Al hilo de lo que decíamos con motivo de la festividad de la Huída a Egipto, hoy, viernes después de Ceniza, toca conmemorar la Corona de Espinas que ciñó la divina cabeza del Rey de Dolores, nuestro Redentor Jesucristo. Cada viernes de este período penitencial de la Cuaresma se recordará un aspecto especial de su Pasión, Muerte y Sepultura, lo que nos servirá de guía para la meditación. Ya mencionamos el hecho de que los formularios de las misas correspondientes ya no aparecen en la edición típica del Missale Romanum de 1962 promulgada por el beato Juan XXIII, pero que no fueron del todo suprimidas, al poderse mantener allí donde exista costumbre y devoción. Creemos que se trata de misas con bellísimos textos que no deberían caer en el completo olvido. Son pequeñas joyas de la liturgia católica, que, como ciertas antiguas alhajas familiares deberían sacarse de vez en cuando por su valor y belleza aunque no se las use de ordinario.
Una corona evoca inmediatamente la idea de realeza. La corona de espinas nos lleva a la consideración de la realeza de Jesucristo en sus implicaciones más profundas. Él es ciertamente Rey por naturaleza y derecho propio y en el sentido más amplio: primero, como Dios, Autor y por consiguiente Señor de todo lo creado; segundo, como el Verbo de Dios por Quien fueron hechas todas las cosas y a Quien el Padre se las ha entregado. Pero también es Rey por derecho de conquista, pues ha acabado con el predominio del reino de Satanás sobre las almas, de las que éste se había enseñoreado al tentar a nuestros primeros padres. Y lo ha hecho con su sacrificio consumado en el Calvario. Íntimamente conectada con esta idea del Rey paciente se halla la del Rey mesiánico, “a quien el Señor Dios dará el trono de David su Padre y que reinará en la Casa de Jacob para siempre, sin que su reino tenga fin” como anunció el ángel a María (Luc I, 32-33). El reino de Nuestro Señor, incoado ya por su Pasión, se halla en la tensión del “ya pero todavía no” hasta que al fin de los tiempos se restauren en Él todas las cosas por su manifestación y venida en gloria y majestad. El lapso que hay en medio es el tiempo de la Iglesia, en el que son congregados los súbditos del Reino.
Todos estos conceptos están contenidos en los textos de la misa de hoy, en la que se presenta la realeza de Jesucristo bajo su doble aspecto: el doloroso y el triunfal. En el introito aparece el Señor prefigurado en el rey Salomón, su antepasado, rodeado de esplendor. A esta escena hace contrapunto la del evangelio del día, que nos muestra a Jesús, humillado y ultrajado, con los símbolos de la condición regia (la corona y la púrpura), pero desvirtuados de su significado y tornados en irrisión. Esto nos lleva a la consideración de que la gloria verdadera pasa por el sufrimiento y de que lo que vale cuesta. Por eso se nos promete en el tracto: “Corona tribulationis effloruit in coronam gloriae”: la corona de la tribulación ha florecido como corona de gloria. Pero ha florecido porque se ha asumido esa misma tribulación y lo que para los hombres es motivo de ignominia se convierte con Cristo en prenda de honor. Es el mismo tema de la Cruz, patíbulo infamante para los romanos, que se transforma en el trono desde el cual reina el Señor: “regnavit a ligno Deus” (ha reinado Dios en el madero), como reza el hermoso himno Vexilla Regis de Venancio Fortunato.
La Corona de Espinas, pues, en virtud de la Pasión de Cristo, se convierte en “corona de lapide pretioso” (corona de piedras preciosas), en “diadema speciei” (diadema de belleza) y “sertum exsultationis” (guirnalda de júbilo), digna de adoración porque por ella recordamos el precio de nuestra redención (como se dice en la antífona del ofertorio). Es la misma corona que se promete a los que, como san Pablo, acometen el buen combate y corren en la carrera (“bonum certamen certavi, cursum consumavi”); por eso en la secreta pedimos a Dios que confirme nuestra fuerza como soldados suyos “a los que anima la corona de su Hijo en este estadio de nuestra condición mortal, para que, una vez hayamos acabado la contienda y la carrera, recibamos el premio de la inmortalidad”. No es el discípulo mayor que el maestro: así pues, no nos faltarán espinas y abrojos, que circundarán nuestras vidas como una corona dolorosa; pero tenemos el ejemplo de Nuestro Señor, que trocará nuestras penas en gozos si correspondemos a su gracia. La corona de espinas de cada uno se convertirá en corona gloriosa.
