha acabado con el predominio del reino de Satanás sobre las almas, de las que éste se había enseñoreado al tentar a nuestros primeros padres. Y lo ha hecho con su sacrificio consumado en el Calvario. Íntimamente conectada con esta idea del Rey paciente se halla la del Rey mesiánico, “a quien el Señor Dios dará el trono de David su Padre y que reinará en la Casa de Jacob para siempre, sin que su reino tenga fin” como anunció el ángel a María (Luc I, 32-33). El reino de Nuestro Señor, incoado ya por su Pasión, se halla en la tensión del “ya pero todavía no” hasta que al fin de los tiempos se restauren en Él todas las cosas por su manifestación y venida en gloria y majestad. El lapso que hay en medio es el tiempo de la Iglesia, en el que son congregados los súbditos del Reino.

Todos estos conceptos están contenidos en los textos de la misa de hoy, en la que se presenta la realeza de Jesucristo bajo su doble aspecto: el doloroso y el triunfal. En el introito aparece el Señor prefigurado en el rey Salomón, su antepasado, rodeado de esplendor. A esta escena hace contrapunto la del evangelio del día, que nos muestra a Jesús, humillado y ultrajado, con los símbolos de la condición regia (la corona y la púrpura), pero desvirtuados de su significado y tornados en irrisión. Esto nos lleva a la consideración de que la gloria verdadera pasa por el sufrimiento y de que lo que vale cuesta. Por eso se nos promete en el tracto: “Corona tribulationis effloruit in coronam gloriae”: la corona de la tribulación ha florecido como corona de gloria. Pero ha florecido porque se ha asumido esa misma tribulación y lo que para los hombres es motivo de ignominia se convierte con Cristo en prenda de honor. Es el mismo tema de la Cruz, patíbulo infamante para los romanos, que se transforma en el trono desde el cual reina el Señor: “regnavit a ligno Deus” (ha reinado Dios en el madero), como reza el hermoso himno Vexilla Regis de Venancio Fortunato.

La Corona de Espinas, pues, en virtud de la Pasión de Cristo, se convierte en “corona de lapide pretioso” (corona de piedras preciosas), en “diadema speciei” (diadema de belleza) y “sertum exsultationis” (guirnalda de júbilo), digna de adoración porque por ella recordamos el precio de nuestra redención (como se dice en la antífona del ofertorio). Es la misma corona que se promete a los que, como san Pablo, acometen el buen combate y corren en la carrera (“bonum certamen certavi, cursum consumavi”); por eso en la secreta pedimos a Dios que confirme nuestra fuerza como soldados suyos “a los que anima la corona de su Hijo en este estadio de nuestra condición mortal, para que, una vez hayamos acabado la contienda y la carrera, recibamos el premio de la inmortalidad”. No es el discípulo mayor que el maestro: así pues, no nos faltarán espinas y abrojos, que circundarán nuestras vidas como una corona dolorosa; pero tenemos el ejemplo de Nuestro Señor, que trocará nuestras penas en gozos si correspondemos a su gracia. La corona de espinas de cada uno se convertirá en corona gloriosa.

La reflexión espiritual que nos sugiere la Corona de Espinas es doble. En primer lugar, consideremos que la cabeza es donde reside el orgullo. Los soberbios gustan de alzar la cabeza y mirar por debajo del hombro con desprecio: de ahí viene los términos “altivez” y “altanería”. Los símbolos del poder se colocan preferentemente en la cabeza, que es ceñida de laurel, de oro, de gemas, de plumas y de todo aquello que indica supremacía. El misterio de Cristo coronado de espinas (que contemplamos en el rosario) nos enseña la mortificación de las actitudes, es un llamado a la humildad, virtud opuesta al pecado capital de la soberbia, de la cual han nacido todos los males. El pecado de Lucifer fue precisamente éste y también el de nuestros primeros padres, que quisieron hacerse como dioses por la vía fácil de la autosuficiencia. El pensamiento de Jesús vilipendiado y hecho rey de burlas debe acudir a nuestra mente cada vez que tengamos un arrebato de orgullo.

Pero también podemos pensar en todos aquellos que sufren en su mente, sea de trastornos psíquicos que de obsesiones y preocupaciones. Hoy hay muchísimas personas a las que aflige la depresión. Nuestro mundo se ha convertido en un medio hostil, en el que cada uno de nosotros está a la defensiva y no encuentra consuelo ni refugio. Vivimos cada vez más aislados y ensimismados en nuestros problemas y sentimos la falta de una voz amiga. Por otra parte, como hemos apartado a Dios de nuestra vida social (y muchas veces hasta de nuestra vida personal), no es fácil ya beneficiarnos del auxilio que la religión ofrece. Aún así, incluso en personas creyentes y que confían en la Providencia, es inevitable el sentimiento de angustia ante situaciones difíciles. Lo tuvo hasta Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos, llegando a sudar sangre al ver lo que se le avecinaba y pidiendo al Padre que retirara de Él el cáliz de amargura. Acordémonos, pues, de todos aquellos que sufren de ansiedad, de depresión, de desánimo, de todos los que se consumen por las preocupaciones, sobre todo en estos tiempos de crisis. Que Jesucristo coronado de espinas, quite de sus mentes las espinas de la angustia y que sepan encontrar su sosiego en la conformidad con la voluntad de Dios y en la propia entrega en manos de su Providencia bondadosa.

Hoy es viernes de cuaresma y comienza la práctica tradicional del Via Crucis en nuestras parroquias e iglesias. Recordemos lo que nos dijo el Maestro: “si alguien me ama, que tome su propia cruz y me siga”, con lo cual nos anima a asumir nuestras vidas problemáticas con sentido sobrenatural. Sólo así comprobaremos que la Cruz de Cristo es un “yugo suave” y una “carga ligera” y que yendo a Él somos aliviados. De modo semejante, podríamos decir que así como el Señor fue coronado de espinas, también nosotros debemos por su amor, ceñir nuestras cabezas con la corona que Dios a cada uno ha deparado y que de dolor y sufrimiento se convertirá en gloria y júbilo.

Como dato interesante consignamos que la reliquia de la Santa Corona de Espinas, piadosamente recogida después de la Pasión por los discípulos, se veneró en la iglesia del Monte Sión en Jerusalén hasta el siglo XI. San Paulino de Nola, Casiodoro y los autores de peregrinaciones e itinerarios jerosolimitanos hablan de este instrumento de la Pasión. Gregorio de Giras, cronista de época merovingia, afirmaba que las espinas de la corona lucían milagrosamente verdes al cabo de los siglos. De la reliquia se desgajaron algunas espinas para satisfacer la devoción de los emperadores de Oriente. La emperatriz Irene envió a Carlomagno unas cuantas en prenda de los tratos matrimoniales que habían entablado (y que no llegaron a concretarse). El rey franco las depositó en Aquisgrán, de donde más tarde se dispersaron en forma de regalos a personajes de importancia de la Cristiandad. La Santa Corona fue llevada a Constantinopla hacia 1063, salvándose así de la profanación islámica. Tras la invasión del Imperio Bizantino durante la Cuarta Cruzada por los venecianos (1204), éstos entraron en posesión de la reliquia como prenda de un préstamo cuantioso. Balduino II de Courtenay, emperador latino de Constantinopla, la desempeñó para dársela a san Luis IX, cuyo apoyo buscaba para apuntalar su tambaleante autoridad. En 1248, el rey de Francia hizo construir la Sainte Chapelle en París para recibir la Corona de Espinas, que permaneció en ella hasta la Revolución. Desde entonces fue trasladada varias veces de lugar hasta que a finales del siglo XIX fue llevada a la catdral de Notre-Dame, donde se la venera actualmente. Las dos espinas que se veneran en la Capilla de las Reliquias de la basílica romana de Santa Cruz en Jerusalén provienen de Constantinopla.




SACRAE SPINEAE CORONAE D.N.I.C.

Introitus

(Cant III, 11) EGREDÍMINI et vidéte, fíliae Sion, regem Salomónem in diadémate, quo coronávit eum mater sua, parans crucem Salvatóri suo. (Ps VIII, 6-7) Glória et honóre coronásti eum, Dómine: et constituísti eum super ópera mánuum tuárum. V. Glória Patri. Egredimini...


