En este día e San Felipe Neri queremos ofrecer a este insigne santo nuestro modesto tributo y para ello publicamos una breve biografía tomada de la Enciclopedia Católica (en castellano y en inglés) y un breve ejercicio en su honor, consistente en la oración compuesta por el cardenal Baronio y las Letanías del Santo, debidas a la pluma inspirada del beato cardenal John Henry Newman (en latín, castellano e inglés). Como colofón irá la oración del beato Newman a San Felipe Neri pidiendo los siete dones del Espíritu Santo, tanto más oportuna cuanto que nos hallamos en plena octava de Pentecostés. Esperamos sea todo esto de provecho para nuestros amables lectores. Sólo hacemos constar que estos ejercicios son de devoción privada, no encontrándose las letanías entre las llamadas auténticas
San Felipe Rómulo Neri
El apóstol de Roma
Nacido en Florencia, Italia, el 22 de Julio de 1515; muerto el 27 de Mayo de 1595. La familia de Felipe provenía originariamente de Castelfranco, pero había vivido durante muchas generaciones en Florencia, en la que no pocos de sus miembros habían practicado profesiones liberales, y por tanto adquirido rango en la nobleza de Toscana. Entre estos estaba el propio padre de Felipe, Francesco Neri, que suplió la insuficiente fortuna privada con lo que ganaba como notario. Una circunstancia que tuvo no poca influencia en la vida del santo fue la amistad de Francesco con los dominicos; pues fue de los frailes de San Marcos, en medio de los recuerdos de Savonarola, que recibió Felipe muchas de sus primeras impresiones religiosas. Aparte de un hermano menor, que murió en la primera niñez, Felipe tuvo dos hermanas menores, Caterina y Elisabetta. Fue con ellas con quien “el buen Pippo”, como pronto empezó a ser llamado, cometió su única falta conocida. Dio un ligero empujón a Caterina, porque no dejaba de interrumpir a Elisabetta y a él, mientras estaban recitando salmos juntos, una práctica a la que, cuando niño, era notablemente aficionado. Un incidente de su niñez es caro a sus primeros biógrafos como la primera intervención visible de la providencia en su favor, y quizá más cara aún a sus discípulos modernos, porque revela las características humanas de un niño en medio de las gracias sobrenaturales de un santo. Cuando tenía unos ocho años se le dejó solo en un patio para que jugara; viendo un asno cargado de fruta, trepó a su lomo; el animal se desbocó, y ambos cayeron en un profundo sótano. Sus padres se precipitaron al lugar y sacaron al niño, no muerto, como temían, sino totalmente ileso.
Desde el principio fue evidente que la carrera de Felipe discurriría por vías no convencionales; cuando se le mostró el árbol genealógico de su familia, lo rompió, y le dejó indiferente que se quemara la casa de su padre. Habiendo estudiado humanidades con los mejores maestros de una generación erudita, a la edad de dieciséis años fue enviado a ayudar en los negocios a un primo de su padre en San Germano, cerca de Monte Cassino. Se aplicó con diligencia, y su pariente determinó pronto hacerle su heredero. Pero él a menudo se retiraba a una pequeña capilla de la montaña que pertenecía a los benedictinos de Monte Casino, construida encima del puerto de Gaeta en una hendidura de la roca que la tradición dice que estaba entre las abiertas en la hora de la muerte de Nuestro Señor. Fue aquí donde su vocación se hizo definida: estaba llamado a ser el Apóstol de Roma. En 1533 llegó a Roma sin ningún dinero. No había informado a su padre del paso que estaba dando, y había rechazado deliberadamente la protección de su pariente. Sin embargo, se hizo enseguida amigo de Galeotto Caccia, un residente florentino, que le dio una habitación en su casa y una asignación de harina, a cambio de que emprendiera la educación de sus dos hijos. Durante diecisiete años Felipe vivió como laico en Roma, sin pensar probablemente en hacerse sacerdote. Fue tal vez mientras era tutor de los niños, cuando escribió la mayor parte de la poesía que compuso tanto en latín como en italiano. Antes de su muerte quemó todos sus escritos, y sólo algunos de sus sonetos nos han llegado. Pasó unos tres años, empezando hacia 1535, en el estudio de la filosofía en la Sapienza, y de teología en la escuela de los agustinos. Cuando consideró que había aprendido bastante, vendió sus libros y dio el producto a los pobres. Aunque nunca hizo de nuevo del estudio su principal ocupación, siempre que fue invitado a desechar su habitual reticencia, sorprendía a los más ilustrados con la profundidad y claridad de su conocimiento teológico.