La reflexión espiritual que nos sugiere la Corona de Espinas es doble. En primer lugar, consideremos que la cabeza es donde reside el orgullo. Los soberbios gustan de alzar la cabeza y mirar por debajo del hombro con desprecio: de ahí viene los términos “altivez” y “altanería”. Los símbolos del poder se colocan preferentemente en la cabeza, que es ceñida de laurel, de oro, de gemas, de plumas y de todo aquello que indica supremacía. El misterio de Cristo coronado de espinas (que contemplamos en el rosario) nos enseña la mortificación de las actitudes, es un llamado a la humildad, virtud opuesta al pecado capital de la soberbia, de la cual han nacido todos los males. El pecado de Lucifer fue precisamente éste y también el de nuestros primeros padres, que quisieron hacerse como dioses por la vía fácil de la autosuficiencia. El pensamiento de Jesús vilipendiado y hecho rey de burlas debe acudir a nuestra mente cada vez que tengamos un arrebato de orgullo.
Pero también podemos pensar en todos aquellos que sufren en su mente, sea de trastornos psíquicos que de obsesiones y preocupaciones. Hoy hay muchísimas personas a las que aflige la depresión. Nuestro mundo se ha convertido en un medio hostil, en el que cada uno de nosotros está a la defensiva y no encuentra consuelo ni refugio. Vivimos cada vez más aislados y ensimismados en nuestros problemas y sentimos la falta de una voz amiga. Por otra parte, como hemos apartado a Dios de nuestra vida social (y muchas veces hasta de nuestra vida personal), no es fácil ya beneficiarnos del auxilio que la religión ofrece. Aún así, incluso en personas creyentes y que confían en la Providencia, es inevitable el sentimiento de angustia ante situaciones difíciles. Lo tuvo hasta Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos, llegando a sudar sangre al ver lo que se le avecinaba y pidiendo al Padre que retirara de Él el cáliz de amargura. Acordémonos, pues, de todos aquellos que sufren de ansiedad, de depresión, de desánimo, de todos los que se consumen por las preocupaciones, sobre todo en estos tiempos de crisis. Que Jesucristo coronado de espinas, quite de sus mentes las espinas de la angustia y que sepan encontrar su sosiego en la conformidad con la voluntad de Dios y en la propia entrega en manos de su Providencia bondadosa.
Hoy es viernes de cuaresma y comienza la práctica tradicional del Via Crucis en nuestras parroquias e iglesias. Recordemos lo que nos dijo el Maestro: “si alguien me ama, que tome su propia cruz y me siga”, con lo cual nos anima a asumir nuestras vidas problemáticas con sentido sobrenatural. Sólo así comprobaremos que la Cruz de Cristo es un “yugo suave” y una “carga ligera” y que yendo a Él somos aliviados. De modo semejante, podríamos decir que así como el Señor fue coronado de espinas, también nosotros debemos por su amor, ceñir nuestras cabezas con la corona que Dios a cada uno ha deparado y que de dolor y sufrimiento se convertirá en gloria y júbilo.
Como dato interesante consignamos que la reliquia de la Santa Corona de Espinas, piadosamente recogida después de la Pasión por los discípulos, se veneró en la iglesia del Monte Sión en Jerusalén hasta el siglo XI. San Paulino de Nola, Casiodoro y los autores de peregrinaciones e itinerarios jerosolimitanos hablan de este instrumento de la Pasión. Gregorio de Giras, cronista de época merovingia, afirmaba que las espinas de la corona lucían milagrosamente verdes al cabo de los siglos. De la reliquia se desgajaron algunas espinas para satisfacer la devoción de los emperadores de Oriente. La emperatriz Irene envió a Carlomagno unas cuantas en prenda de los tratos matrimoniales que habían entablado (y que no llegaron a concretarse). El rey franco las depositó en Aquisgrán, de donde más tarde se dispersaron en forma de regalos a personajes de importancia de la Cristiandad. La Santa Corona fue llevada a Constantinopla hacia 1063, salvándose así de la profanación islámica. Tras la invasión del Imperio Bizantino durante la Cuarta Cruzada por los venecianos (1204), éstos entraron en posesión de la reliquia como prenda de un préstamo cuantioso. Balduino II de Courtenay, emperador latino de Constantinopla, la desempeñó para dársela a san Luis IX, cuyo apoyo buscaba para apuntalar su tambaleante autoridad. En 1248, el rey de Francia hizo construir la Sainte Chapelle en París para recibir la Corona de Espinas, que permaneció en ella hasta la Revolución. Desde entonces fue trasladada varias veces de lugar hasta que a finales del siglo XIX fue llevada a la catdral de Notre-Dame, donde se la venera actualmente. Las dos espinas que se veneran en la Capilla de las Reliquias de la basílica romana de Santa Cruz en Jerusalén provienen de Constantinopla.