Oratio

PRAESTA, quaésumus, omnípotens Deus: ut, qui in memóriam passiónis Dómini nostri Jesu Christi Corónam ejus spíneam venerámur in terris, ab ipso glória et honóre conorári mereámur in caelis: Qui tecum vivit et regnat... R. Amen.


Léctio libri Sapiéntiae

(Cant III, 7-11 ; IV, 1 et 8) LÉCTULUM Salomónis sexagínta fortes ámbiunt ex fortíssimis Israël: omnes tenéntes gládios, et ad bella doctíssimi: uniuscujúsque ensis super femur suum propter timóres noctúrnos. Férculum fecit sibi rex Sálomon de lignis Líbani: colúmnas ejus fecit argénteas, reclinatórium áureum, ascénsum purpúreum: média caritáte constrávit propter fílias Jerúsalem. Egredímini et vidéte, fíliae Sion, regem Salomónem in diadémate, quo coronávit illum mater sua in die desponsatiónis illíus, et in die laetítiae cordis ejus. Quam pulchra es, amíca mea, quam pulchra es ! Oculi tui columbárum, absque eo quod intrínsecus latet. Veni de Líbano, sponsa mea, veni de Líbano, veni: coronáberis.


Graduale

(Eccli XLV, 14) Coróna áurea super caput ejus: expréssa signo sanctitátis, glória honóris, et opus fortitúdinis. V. (Ps. XX, 4) Quóniam praevenísti eum in benedictiónibus dulcédinis: posuísti in cápite ejus corónam de lápide pretióso.


Tractus

(Is LXI, 10) Induit eum Dóminus vestiméntis salútis, et induménto justítiae, quasi sponsum decorátum coróna. V. (Is XXVIII, 5) Coróna tribulatiónis efflóruit in corónam glóriae, et sertum exsultatiónis. V. (Sap V, 17) Accépit regnum decóris, diadéma speciéi.In Missis per annum post Graduale, omisso Tractu, dicitur:Allelúja , allelúja. V. (Is XXVIII, 5) Coróna tribulatiónis efflóruit in corónam glóriae, et sertum exsultatiónis. Allelúja.


Tempore autem Paschali, omissis Graduali et Tractu, dicitur:

Allelúja, allelúja. V. (Is XXVIII, 5) Coróna áurea super caput ejus: expréssa signo sanctitátis, glória honóris, et opus fortitúdinis. Allelúja. V. Tibi glória, hosánna: tibi triúmphus et victória: tibi summae laudis et honóris coróna. Allelúja.


+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem

(Io XIX, 1-5) IN illo témpore: Apprehéndit Pilátus Jesum, et flagellávit. Et mílites plecténtes corónam de spinis, imposuérunt cápiti ejus: et veste purpúrea circumdedérunt eum. Et veniébant ad eum, et dicébant: Ave, Rex Judaeórum: et dabant ei álapas. Exívit ergo íterum Pilátus foras, et dicit eis: Ecce addúco vobis eum foras, ut cognoscátis, quia nullam invénio in eo causam. Exívit ergo Jesus portans corónam spíneam, et purpúreum vestiméntum. Credo.

Offertorium

Tuam Corónam adorámus, Dómine: tuam gloriósam recólimus passiónam.

Secreta

TUÓRUM mílitum, Rex omnípotens, virtútem róbora: ut, quos in hujus mortalitátis stádio unigéniti Fílii tui Coróna laetíficat ; consummáto cursu certáminis, immortalitátis bravíum apprehéndant. Per eúmdem Dóminum… R. Amen.

Praefatio de Cruce

Communio

(Prov. IV, 9) Laetáre, mater nostra, quia dabit Dóminus cápiti tuo augménta gratiárum, et coróna ínclita próteget te.


Postcommunio

SÚPPLICES te rogámus, omnípotens Deus: ut haec sacraménta quae súmpsimus, per sacrosánctae Fílii tui Corónae, cujus solémnia recensémus, virtútem, nobis profíciant ad medélam. Per eúmdem Dóminum… R. Amen.

sábado, 21 de febrero de 2009

Carnaval: ¿desfogue pagano o recogimiento cristiano?



Estamos en pleno período de carnaval. Aunque estrictamente hablando los tres días de Carnestolendas (ad carnes tollendas: literalmente “para retirar las carnes”, de donde viene el catalán Carnestoltes) son el domingo, lunes y martes de la antigua Quincuagésima (es decir, los que preceden al miércoles de Ceniza), la costumbre popular los ha alargado, sea anticipando los festejos como prolongándolos. En Venecia, desde la época de la Serenísima República, era carnaval gran parte del año, debido a las peculiares características de la ciudad de los canales, puente entre Occidente y el lujuriante y sibarita Oriente. Durante el carnaval la gente se comporta de manera más desenvuelta que en el resto del año; podría decirse que se aflojan las bridas de la moral, lo cual en no pocas ocasiones lleva a un verdadero y auténtico desenfreno, amparado por el anonimato de las máscaras y los disfraces. La Iglesia toleró no, por supuesto, el libertinaje, pero sí la desenvoltura y cierto desahogo del rigor en las costumbres. Y lo hizo porque es sabia Madre que conoce la naturaleza humana, con la cual a veces hay que aflojar. Para que después digan que ha sido represora y tirana de las conciencias…

El carnaval juega con el equívoco y la ambigüedad: de ahí la costumbre de embozarse o disfrazarse y hasta de travestirse. Hay carnavales que se han hecho célebres por el despliegue de refinamiento en los atuendos, como el ya citado de Venecia, el de Viareggio y el de Niza. En Cataluña está el ya célebre carnaval de Sitges, mientras en el resto de España los más importantes, sin duda, son los de Cádiz y las Canarias. En todos ellos se llevan a cabo desfiles con carros alegóricos, que imitan a los antiguos corsi italianos (en roma, la Via del Corso recuerda el empleo que se daba a esta importante arteria de la Urbe). Otro carnaval célebre –y a nivel mundial– es el de Rio de Janeiro en el Brasil, aunque en éste predomina la sensualidad desbocada sobre lo artístico. En fin, queda por referirse a las paradas festivas y reivindicativas de ciertos colectivos inspiradas en el carnaval y que normalmente degeneran en ataques contra el orden tradicional y la Iglesia. De lo lúdico, elegante e insinuante se termina por desembocar en lo agresivo, zafio y descarado.

Antiguamente, para contrarrestar los excesos que podían producirse durante estas fiestas se organizaba en nuestras iglesias la exposición de las Cuarenta Horas, en desagravio al Santísimo Sacramento y como alternativa para los fieles que no querían tomar parte en ellas. Era una manera de interceder por tantas almas que se disipaban en esos días para que no se perdieran o volvieran al recto camino. Se tenía adoración continua hasta el miércoles de Ceniza de manera ininterrumpida o al menos durante todo el día dese la mañana a la noche, reservándose el Sacramento antes de cerrar la Iglesia durante las horas nocturnas para volver a exponerlo al día siguiente después de la primera misa. Se hacían tandas de adoradores para asegurarse que no quedaba sola la custodia e incluso se organizaba la guardia de honor. Era el tiempo propicio para rezar los Siete Salmos Penitenciales y las Letanías de los Santos, preciosas preces de intercesión que desgraciadamente han desaparecido prácticamente de la vida litúrgica y de piedad. Ni qué decir tiene que los predicadores tronaban en los púlpitos contra la relajación y la disolución del momento (quizás, a veces, con un tanto de exageración pero con celo genuino por la salvación de las almas).

Hoy, por supuesto, no queda ya nada de eso. Si recorremos las iglesias de nuestras diócesis, rarísima será la que tenga el jubileo de las Cuarenta Horas (a no ser que le toque por turno). La idea de que hay que reparar los pecados que se cometen en este período está completamente desacreditada. Tanto más en las grandes ciudades, cada vez más indiferentes a la Religión y paganizadas debido a un cosmopolitismo indiscriminado sin raíces en la antigua civilización cristiana. Parece ser que hoy se trata de lo contrario: de hacer gala de descreimiento y de disipación. Y ya no sólo pasa con motivo del carnaval: cualquier festividad por muy religiosa que sea se convierte en una simple ocasión de entregarse al ocio, pero no al otium nobile de los Antiguos para enriquecer el espíritu, ni al descanso festivo que prescribía la Religión para honrar a Dios, sino al ocio del que se ha hecho una cultura sin ningún referente a la sabiduría clásica ni al cristianismo. Pareciera que toda la vida se ha vuelto un carnaval en el peor de sus sentidos.

