Una costumbre muy significativa de este tiempo de preparación para la Navidad es la corona o guirnalda de Adviento, que consiste en un cerco hecho de follaje verde y adornado con manzanas y lazos rojos, sobre el que se colocan equidistantes cuatro velas: tres de color morado y una de color rosa. Esta corona se suele bendecir antes de ponerla en un lugar preferente de la casa. Se enciende a la hora de la cena, después de la cual, la familia se reúne para rezar el Rosario o algún ejercicio piadoso propio del Adviento (Novena de la Inmaculada, Novena del Nacimiento, Antífonas “O”, etc.).
Las velas no se encienden todas de una vez, sino paulatinamente, coincidiendo con las primeras vísperas de cada domínica de Adviento. Así, la primera vela se enciende en las primeras vísperas de la primera domínica; la segunda, se enciende en las primeras vísperas de la segunda domínica, y así sucesivamente, hasta encender las cuatro en las primeras vísperas de la cuarta domínica. En la tercera domínica, o sea la domínica Gaudete, se enciende la vela rosa, que hace alusión al color de los ornamentos que en ella se emplean.
El simbolismo de la corona de Adviento es muy profundo. Su forma circular representa el amor de Dios, que no tiene principio ni fin y, al mismo tiempo, su alianza eterna con los elegidos. El color verde de su follaje hace alusión a la esperanza, que es el sentimiento que inspira la proximidad de la Navidad, y a la vida sobrenatural engendrada por la gracia santificante. Las cuatro velas significan la luz de Cristo, que brilló entre las tinieblas en las cuales quedó sumida la Humanidad por el pecado y que se fueron disipando cada vez más conforme se aproximaba el Mesías. El color morado de tres de ellas es el de la penitencia; el color rosa, el de la mitigación de ella por el gozo de pensar que el Redentor está cada vez más próximo. Las manzanas son figura de los frutos del Paraíso y los de las buenas obras. Los lazos simbolizan, en fin, los vínculos con que nos atamos a Dios, a su amor y a su misericordia.
Pongamos la corona de Adviento en nuestros hogares y que la esperanza del Mesías venidero ciña nuestros corazones con una guirnalda de amor a Dios y al prójimo.
Las velas no se encienden todas de una vez, sino paulatinamente, coincidiendo con las primeras vísperas de cada domínica de Adviento. Así, la primera vela se enciende en las primeras vísperas de la primera domínica; la segunda, se enciende en las primeras vísperas de la segunda domínica, y así sucesivamente, hasta encender las cuatro en las primeras vísperas de la cuarta domínica. En la tercera domínica, o sea la domínica Gaudete, se enciende la vela rosa, que hace alusión al color de los ornamentos que en ella se emplean.
El simbolismo de la corona de Adviento es muy profundo. Su forma circular representa el amor de Dios, que no tiene principio ni fin y, al mismo tiempo, su alianza eterna con los elegidos. El color verde de su follaje hace alusión a la esperanza, que es el sentimiento que inspira la proximidad de la Navidad, y a la vida sobrenatural engendrada por la gracia santificante. Las cuatro velas significan la luz de Cristo, que brilló entre las tinieblas en las cuales quedó sumida la Humanidad por el pecado y que se fueron disipando cada vez más conforme se aproximaba el Mesías. El color morado de tres de ellas es el de la penitencia; el color rosa, el de la mitigación de ella por el gozo de pensar que el Redentor está cada vez más próximo. Las manzanas son figura de los frutos del Paraíso y los de las buenas obras. Los lazos simbolizan, en fin, los vínculos con que nos atamos a Dios, a su amor y a su misericordia.
Pongamos la corona de Adviento en nuestros hogares y que la esperanza del Mesías venidero ciña nuestros corazones con una guirnalda de amor a Dios y al prójimo.
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