SACRAE SPINEAE CORONAE D.N.I.C.
Introitus
(Cant III, 11) EGREDÍMINI et vidéte, fíliae Sion, regem Salomónem in diadémate, quo coronávit eum mater sua, parans crucem Salvatóri suo. (Ps VIII, 6-7) Glória et honóre coronásti eum, Dómine: et constituísti eum super ópera mánuum tuárum. V. Glória Patri. Egredimini...
Oratio
PRAESTA, quaésumus, omnípotens Deus: ut, qui in memóriam passiónis Dómini nostri Jesu Christi Corónam ejus spíneam venerámur in terris, ab ipso glória et honóre conorári mereámur in caelis: Qui tecum vivit et regnat... R. Amen.
Léctio libri Sapiéntiae
(Cant III, 7-11 ; IV, 1 et 8) LÉCTULUM Salomónis sexagínta fortes ámbiunt ex fortíssimis Israël: omnes tenéntes gládios, et ad bella doctíssimi: uniuscujúsque ensis super femur suum propter timóres noctúrnos. Férculum fecit sibi rex Sálomon de lignis Líbani: colúmnas ejus fecit argénteas, reclinatórium áureum, ascénsum purpúreum: média caritáte constrávit propter fílias Jerúsalem. Egredímini et vidéte, fíliae Sion, regem Salomónem in diadémate, quo coronávit illum mater sua in die desponsatiónis illíus, et in die laetítiae cordis ejus. Quam pulchra es, amíca mea, quam pulchra es ! Oculi tui columbárum, absque eo quod intrínsecus latet. Veni de Líbano, sponsa mea, veni de Líbano, veni: coronáberis.
Graduale
(Eccli XLV, 14) Coróna áurea super caput ejus: expréssa signo sanctitátis, glória honóris, et opus fortitúdinis. V. (Ps. XX, 4) Quóniam praevenísti eum in benedictiónibus dulcédinis: posuísti in cápite ejus corónam de lápide pretióso.
Tractus
(Is LXI, 10) Induit eum Dóminus vestiméntis salútis, et induménto justítiae, quasi sponsum decorátum coróna. V. (Is XXVIII, 5) Coróna tribulatiónis efflóruit in corónam glóriae, et sertum exsultatiónis. V. (Sap V, 17) Accépit regnum decóris, diadéma speciéi.In Missis per annum post Graduale, omisso Tractu, dicitur:Allelúja , allelúja. V. (Is XXVIII, 5) Coróna tribulatiónis efflóruit in corónam glóriae, et sertum exsultatiónis. Allelúja.
Tempore autem Paschali, omissis Graduali et Tractu, dicitur:
Allelúja, allelúja. V. (Is XXVIII, 5) Coróna áurea super caput ejus: expréssa signo sanctitátis, glória honóris, et opus fortitúdinis. Allelúja. V. Tibi glória, hosánna: tibi triúmphus et victória: tibi summae laudis et honóris coróna. Allelúja.
+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem
(Io XIX, 1-5) IN illo témpore: Apprehéndit Pilátus Jesum, et flagellávit. Et mílites plecténtes corónam de spinis, imposuérunt cápiti ejus: et veste purpúrea circumdedérunt eum. Et veniébant ad eum, et dicébant: Ave, Rex Judaeórum: et dabant ei álapas. Exívit ergo íterum Pilátus foras, et dicit eis: Ecce addúco vobis eum foras, ut cognoscátis, quia nullam invénio in eo causam. Exívit ergo Jesus portans corónam spíneam, et purpúreum vestiméntum. Credo.
Offertorium
Tuam Corónam adorámus, Dómine: tuam gloriósam recólimus passiónam.
Secreta
TUÓRUM mílitum, Rex omnípotens, virtútem róbora: ut, quos in hujus mortalitátis stádio unigéniti Fílii tui Coróna laetíficat ; consummáto cursu certáminis, immortalitátis bravíum apprehéndant. Per eúmdem Dóminum… R. Amen.
Praefatio de Cruce
Communio
(Prov. IV, 9) Laetáre, mater nostra, quia dabit Dóminus cápiti tuo augménta gratiárum, et coróna ínclita próteget te.
Postcommunio
SÚPPLICES te rogámus, omnípotens Deus: ut haec sacraménta quae súmpsimus, per sacrosánctae Fílii tui Corónae, cujus solémnia recensémus, virtútem, nobis profíciant ad medélam. Per eúmdem Dóminum… R. Amen.
1 comentario:
Ya era hora un blog así...
Saludos desde Santander, España.
http://www.desdesdr.blogspot.com/
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