Nos encantaría que en nuestras curias episcopales, en los que hay tantas comisiones que todo lo estudian, se tomaran alguna vez la molestia de considerar la oportunidad de volver a establecer los ejercicios de desagravio en tiempo de carnaval. Hoy más que nunca es necesario volverse a Jesucristo en la Eucaristía de donde nos viene la fuerza para combatir el bonum certamen. Y ello es así porque no se puede negar que existe un espíritu de inspiración luciferina que todo lo invade y con tanta más eficacia cuanto que la gente, por lo común, ni siquiera cree ya en el Diablo. En todas las edades y tiempos ha habido maldad. Hoy hay maldad recrudecida, pero, además hay el cinismo de la maldad. Antes el obrar mal estaba mal visto; hoy es al contrario. Y es que nos hemos acostumbrado al mal y a que crímenes horrendos como el aborto ocurran todos los días dejándonos impertérritos. No es casual tampoco que mocosos llegados de golpe y abruptamente a la adultez sin pasar por la adolescencia cometan barbaridades y maten a sangre fría, quedándose después tan tranquilos: como si jugaran al carnaval, ni más ni menos, pero un carnaval siniestro.

Nuestros pastores deben tomar el toro por las astas y volver a advertirnos contra el pecado y el desorden moral y estos días son los propicios. No vale que miren a otro lado porque su palabra es incómoda a “esta generación perversa”, ni vale que piensen –con falso optimismo– que después de todo la cosa no está tan mal: está peor. Hoy la penitencia y el sacrificio no están de moda. Sacrificio y abnegación son lo que hacen que todo se perdone y se soporte mutuamente. Quitemos estas ideas y no queda más que la rabia contenida que desfoga por donde menos se piensa. Cuando nadie quiere sacrificar nada ni renunciar a nada no hay ya esperanza y vienen las incomprensiones, los abusos, los maltratos y los asesinatos. Por eso, es necesario reconquistar al pueblo cristiano mediante la prédica y la práctica de la penitencia y el fomento del espíritu de sacrificio, el que nos enseña Jesucristo, víctima del sacrificio de la Cruz y del altar, que se queda en la Hostia para darnos ejemplo y señalarnos el camino estrecho que lleva a la salvación. Adorémosle en estos días, si no en público, privadamente, pero no dejemos de visitarle y, aunque suene trasnochado, de orar por los que le olvidan especialmente en estos días del año.
Aurelius Augustinus
Fuente: Germinans Germinabit (http://www.germinansgerminabit.org/)
Versión ligeramente adaptada a este blog con permiso del autor

martes, 17 de febrero de 2009

17 DE FEBRERO: LA HUÍDA DE LA SAGRADA FAMILIA A EGIPTO



En 1962 el beato Juan XXIII publicó la última edición típica del Missale Romanum anterior de la puesta en marcha de las reformas postconciliares. Lo hizo para incorporar su motu proprio Rubricarum instructum de 25 de julio de 1960, por el cual había aprobado un nuevo código de rúbricas para el Misal y el Breviario. A la verdad, hacía falta una simplificación de éstas debido a la complejidad e intrincamiento a que habían llegado con detrimento de la atención del sacerdote a lo que celebraba y recitaba. También los fieles experimentaban dificultad en seguir los sagrados misterios en sus misales manuales. Se llegaban a acumular varias conmemoraciones en una misma misa o un mismo oficio, de tal manera que se hacía fatigoso registrar los libros litúrgicos y se estaba más atento a no equivocarse en el orden de aquéllas que al rezo mismo. Fue, pues, en principio, saludable el cambio ordenado por el papa Roncalli (querido por Pío XII, el cual en 1957 ya había aligerado el código de rúbricas, dejando para más adelante una completa revisión, que fue la que llevó a cabo su sucesor).

Ya no fueron tan ventajosas otras modificaciones que se introdujeron, como la reducción drástica de octavas y vigilias (se podrían haber reducido razonablemente, pero quitar, por ejemplo, las octavas a ciertas festividades de importancia como Epifanía, Corpus, la Inmaculada o la Asunción parecía demasiado) y la supresión de ciertas misas y oficios. Entre las víctimas de la implacable poda estuvo una serie de misas relativas a misterios de la Vida y Pasión de Jesucristo, colocadas en determinados días entre el Tiempo después de Epifanía y el de Pasión bajo la clasificación pro aliquibus locis (para algunos lugares). Se trataba de formularios concedidos para ciertas diócesis, pero que podían tomarse también como misas votivas según la devoción del sacerdote o por encargo de los fieles. Así tenemos: los Desposorios de la Santísima Virgen, la Huída a Egipto, la Oración de Jesús en el Huerto, la conmemoración de la Pasión, la Sagrada Corona de Espinas, la Santa Lanza y los Santos Clavos, la Sábana Santa, las Cinco Llagas y la Sangre Preciosa de Jesús. Hoy nos queremos referir a la segunda de las misas referidas, que se celebraba el 17 de febrero: la Fuga de Jesús, María y José a Egipto (1).

El misterio evocado por esta festividad –en estrecha relación con la de la Epifanía y la de los Santos Inocentes– está relatado por el evangelista san Mateo en dos pasajes: en el primero (II, 13-15) se le aparece un ángel en sueños a san José ordenándole marcharse de Belén con el Niño y su Madre a Egipto porque el rey Herodes busca matar a Jesús, lo que el santo patriarca cumple; en el segundo (II, 19-23) vuelve a aparecérsele el ángel, esta vez para indicarle que retornen a Israel por haber muerto Herodes. San José, empero, no vuelve a Belén, sino que va directamente a Nazaret, en Galilea, por temor a Arquelao, el hijo y sucesor de Herodes en Judea. En el intermedio ocurre la matanza de los Inocentes, ordenada por éste al verse burlado por los Reyes Magos, advertidos en sueños de la estratagema del monarca para localizar a Jesús y darle muerte.

Los evangelios apócrifos de Infancia adornaron el relato canónico con hermosas historias, que pueden ser piadosamente creídas no en su literalidad pero sí en el sentido profundo que encierran: el milagro del trigo, que creció milagrosamente para esconder a los fugitivos de los esbirros de Herodes; el de la palma datilera, que inclinó su copa hasta el alcance de la Virgen para ofrecerle sus frutos y desde entonces se convirtió en símbolo y premio del justo; el prodigio de los leones y los leopardos, que escoltaron a la Sagrada Familia en su camino por el desierto; en fin, el de la caída de los ídolos de los egipcios apenas el Niño hubo penetrado con sus padres en un templo pagano. Todas estas narraciones enseñan cosas óptimas como la solidaridad con el perseguido y desterrado, la caridad que debe dispensársele, la protección intrépida que merece por nuestra parte contra sus opresores y que todo ha de hacerse por amor de Jesús, que es lo que hace meritorias nuestras buenas acciones.

Ya en el Antiguo Testamento Dios se muestra compasivo con el extranjero (advenas), junto con el huérfano y la viuda: “El Señor protege al forastero y sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra los planes de los impíos” (Ps CXLV, 8). Un ángel enviado del cielo socorre a Agar y su hijo Ismael, que habían sido expulsados de la casa de Abraham por Sara. Lot se prodiga ante los sodomitas para que no hagan daño a sus visitantes extranjeros (que resultan ser ángeles). El Señor dice a Moisés: “No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fuisteis extranjeros en Egipto” (Ex XXIII, 9). La Iglesia siempre practicó la defensa y protección de los perseguidos, los proscritos, los desterrados, los exiliados y todos los desplazados por diversos motivos (recuérdese el derecho de asilo). Los puso, además, bajo la protección de la Santísima Virgen, que precisamente había padecido el destierro de Egipto. Conocidas son sus hermosas advocaciones como Consolatrix afflictorum (Consuelo de los afligidos), Auxilium christianorum (Auxilio de los cristianos), Mater desertorum (Madre de los Desamparados) y Mater de Perpetuo Succursu (Madre del Perpetuo Socorro), que hacen especial referencia a los cuidados que la Madre de Dios prodiga a los que sufren el acoso de los prepotentes y el mordisco de la adversidad.