Ahora se dedicó por entero a la santificación de su propia alma y al bien de su prójimo. Su activo apostolado comenzó con discretas y solitarias visitas a los hospitales. Luego indujo a otros a acompañarlo. Entonces empezó a frecuentar las tiendas, almacenes, bancos y lugares públicos de Roma, ablandando los corazones de aquellos a quienes acontecía encontrar, y exhortándoles a servir a Dios. En 1544, o más tarde, se hizo amigo de San Ignacio. Muchos de sus discípulos probaron y encontraron sus vocaciones en la recién nacida Compañía de Jesús, pero la mayoría permaneció en el mundo, y formó el núcleo de lo que después se convirtió en la Hermandad del Pequeño Oratorio. Aunque “no aparecía como ayunando ante los hombres”, su vida privada era la de un ermitaño. Su sola comida diaria era de pan y agua, a la que se añadían a veces algunas hierbas, el mobiliario de su habitación consistía en una cama, a la que habitualmente prefería el suelo, una mesa, algunas sillas, y una cuerda para colgar su ropa; y se disciplinaba frecuentemente con pequeñas cadenas. Puesto a prueba por violentas tentaciones, tanto diabólicas como humanas, pasó a través de todas ellas ileso, y la pureza de su alma se manifestó en ciertos rasgos físicos acusados. Al principio rezaba principalmente en la iglesia de San Eustachio, muy cerca de casa de Caccia. Luego empezó a visitar las siete iglesias. Pero fue en las catacumbas de San Sebastiano –confundidas por los primeros biógrafos con las de San Callisto – donde tuvo las vigilias más largas y donde recibió los consuelos más abundantes. En esta catacumba, unos días antes de Pentecostés de 1544, tuvo lugar el conocido milagro de su corazón. Bacci lo describe así: “Mientras estaba con la máxima seriedad pidiendo al Espíritu Santo sus dones, apareció ante él un globo de fuego, que entró en su boca y se alojó en su pecho; y acto seguido fue sorprendido repentinamente por tal fuego de amor, que, incapaz de soportarlo, se arrojó al suelo, y, como quien intenta refrescarse, desnudó su pecho para atemperar en alguna medida la llama que sentía. Cuando hubo permanecido así por un tiempo y se recobró un poco, se levantó lleno de una insólita alegría, e inmediatamente todo su cuerpo comenzó a estremecerse con un violento temblor; y poniendo su mano en su pecho, notó por el lado de su corazón un bulto casi tan grande como el puño de un hombre, pero ni entonces ni después fue asistido del más ligero daño o herida”. La causa de este bulto se descubrió por los médicos que examinaron su cuerpo tras la muerte. El corazón del santo se había dilatado por el repentino impulso de amor, y para que tuviera suficiente espacio para moverse, se habían roto dos costillas, y curvado en forma de arco. Desde el momento del milagro hasta su muerte, su corazón palpitaría violentamente cuando llevaba a cabo una acción espiritual.
Durante sus últimos años de laico, el apostolado de Felipe se extendió rápidamente. En 1548, junto con su confesor, Persiano Rosa, fundó la Confraternidad de la Santísima Trinidad para ocuparse de los peregrinos y convalecientes. Sus miembros se reunían para la comunión, la oración, y otros ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore, y el propio santo introdujo la exposición del Santísimo Sacramento una vez al mes (devoción de las Cuarenta Horas). En estas devociones Felipe predicaba, aunque aún era un laico, y sabemos que en una sola ocasión convirtió a no menos de treinta jóvenes disolutos. En 1550 se le presentó la duda de si no debía interrumpir su trabajo activo y retirarse en soledad absoluta. Su perplejidad fue calmada por una visión de San Juan Bautista, y por otra visión de dos almas en la gloria, una de las cuales estaba comiendo un rollo de pan, lo que significaba la voluntad de Dios de que viviera en Roma para bien de las almas como si estuviera en un desierto, absteniéndose en cuanto fuera posible del uso de carne.
En 1551, sin embargo, recibió una vocación cierta de Dios. Por mandato de su confesor – nada sino esto habría vencido su humildad – entró en el sacerdocio, y se fue a vivir a San Girolamo, donde una plantilla de capellanes era sostenida por la Confraternidad de la Caridad. Cada sacerdote tenía dos habitaciones asignadas a él, en las que vivía, dormía y comía, sin otra regla que la de vivir en caridad con sus hermanos. Entre los nuevos compañeros de Felipe, aparte de Persiano Rosa, estaba Buonsignore Cacciaguerra, un notable penitente, que estaba en esa época llevando a cabo una vigorosa propaganda a favor de la comunión frecuente. Felipe, que como laico había estado animando discretamente a la frecuente recepción de los sacramentos, gastó toda su energía sacerdotal en promover la misma causa, pero a diferencia de su precursor, recomendaba a los jóvenes especialmente confesarse más a menudo de lo que comulgaban. La iglesia de San Girolamo era muy frecuentada incluso antes de la llegada de Felipe, y su confesionario pronto se convirtió en el centro de un potente apostolado. Permanecía en la iglesia, oyendo confesiones o dispuesto a oírlas, desde el amanecer hasta casi mediodía, y no contento con esto, confesaba habitualmente a unas cuarenta personas en su habitación antes del alba. Así trabajó incansablemente durante todo su largo sacerdocio. Como médico de almas recibió maravillosos dones de Dios. A veces decía a un penitente sus pecados más secretos sin que se los confesara; y una vez convirtió a un joven noble mostrándole una visión del infierno. Poco antes de mediodía dejaba su confesionario para decir misa. Su devoción al Santísimo Sacramento, como el milagro de su corazón, es una de esas manifestaciones de santidad que son peculiarmente suyas. Tan grande era el fervor de su caridad, que, en vez de recogerse antes de la misa, tenía que utilizar medios deliberados de distracción para atender al rito externo. Durante los últimos cinco años de su vida tuvo permiso para celebrar privadamente en una pequeña capilla próxima a su cuarto. En el “Agnus Dei” el sirviente salía, cerraba las puertas, y colgaba un aviso: “Silencio, el Padre está diciendo misa”. Cuando volvía a las dos horas o más, el santo estaba tan absorto en Dios que parecía estar a punto de morir.