La festividad de la Huída de Nuestro Señor Jesucristo a Egipto (Fuga D.N.I.C. in Aegyptum) es hoy más actual que nunca, en una época en la que existe un número de personas desplazadas sin precedentes: los unos, perseguidos por las tiranías que aherrojan sus países; otros, buscando para ellos y sus familias un porvenir que no les ofrece la patria; poblaciones enteras que escapan del exterminio puro y simple de regímenes genocidas; víctimas de la persecución religiosa (especialmente contra los cristianos) y del terrorismo en todas sus formas. Con los extranjeros, además, nuestra sociedad permite que se ceben dos lacras terribles: la prostitución y el infraempleo. Individuos y mafias esclavizan a mujeres inmigrantes forzándolas al meretricio para lucrar con su desgracia. Los indocumentados también sufren de la codicia de empresarios a los que sale más barato emplear esta mano de obra indigente por un salario ínfimo y sin los beneficios sociales de la contratación normal, cosa que constituye uno de los pecados que claman venganza al cielo. Los derechos humanos de esta pobre gente son pisoteados sin más, como tantas otras violaciones de tales derechos. Y ello ocurre por el olvido o desprecio de nuestros deberes, los que Dios ha grabado en la naturaleza y que se hallan expresados en el Decálogo y resumidos en la Regla de Oro. Si cumpliéramos cabalmente los Mandamientos y acatáramos la regla del Amor, ésa sería la mejor salvaguarda de los derechos humanos.

En el día de hoy, al recordar que la Sagrada Familia también fue perseguida, proscrita y emigrante, pensemos en todos aquellos que hoy sufren y mueren al huir de las adversidades y buscar paz, seguridad y una vida mejor en tierra extraña. Espectáculos tan desgarradotes como el de la patera hundida en Lanzarote con un trágico saldo de muertos (en su mayoría niños) debe ser un aldabonazo a nuestras conciencias para ser más generosos de nuestras oraciones y nuestros recursos. Encomendemos a la misericordia de Dios a tanto desdichado y colaboremos en la medida de nuestras posibilidades con la caridad que la Iglesia despliega a su favor. Pero no olvidemos que la raíz del problema está en el desorden moral de los individuos y de las sociedades. Cuando la economía y la política priman sobre la moral y cuando esta moral está desgajada de Dios, todo está permitido y no hay frenos a la tiranía y a la explotación del hombre por el hombre. Si hubiera un orden social cristiano y un orden internacional basado en el derecho y la Ley natural, no habría la acuciante necesidad para muchos de emigrar o, peor, simplemente de escapar para salvar la vida. Invoquemos a Jesús, María y José para que amparen a tantas familias divididas por una forzada ausencia o rotas por la desgracia. Y nosotros mismos, pongámonos bajo su protección para que sepamos huir de nuestros enemigos espirituales, aquellos que buscan matarnos el alma. Pronunciemos muchas veces la triple jaculatoria:

Iesu, Maria, Ioseph: vobis cor at animam mean dono
Iesu, Maria, Ioseph: adstate mihi in extremo agone.
Iesu, Maria, Ioseph: in pace vobiscum dormiam et requiescam.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, expire en paz con vosotros el alma mía.



MISSA FUGAE D.N.I.C. IN AEGYPTUM


Ofrecemos a continuación los textos del propio de la Misa de la Huída a Egipto:

Introitus (Matth. II, 13)

ANGELUS Dómini appáruit in somnis Joseph, dicens: Surge, et áccipe púerum et matrem ejus, et fuge in AEgýptum. (Ps. LIV, 8) Ecce elongávi fúgiens: et mansi in solitúdine. V. Glória Patri. Angelus Domini…

Oratio

PROTÉCTOR in te sperántium, Deus, qui Unigénitum tuum Redemptórem nostrum ex Heródis gládio, fuga in AEgýptum, erípere voluísti: concéde nobis fámulis tuis, beatíssima semper Vírgine ejus matre María intercedénte ; ut, ab ómnibus mentis et córporis perículis liberáti, ad caeléstem pátriam perveníre mereámur. Per eúmdem Dóminum… R. Amen.


Epistola (Isai. XIX, 20-22)

Léctio Isaíae Prophétae.
IN diébus illis: Clamábunt ad Dóminum a fácie tribulántis, et mittet eis salvatórem et propugnatórem, qui líberet eos. Et cognoscétur Dóminus ab AEgýpto, et cognóscent AEgýptii Dóminum in die illa, et colent eum in hóstiis, et in munéribus, et vota vovébunt Dómino, et solvent. Et percútiet Dóminus AEgýptum plaga, et sanábit eam: et reverténtur ad Dóminum, et placábitur eis, et sanábit eos Dóminus Deus noster.

Graduale (Ps. XC, 11-12)

Angelis suis mandávit de te: ut custódiant te in ómnibus viis tuis. V. In mánibus portábunt te, ne umquam offéndas ad lápidem pedem tuum.

Allelúja

Allelúja, allelúja. V. (Matth. II, 13) Angelus Dómini appáruit in somnis Joseph, dicens: Surge, et áccipe púerum et matrem ejus, et fuge in AEgýptum. Allelúja.

In Missis votivis post Septuagesimam, omissis Allelúja et Versu sequenti, dicitur

Tractus (Matth. II, 13)

Angelus Dómini appáruit in somnis Joseph, dicens: Surge, et áccipe púerum, et matrem ejus, et fuge in AEgýptum. V. Et esto ibi usque dum dicam tibi. V. Futúrum est enim ut Heródes quaerat púerum ad perdéndum eum.



Tempore autem Paschali, omittitur Graduale, et ejus loco dicitur


Allelúja , allelúja. V/ (Matth. II, 13) Angelus Dómini appáruit in somnis Joseph, dicens: Surge, et áccipe púerum et matrem ejus, et fuge in AEgýptum. Allelúja. V. Et esto ibi usque dum dicam tibi. Allelúja.

Evangelium (Matth. II, 13-15)

+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaéum.
IN illo témpore: Angelus Dómini appáruit in somnis Joseph, dicens: Surge, et áccipe púerum, et matrem ejus, et fuge in AEgýptum, et esto ibi usque dum dicam tibi. Futúrum est enim ut Heródes quaerat púerum ad perdéndum eum. Qui consúrgens accépit púerum, et matrem ejus nocte, et secéssit in AEgýptum: et erat ibi usque ad óbitum Heródis: ut adimplerétur quod dictum est a Dómino per prophétam dicéntem: Ex AEgýpto vocávi Fílium meum. (Credo)

Offertorium (Isai. 19, 21)

Cognoscétur Dóminus ab AEgýpto, et cognóscent AEgýptii Dóminum in die illa, et colent eum in hóstiis et in munéribus, et vota vovébunt Dómino, et solvent.

Secreta

LAUDIS tibi, Dómine, hóstias immolámus, supplíciter deprecántes: ut, qui cum beatíssima matre Vírgine María in AEgýptum exsul deférri voluísti ; éxsules nos, eádem beáta Vírgine intercedénte, ad caeléstem pátriam benígnus perdúcas: Qui vivis et regnas... R. Amen.

Praefatio de Nativitate

Communio (Matth. II, 15)

ET erat ibi usque ad óbitum Heródis: ut adimplerétur quod dictum est a Dómino per prophétam dicéntem: Ex AEgýpto vocávi fílium meum.

Postcommunio

LARGÍRE sénsibus nostris, omnípotens Deus: ut per temporálem Fílii tui fugam, quam mystéria veneránda testántur, vitam te nobis dedísse perpétuam confidámus. Per eúmdem Dóminum... R. Amen.


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(1) De todos modos, aunque la Instrucción De calendaris particularibus de 14 de febrero de 1961 (siguiendo el espíritu del motu proprio de 1960), declaraba suprimidas estas y otras fiestas (Traslación de la Santa Casa de Loreto, Expectación del Parto, Corazón Eucarístico de Jesús, Humildad de María, y Pureza de María), se indicaba que podían conservarse allí donde tuvieran un arraigo especial, como lo es el caso de la Expectación del Parto, tan popular en España bajo el nombre de la Virgen de la Esperanza. De modo que, en cierta forma, no han desaparecido del todo de la liturgia de la Iglesia y deberían fomentarse.


miércoles, 11 de febrero de 2009

¡Comulgad dignamente!



Recibir la santa comunión se ha convertido desgraciadamente para muchos católicos en un acto casi mecánico, de cuya trascendencia quizás no llegan a percatarse del todo. Los fieles se agolpan en filas que discurren de prisa porque la comunión ya no se distribuye en el modo pausado en el que se hacía antes (y se sigue haciendo cuando se celebra en el rito romano antiguo). Reciben la sagrada forma rápidamente y como de pasada (muchas veces en la mano), sin ningún gesto de adoración, y se vuelven a sus lugares en los bancos de la iglesia, donde apenas sí pueden dar gracias porque la misa finaliza en escasos instantes más. Pocos son los que se quedan para continuar unos momentos en coloquio con Jesús Sacramentado a quien se acaba de recibir y aún esos pocos no pueden detenerse mucho cuando el templo se cierra (lo que sucede con frecuencia). Sí, muchos comulgan, pero cabe la pregunta: ¿lo hacen bien?

Antiguamente la comunión era algo extraordinario en el sentido en que no se practicaba sino raramente. El mandamiento de la Santa Madre Iglesia obliga sólo a la comunión pascual (que es anual), de modo que la mayoría de gente se contentaba con el cumplimiento del precepto. Pero ni siquiera la gente piadosa se atrevía a ir mucho más a recibir la Eucaristía y hasta se pedía la licencia al confesor o director espiritual para comulgar con una cierta frecuencia. En la mayor parte de las misas no se contemplaba la comunión de los fieles, hasta el punto que aquellas en las que éstos efectivamente comulgaban –normalmente las misas mayores- se conocían también como “misas de comunión”. Algunos estimaban mejor tomar la hostia consagrada fuera de la misa. También cabe recordar que los niños no eran admitidos a la primera comunión o comunión solemne sino en edad tardía. Mucho se insistía en que para comulgar había que tomar todas las precauciones para no profanar el sacramento y cometer con ello un sacrilegio, por lo cual se recomendaba acercarse al sagrado banquete cuanto menos mejor. Subyacía a esta manera de pensar un cierto jansenismo.

Hasta que todo esto empezó a cambiar radicalmente con san Pío X, a quien justamente se llamó “el Papa de la Eucaristía”. Este gran pontífice recomendó la comunión frecuente y rebajó la edad a la que se podía recibir a Jesús Hostia. Bastaba que el niño supiera distinguir el pan natural del pan eucarístico para poder comulgar y beneficiarse así de las innumerables gracias de las que, de otro modo, se vería privado. Hasta entonces se había estado alejando a las criaturas de Aquel que había dicho: “Dejad que los niños vengan a Mí”. Y esto era tanto más grave cuanto que muchas veces, esperando “el día más bello de la vida” se perdía la inocencia por el camino. San Pío X quiso dejar bien claro que, si bien había que tener suma reverencia a la Eucaristía, ésta no era un fin en sí mismo, sino un medio –divino y sublime ciertamente, pero medio– para nuestra santificación. Por lo tanto, había que recurrir a él desde la edad más tierna y a menudo, porque siempre estamos necesitados de mantener y aumentar la gracia. Un nuevo paso lo dio Pío XII al acortar a tres horas el tiempo de ayuno eucarístico, que tradicionalmente era desde la medianoche y que determinaba que muchas personas se abstuvieran de comulgar por no poder estar tantas horas sin comer algo. Pablo VI redujo aún más el tiempo de ayuno: a una hora. Más facilidades no podían darse para comulgar.

Desgraciadamente, como se va de extremo a extremo, se fue introduciendo una mentalidad desacralizante respecto de la Eucaristía al socaire del desorden que siguió a la reforma litúrgica postconciliar y a pesar de que el papa Montini, que la promulgó, insistió en la reverencia debida al Santísimo Sacramento (léase su magnífica encíclica Mysterium fidei de 1965). Paso por paso, se fueron eliminando todos los elementos que indicaban el espíritu de adoración, como el arrinconamiento del sagrario y la supresión de la barandilla de la comunión y de los reclinatorios. Paralelamente, fueron introducidas novedades como la comunión de pie y en la mano y la distribución de la comunión por seglares o hasta el self service (el sacerdote dejaba el copón en el altar y cada quien tomaba la forma con sus propias manos). Ni qué decir tiene la de profanaciones a que estos usos dieron lugar. Ello por no hablar de las misas en las que se consagraba con materia ilícita y hasta inválida (galletas, bizcochos y obleas hechas de harina que no era de trigo; chicha, Coca Cola u otros refrescos que no eran del zumo de la vid). También se podría considerar un hecho apuntado por algún sacerdote: el que en la actualidad mucha gente comulga, pero pocos se confiesan, lo que lleva a la duda de si es que hoy se es más santo que antes o se están haciendo comuniones sacrílegas.

El Santo Padre Benedicto XVI, siguiendo por el camino trazado por sus predecesores en cuanto a la Eucaristía, ha querido dar ejemplo y ha hecho establecer por su actual ceremoniario, monseñor Guido Marini, que en las capillas papales se distribuya la comunión a los fieles en la boca y de rodillas. Y no es el único signo de la recuperación del respeto a la Eucaristía que pretende el Papa. La centralidad de la cruz en el altar, considerado como calvario donde se consuma el Santo Sacrificio, devuelve a la Eucaristía este aspecto obnubilado u olvidado, que es, sin embargo, el que la hace posible bajo su otro aspecto como banquete. Si no hay sacrificio, no hay víctima; si no hay víctima sacrificial, no hay comida eucarística. Sólo el sacrificio incruento de la misa hace que Cristo inmolado se haga realmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para ser adorado y consumido en la comunión. Así de sencillo.

La Iglesia siempre ha recomendado unas determinadas disposiciones para acercarse a la sagrada mesa: en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma.

En cuanto al cuerpo se requiere:

a) observar el ayuno eucarístico (una hora como mínimo, aunque se recomienda mantener cuando se pueda la tradición antigua del ayuno desde medianoche),

b) modestia en los vestidos (hombres sobrios y con la cabeza descubierta y mujeres recatadas y, a ser posible, con la cabeza cubierta) y las actitudes (no ir como quien va de juerga, sino procediendo en silencio y sin atolondramientos, con las manos juntas contra el pecho) y

c) reverencia a la hostia consagrada (arrodillándose o, cuando no se pueda por enfermedad, debilidad u otro impedimento, haciendo un gesto de adoración).

En cuanto al alma se precisa:

a) estado de gracia (a ser posible, con confesión reciente),

b) pureza de intención (no comulgar por pura apariencia, por mera costumbre, por no desentonar o por cualquier motivo mundano) y

c) preparación conveniente (actos de fe, esperanza, caridad, contrición y deseo).

Después de comulgar se debería uno detener en dar gracias (si se puede cómodamente unos diez a quince minutos). Estos momentos de intimidad con Jesús Sacramentado son como vivir el cielo en la tierra y no se explica que se desperdicien tan a menudo mediante prisas o distracciones. Si se ha de comulgar para hacer después un desaire al Divino Huésped del alma, más vale abstenerse. Y esto vale especialmente para las comuniones de los Primeros Viernes de mes en honor del Sagrado Corazón de Jesús y de los Primeros Sábados de mes en honor del Inmaculado Corazón de María, a las que están ligadas tantas promesas de orden sobrenatural. También para las comuniones reparadoras. Al dar gracias, no olvidemos tampoco lucrar todas las indulgencias que podamos a favor de nuestros difuntos. Ellos esperan mucho de nuestra caridad y es en la comunión eucarística cuando podemos ejercerla de modo especial en su favor. También es el momento ideal para presentar a Nuestro Señor nuestras peticiones y aspiraciones, tanto a favor de nuestros seres queridos como para nuestro propio provecho. Pidamos y se nos dará, llamemos y se nos abrirá, busquemos y hallaremos. Jesús no nos falla nunca.




Acto de fe

Creo, Jesús mío, en Vos y que estáis real y verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento del Altar con vuestro Cuerpo, vuestra Sangre, vuestra Alma y vuestra Divinidad. Aumentad, Señor, mi fe y que os confiese delante de los hombres como a mi Dios y Señor.

Acto de esperanza

Espero, Jesús mío, en vuestra misericordia y que al recibiros en la Santa Eucaristía me daréis vuestra gracia para perseverar como buen cristiano y así alcanzar la vida eterna. Haced, Señor, que no sea confundido.


Acto de caridad

Os amo, Jesús mío, que sois todo mi Bien y os dignáis venir a mi alma en la Hostia consagrada para colmarla con vuestras mercedes. Quitad, Señor, de mí todo afecto que no se dirija hacia Vos y purificad mi intención al recibiros.

Acto de contrición

Me arrepiento sinceramente, Jesús mío, de mis culpas, con las cuales os he ofendido y me he manchado miserablemente. Limpiad, Señor, el santuario de mi alma de toda reliquia de pecado para poder recibiros dignamente.


Acto de deseo

Os deseo, Jesús mío, y voy a vuestro encuentro sediento de Vos, que sois la fuente que mana el agua viva que sacia el alma. Venid, Señor, y no tardéis más.


A la corte celestial

Santísima Virgen María, Glorioso Patriarca San José, San Miguel Arcángel, Ángel de mi guarda, Santos Patronos y Protectores míos y todos los bienaventurados espíritus celestiales y santos de Dios, interceded por mí y acompañadme para hacer una santa y fructuosa comunión.

jueves, 5 de febrero de 2009

PRECES PARA LA CRUZADA DE ORACIÓN POR EL PAPA



BENEDICTVS PP XVI
DE GLORIA OLIVAE



ORATIO PRO SVMMO PONTIFICE


V. Oremus pro Pontifice nostro Benedicto.
R. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius.

(Pater, Ave, Gloria Patri)

V. Tu es Petrus.
R. Et super hanc petra aedificabo Ecclesiam meam

Oremus. Deus, omnium fidelium pastor et rector, famulum tuum N., quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice: da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, proficere: ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam. Per Christum, Dominum nostrum. R. Amen.



SEPTEM PSALMI POENITENTIALES


Antiphona. Ne reminiscaris, Domine, delicta nostra, vel parentum nostrorum; neque vindictam sumas de peccatis nostris, Domine Deus noster.


Psalmus 6

Domine, ne in furore tuo arguas me: * neque in ira tua corripias me.
Miserere mei, Domine, quoniam infirmus sum: * sana me, Domine, quoniam conturbata sunt ossa mea.
Et anima mea turbata est valde: * et tu Domine usquequo?
Convertere, Domine, et eripe animam meam: * salvum me fac propter misericordiam tuam.
Quoniam non est in morte qui memor sit tui: * in inferno autem quis confitebitur tibi.
Laboravi in gemitu meo, lavabo per singulas noctes lectum meum: * in lacrimis meis stratum meum rigabo.
Turbatus est a furore oculus meus: * inveteravi inter omnes inimicos meos.
Discedite a me, omnes qui operamini iniquitatem: * quoniam exaudivit Dominus vocem fletus mei.
Exaudivit Dominus deprecationem meam: * Dominus orationem meam suscepit.
Erubescant et conturbentur vehementer omnes inimici mei: * convertantur, et erubescant valde velociter.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 31

Beati, quorum remissae sunt iniquitates: * et quorum tecta sunt peccata.
Beatus vir, cui non imputavit Dominus peccatum: * nec est in spiritu ejus dolus.
Quoniam tacui, inveteraverunt ossa mea: * dum clamarem tota die.
Quoniam die ac nocte gravata est super me manus tua: * conversus sum in aerumna mea, dum configitur spina.
Delictum meum cognitum tibi feci: * et injustitiam meam non abscondi.
Dixi: confitebor adversum me injustitiam meam Domino: * et tu remisisti impietatem peccati mei.
Pro hac orabit ad te omnis sanctus: * in tempore opportuno.
Verumtamen in diluvio aquarum multarum: * ad eum non approximabunt.
Tu es refugium meum a tribulatione, quae circumdedit me: * exsultatio mea, erue me a circumdantibus me.
Intellectum tibi dabo, et instruam te in via hac, qua gradieris: * firmabo super te oculos meos.
Nolite fieri sicut equus, et mulus: * quibus non est intellectus.
In camo, et fraeno maxillas eorum constringe: * qui non approximant ad te.
Multa flagella peccatoris: * sperantem autem in Domino misericordia circumdabit.
Laetamini in Domino, et exsultate, justi: * et gloriamini omnes recti corde.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 37

Domine, ne in furore tuo arguas me: * neque in ira tua corripias me.
Quoniam sagittae tuae infixae sunt mihi: * et confirmasti super me manum tuam.
Non est sanitas in carne mea a facie irae tuae: * non est pax ossibus meis a facie peccatorum meorum.
Quoniam iniquitates meae supergressae sunt caput meum: * sicut onus grave gravatae sunt super me.
Putruerunt, et corruptae sunt cicatrices meae: * a facie insipientiae meae.
Miser factus sum et curvatus sum usque ad finem: * tota die contristatus ingrediebar.
Quoniam lumbi mei impleti sunt illusionibus: * et non est sanitas in carne mea.
Afflictus sum, et humiliatus sum nimis: * rugiebam a gemitu cordis mei.
Domine, ante te omne desiderium meum: * et gemitus meus a te non est absconditus.
Cor meum conturbatum est, dereliquit me virtus mea: * et lumen oculorum meorum, et ipsum non est mecum.
Amici mei, et proximi mei: * adversum me appropinquaverunt, et steterunt.
Et qui juxta me erant, de longe steterunt: * et vim faciebant, qui quaerebant animam meam.
Et qui inquirebant mala mihi, locuti sunt vanitates: * et dolos tota die meditabantur.
Ego autem tamquam surdus non audiebam: * et sicut mutus non aperiens os suum.
Et factus sum sicut homo non audiens: * et non habens in ore suo redargutiones.
Quoniam in te, Domine, speravi: * tu exaudies me, Domine Deus meus.
Quia dixi: nequando supergaudeant mihi inimici mei: * et dum commoventur pedes mei, super me magna locuti sunt
Quoniam ego in flagella paratus sum: * et dolor meus in conspectu meo semper.
Quoniam iniquitatem meam annuntiabo: * et cogitabo pro peccato meo.
Inimici autem mei vivunt, et confirmati sunt super me: * et multiplicati sunt qui oderunt me inique.
Qui retribuunt mala pro bonis, detrahebant mihi: * quoniam sequebar bonitatem.
Ne derelinquas me, Domine Deus meus: * ne discesseris a me.
Intende in adjutorium meum: * Domine, Deus salutis meae.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 50

Miserere mei, Deus: * secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum: *dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: * et a peccato meo munda me.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco: * et peccatum meum contra me est semper.
Tibi soli peccavi, et malum coram te feci: * ut justificeris in sermonibus tuis et vincas cum judicaris.
Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum: * et in peccatis concepit me mater mea.
Ecce enim veritatem dilexisti: * incerta, et occulta sapientiae tuae manifestasti mihi.
Asperges me hyssopo, et mundabor: * lavabis me et super nivem dealbabor.
Auditui meo dabis gaudium, et laetitiam: * exultabunt ossa humiliata.
Averte faciem tuam a peccatis meis: * et omnes iniquitates meas dele.
Cor mundum crea in me, Deus: * et spiritum rectum innova in visceribus meis.
Ne projicias me a facie tua: * et Spiritum Sanctum tuum ne auferas a me.
Redde mihi laetitiam salutaris tui: * et spiritu principali confirma me.
Docebo iniquos vias tuas: * et impii ad te convertentur.
Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meae: * exultabit lingua mea justitiam tuam.
Domine, labia mea aperies: * et os meum annuntiabit laudem tuam.
Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique: * holocaustis non delectaberis.
Sacrificium Deo spiritus contribulatus: * cor contritum, et humiliatum, Deus, non despicies.
Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion: * ut aedificentur muri Jerusalem.
Tunc acceptabis sacrificium justitiae, oblationes et holocausta: * tunc imponent super altare tuum vitulos.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 101


Domine, exaudi orationem meam: * et clamor meus ad te veniat.
Non avertas faciem tuam a me: * in quacumque die tribulor, inclina ad me aurem tuam.
In quacumque die invocavero te: * velociter exaudi me.
Quia defecerunt sicut fumus dies mei: * et ossa mea sicut cremium aruerunt.
Percussum est ut foenum, et aruit cor meum: * quia oblitus sum comedere panem meum.
A voce gemitus mei: * adhaesit os meum carni meae.
Similis factus sum pellicano solitudinis: * factus sum sicut nycticorax in domicilio.
Vigilavi: * et factus sum sicut passer solitarius in tecto.
Tota die exprobrabant mihi inimici mei: * et qui laudabant me, adversum me jurabant.
Quia cinerem tamquam panem manducabam: * et potum meum cum fletu miscebam.
A facie irae et indignationis tuae: * quia elevans allisisti me.
Dies mei sicut umbra declinaverunt: * et ego sicut foenum arui.
Tu autem, Domine, in aeternum permanes: * et memoriale tuum in generationem et generationem.
Tu exsurgens misereberis Sion: * quia tempus miserendi ejus, quia venit tempus.
Quoniam placuerunt servis tuis lapides ejus: * et terrae ejus miserebuntur.
Et timebunt Gentes nomen tuum, Domine: * et omnes reges terrae gloriam tuam.
Quia aedificavit Dominus Sion: * et videbitur in gloria sua.
Respexit in orationem humilium: * et non sprevit precem eorum.
Scribantur haec in generatione altera: * et populus, qui creabitur, laudabit Dominum.
Quia prospexit de excelso sancto suo: * Dominus de caelo in terram aspexit.
Ut audiret gemitum compeditorum: * ut solveret filios interemptorum.
Ut annuntiet in Sion nomen Domini: * et laudem suam in Jerusalem.
In conveniendo populos in unum: * et reges ut serviant Domino.
Respondit ei in via virtutis suae: * paucitatem dierum meorum nuntia mihi.
Ne revoces me in dimidio dierum meorum: * in generationem et generationem anni tui.
Initio tu, Domine, terram fundasti: * et opera manuum tuarum sunt coeli.
Ipsi peribunt, tu autem permanes: * et omnes sicut vestimentum veterascent.
Et sicut opertorium mutabis eos, et mutabuntur: * tu autem idem ipse es, et anni tui non deficient.
Filii servorum tuorum habitabunt: * et semen eorum in saeculum dirigetur.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 129

De profundis clamavi ad te, Domine: * Domine, exaudi vocem meam.
Fiant aures tuae intendentes: * in vocem deprecationis meae.
Si iniquitates observaveris, Domine: * Domine, quis sustinebit?
Quia apud te propitiatio est: * propter legem tuam sustinui te, Domine.
Sustinuit anima mea in verbum ejus: * speravit anima mea in Domino.
A custodia matutina usque ad noctem: * speret Israel in Domino.
Quia apud Dominum misericordia: * et copiosa apud eum redemptio.
Et ipse redimet Israel: * ex omnibus iniquitatibus ejus.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Psalmus 142

Domine, exaudi orationem meam, auribus percipe obsecrationem meam in veritate tua: * exaudi me in tua justitia.
Et non intres in judicium cum servo tuo: * quia non justificabitur in conspectu tuo omnis vivens.
Quia persecutus est inimicus animam meam: * humiliavit in terra vitam meam.
Collocavit me in obscuris sicut mortuos saeculi: * et anxiatus est super me spiritus meus, in me turbatum est cor meum.
Memor fui dierum antiquorum, meditatus sum in omnibus operibus tuis: * in factis manuum tuarum meditabar.
Expandi manus meas ad te: * anima mea sicut terra sine aqua tibi.
Velociter exaudi me, Domine: * defecit spiritus meus.
Non avertas faciem tuam a me: * et similis ero descendentibus in lacum.
Auditam fac mihi mane misericordiam tuam: * quia in te speravi.
Notam fac mihi viam, in qua ambulem: * quia ad te levavi animam meam.
Eripe me de inimicis meis, Domine, ad te confugi: * doce me facere voluntatem tuam, quia Deus meus es tu.
Spiritus tuus bonus deducet me in terram rectam: * propter nomen tuum, Domine, vivificabis me in aequitate tua.
Educes de tribulatione animam meam: * et in misericordia tua disperdes inimicos meos.
Et perdes omnes, qui tribulant animam meam: * quoniam ego servus tuus sum.
Gloria Patri, et Filio: * et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper: * et in saecula saeculorum. Amen.


Deinde repetitur

Antiphona. Ne reminiscaris, Domine, delicta nostra, vel parentum nostrorum; neque vindictam sumas de peccatis nostris, Domine Deus noster.


Postea dicuntur Litaniae



LITANIAE SANCTORUM

Kyrie, eleison.
Christe, eleison.
Kyrie, eleison.
Christe, audi nos.
Christe, exaudi nos.
Pater de coelis Deus, miserere nobis.
Fili Redemptor mundi Deus, miserere nobis.
Spiritus Sancte Deus, miserere nobis.
Sancta Trinitas unus Deus, miserere nobis.
Sancta Maria, ora pro nobis.
Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis.
Sancta Virgo virginum, ora pro nobis.
Sancte Michael, ora pro nobis.
Sancte Gabriel, ora pro nobis.
Sancte Raphael, ora pro nobis.
Omnes sancti Angeli, et Archangeli, orate pro nobis.
Omnes sancti beatorum Spirituum ordines, orate pro nobis.
Sancte Joannes Baptista, ora pro nobis.
Sancte Joseph, ora pro nobis.
Omnes sancti Patriarchae, et Prophetae, orate pro nobis.
Sancte Petre, ora pro nobis.
Sancte Paule, ora pro nobis.
Sancte Andrea, ora pro nobis.
Sancte Jacobe, ora pro nobis.
Sancte Joannes, ora pro nobis.
Sancte Thoma, ora pro nobis.
Sancte Jacobe, ora pro nobis.
Sancte Philippe, ora pro nobis.
Sancte Bartholomaee, ora pro nobis.
Sancte Matthaee, ora pro nobis.
Sancte Simon, ora pro nobis.
Sancte Thadaee, ora pro nobis.
Sancte Mathia, ora pro nobis.
Sancte Barnaba, ora pro nobis.
Sancte Luca, ora pro nobis.
Sancte Marce, ora pro nobis.
Omnes sancti Apostoli, et Evangelistae, orate pro nobis.
Omnes sancti Discipuli Domini, orate pro nobis.
Omnes sancti Innocentes, orate pro nobis.
Sancte Stephane, ora pro nobis.
Sancte Laurenti, ora pro nobis.
Sancte Vincenti, ora pro nobis.
Sancti Fabiane et Sebastiane, ora pro nobis.
Sancti Joannes et Paule, ora pro nobis.
Sancti Cosma et Damiane, ora pro nobis.
Sancti Gervasi et Protasi, ora pro nobis.
Omnes sancti Martyres, orate pro nobis.
Sancte Silvester, ora pro nobis.
Sancte Gregori, ora pro nobis.
Sancte Ambrosi, ora pro nobis.
Sancte Augustine, ora pro nobis.
Sancte Hieronyme, ora pro nobis.
Sancte Martine, ora pro nobis.
Sancte Nicolae, ora pro nobis.
Omnes sancti Pontifices, et Confessores, orate pro nobis.
Omnes sancti Doctores, orate pro nobis.
Sancte Antoni, ora pro nobis.
Sancte Benedicte, ora pro nobis.
Sancte Bernarde, ora pro nobis.
Sancte Dominice, ora pro nobis.
Sancte Francisce, ora pro nobis.
Omnes sancti Sacerdotes, et Levitae, orate pro nobis.
Omnes sancti Monachi, et Eremitae, orate pro nobis.
Sancta Maria Magdalena, ora pro nobis.
Sancta Agatha, ora pro nobis.
Sancta Lucia, ora pro nobis.
Sancta Agnes, ora pro nobis.
Sancta Caecilia, ora pro nobis.
Sancta Catharina, ora pro nobis.
Sancta Anastasia, ora pro nobis.
Omnes sanctae Virgines et Viduae, orate pro nobis.
Omnes Sancti et Sanctae Dei, intercedite pro nobis.
Propitius esto, parce nobis, Domine.
Propitius esto, exaudi nos, Domine.
Ab omni malo, libera nos, Domine.
Ab omni peccato, libera nos, Domine.
Ab ira tua, libera nos, Domine.
A subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine.
Ab insidiis diaboli, libera nos, Domine.
Ab ira, et odio, et omni mala voluntate, libera nos, Domine.
A spiritu fornicationis, libera nos, Domine.
A fulgure et tempestate, libera nos, Domine.
A flagello terraemotus, libera nos, Domine.
A peste, fame, et bello, libera nos, Domine.
A morte perpetua, libera nos, Domine.
Per mysterium sanctae incarnationis tuae, libera nos, Domine.
Per adventum tuum, libera nos, Domine.
Per nativitatem tuam, libera nos, Domine.
Per baptismum, et sanctum jejunium tuum, libera nos, Domine.
Per crucem, et passionem tuam, libera nos, Domine.
Per mortem, et sepulturam tuam, libera nos, Domine.
Per sanctam resurrectionem tuam, libera nos, Domine.
Per admirabilem ascensionem tuam, libera nos, Domine.
Per adventum Spiritus Sancti paracliti, libera nos, Domine.
In die judicii, libera nos, Domine.
Peccatores, te rogamus, audi nos.
Ut nobis parcas, te rogamus, audi nos.
Ut nobis indulgeas, te rogamus, audi nos.
Ut ad veram poenitentiam nos perducere digneris, te rogamus, audi nos.
Ut Ecclesiam tuam sanctam regere, et conservare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut Domnum apostolicum, et omnes ecclesiasticos ordines in sancta religione conservare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut inimicos sanctae Ecclesiae humiliare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut Regibus, et Principibus christianis pacem et veram concordiam donare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut cuncto populo christiano pacem et unitatem largiri digneris, te rogamus, audi nos.
Ut omnes errantes ad unitatem Ecclesiae revocare, et infideles universos ad Evangelii lumen perducere digneris, te rogamus, audi nos.
Ut nosmetipsos in tuo sancto servitio confortare, et conservare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut mentes nostras ad coelestia desideria erigas, te rogamus, audi nos.
Ut omnibus benefactoribus nostris sempiterna bona retribuas, te rogamus, audi nos.
Ut animas nostras, fratrum, propinquorum et benefactorum nostrorum ab aeterna damnatione eripias, te rogamus, audi nos.
Ut fructus terrae dare, et conservare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut omnibus fidelibus defunctis requiem aeternam donare digneris, te rogamus, audi nos.
Ut nos exaudire digneris, te rogamus, audi nos.
Fili Dei, te rogamus, audi nos.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis Domine.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, exaudi nos Domine.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.
Christe, audi nos.
Christe, exaudi nos.
Kyrie, eleison.
Christe, eleison.
Kyrie, eleison.

Pater noster... (secretum usque ad:)
V. Et ne nos inducas in tentationem.
R. Sed libera nos a malo.Domine.
V. Salvos fac servos tuos, et ancillas tuas.
R. Deus meus, sperantes in te.
V. Mitte eos, Domine, auxilium de sancto.
R. Et de Sion tuere eos.
V. Nihil proficiat inimicus in eis.
R. Et filius iniquitatis non apponat nocere eis.
V. Esto eis, Domine, turris fortitudinis.
R. A facie inimici.
V. Domine Deus virtutum, convert nos.
R. Et ostende faciem tuam, et salvi erimus.
V. Domine, exaudi orationem meam.
R. Et clamor meus ad te veniat.
(V. Dominus vobiscum.
R. Et cum spiritu tuo.)

Oremus

Deus, cui proprium est misereri semper et parcere: suscipe deprecationem nostram; ut nos, et omnes famulos tuos, quos delictorum catena constringit, miseratio tuae pietatis clementer absolvat.

Exaudi, quaesumus, Domine, supplicum preces, et confitentium tibi parce peccatis: ut pariter nobis indulgentiam tribuas benignus et pacem.

Ineffabilem nobis, Domine, misericordiam tuam clementer ostende: ut simul nos et a peccatis omnibus exuas, et a poenis quas pro his meremur, eripias.

Deus, qui culpa offenderis, paenitentia placaris: preces populi tui supplicantis propitius respice; et flagella tuae iracundiae, quae pro peccatis nostris meremur, averte.

Omnipotens sempiterne Deus, miserere famulo tuo Pontifici nostro Benedicto, et dirige eum secundum tuam clementiam in viam salutis aeternae: ut, te donante, tibi placita cupiat, et tota virtute perficiat.

Deus, a quo sancta desideria, recta consilia, et iusta sunt opera: da servis tuis illam, quam mundus dare non potest, pacem; ut et corda nostra mandatis tuis dedita, et, hostium sublata formidine, tempora sint tua protectione tranquilla.

Ure igne Sancti Spiritus renes nostros et cor nostrum, Domine: ut tibi casto corpore serviamus, et mundo corde placeamus.

Fidelium, Deus omnium Conditor et Redemptor, animabus famulorum famularumque tuarum remissionem cunctorum tribue peccatorum: ut indulgentiam, quam semper optaverunt, piis supplicationibus consequantur.

Actiones nostras, quaesumus, Domine, aspirando praeveni et adiuvando prosequere: ut cuncta oratio et operatio a te semper incipiat et per te coepta finiatur.

Omnipotens sempiterne Deus, qui vivorum dominaris simul et mortuorum, omniumque misereris, quos tuos fide et opere futuros esse praenoscis: te supplices exoramus; ut pro quibus effundere preces decrevimus, quosque vel praesens saeculum adhuc in carne retinet vel futurum iam exutos corpore suscepit, intercedentibus omnibus Sanctis tuis, pietatis tuae clementia, omnium delictorum suorum veniam consequantur. R. Per Dominum nostrum Iesum Christum. Amen.

V. Dominus vobiscum.
R. Et cum spiritu tuo.
V. Exaudiat nos omnipotens et misericors Dominus.
R. Amen.
V. Et fidelium animae per misericordiam Dei requiescant in pace.
R. Amen.

lunes, 2 de febrero de 2009

La bendición de las candelas y alimentos en el día de san Blas



San Blas es uno de los catorce Santos Auxiliadores, es decir aquellos a cuya invocación se atribuye desde antiguo una especial eficacia. Debió nacer en la segunda mitad del siglo III y era natural de Sebaste, en la provincia de Capadocia (que formaba parte de Armenia), donde estudió filosofía, aunque acabó decantándose por la medicina, que ejercía con gran ciencia y piedad, compadeciéndose de los enfermos necesitados. También se apiadaba de los animales, a los que curaba y que, como por instinto, acudían a él en busca de auxilio. Era tal su fama que fue elegido obispo de su ciudad natal. Habiendo el co-emperador Licinio, augusto en Oriente, desatado una cruel persecución contra los cristianos, Blas se retiró a la vida eremítica, viviendo en una caverna. Como a san Pablo ermitaño, los pájaros le llevaban su sustento y vivía rodeado de animales, a los que atendía y bendecía. Cierto día, durante una caza, acertaron a pasar por el paraje donde vivía el obispo de Sebaste los soldados del gobernador local, extrañados de no haber podido capturar ni una sola bestia (y es que todas se hallaban bajo la protección del hombre de Dios).

Capturado por la gente del gobernador, Blas fue conducido ante la presencia de éste. Por el camino una viuda se le acercó, pidiéndole que auxiliara a su hijo que se estaba ahogando al habérsele atragantado una espina de pescado. El santo obispo salvó al niño y obtuvo que un lobo restituyera un cerdo que había robado a la viuda dejándola sin sustento. El gobernador, una vez Blas estuvo ante él, le quiso obligar a sacrificar a los dioses, lo cual rechazó éste. Sometido a tortura y echado en una miserable prisión, la viuda a la que había socorrido le llevó pan y carne del cerdo para que comiera algo y una vela para alumbrar la tenebrosa mazmorra. Como se resistiera aún a renegar del cristianismo, el obispo fue mandado ahogar en un estanque cercano, pero al ser arrojado en él no se hundió. Entonces el gobernador lo mandó decapitar. Sucedía esto el año 316.

San Blas es especialmente invocado contra los males de garganta. En el día de su fiesta, el 3 de febrero, se bendicen en su honor y con una oración especial las candelas, las cuales, cruzadas, se ponen tocando la garganta a los fieles mientras se invoca sobre ellos la intercesión del santo para que se vean librados de las enfermedades y dolores de esa parte del cuello. También son bendecidos en el mismo día pan, vino, agua y frutos, es decir todo lo que puede ser deglutido y pasa por la garganta, para que el Señor nos libre de asfixiarnos o sofocarnos comiendo. La candela y el pan recuerdan los que dio la viuda a Blas cuando se hallaba en prisión. El culto de este santo se difundió en Europa desde el norte en los siglos XI y XI y se hizo muy popular, hasta el punto que el 3 de febrero llegó a ser día festivo. El Rituale Romanum trae los dos ritos de bendición relacionados con san Blas y que vale la pena que se los recordemos a nuestros sacerdotes.