Felipe dedicaba sus tardes a los hombres y muchachos, invitándoles a reuniones informales en su cuarto, llevándolos a visitar iglesias, interesándose en sus diversiones, santificando con su dulce influencia cada aspecto de sus vidas. En una época tuvo un vehemente deseo de seguir el ejemplo de San Francisco Javier, e ir a la India. Con vistas a esta finalidad, apresuró la ordenación de algunos de sus compañeros. Pero en 1557 pidió el consejo de un cisterciense de Tre Fontane; y como en una ocasión anterior se le había dicho que hiciera de Roma su desierto, así ahora el monje le comunicó una revelación que había tenido de San Juan Evangelista, que Roma debía ser su India. Felipe abandonó enseguida la idea de ir al extranjero, y al año siguiente las reuniones informales en su habitación se desarrollaron en ejercicios espirituales regulares en un oratorio, que construyó sobre la iglesia. En estos ejercicios predicaban los laicos y la excelencia de los discursos, la alta calidad de la música, y el encanto de la personalidad de Felipe atrajeron no sólo a los humildes e inferiores, sino a hombres del más alto rango y distinción en la Iglesia y el Estado. De estos, en 1590, el cardenal Niccolo Sfondrato, se convirtió en Papa Gregorio XIV, y solo la extrema reticencia del santo evitó que el pontífice le forzara a aceptar el cardenalato. En 1559, Felipe comenzó a organizar visitas regulares a las siete iglesias, en compañía de multitud de hombres, sacerdotes y religiosos, y laicos de todo rango y condición. Estas visitas fueron la ocasión de una corta pero aguda persecución por parte de cierta facción maliciosa, que lo denunció como “creador de nuevas sectas”. El propio cardenal vicario le convocó, y sin oír su defensa, le reprendió en los términos más duros. Durante una quincena el santo estuvo suspendido de oír confesiones; pero al cabo de ese tiempo hizo su defensa, y probó su inocencia ante las autoridades eclesiásticas.
En 1562, los florentinos de Roma le rogaron que aceptara el cargo de párroco de su iglesia, San Giovanni dei Fiorentini, pero él se resistía a dejar San Girolamo. Al final el asunto fue llevado ante Pío IV, y se llegó a un compromiso en 1564. Aunque permaneciendo en San Girolamo, Felipe se convertía en párroco de San Giovanni, y enviaba cinco sacerdotes, uno de los cuales era Baronio, para representarle allí. Vivían en comunidad con Felipe como superior, tomando sus comidas juntos, y asistiendo regularmente a los ejercicios de San Girolamo. En 1574, sin embargo, los ejercicios comenzaron a celebrarse en un oratorio en San Giovanni. Mientras tanto la comunidad estaba creciendo en tamaño, y en 1575 fue formalmente reconocida por Gregorio XIII como la Congregación del Oratorio, y se le dio la iglesia de Santa María in Vallicella. Los padres vinieron a vivir aquí en 1577, año en el que inauguraron la Chiesa Nuova, construida en el sitio de la vieja Santa María, y trasladaron los ejercicios a un nuevo oratorio. El propio Felipe se quedó en San Girolamo hasta 1583, y sólo por obediencia a Gregorio XIII dejó entonces su viejo hogar y vino a vivir a la Vallicella. Los últimos años de su vida fueron marcados por alternativas de enfermedad y recuperación. En 1593, mostró la verdadera grandeza del que conoce los límites de su propia resistencia, y dimitió el cargo de superior que le había sido conferido de por vida. En 1594, cuando estaba en una agonía de dolor, la Santísima Virgen se le apareció y le curó. A fines de Marzo de 1595, tuvo un grave ataque de fiebre, que duró todo Abril; pero en respuesta a su plegaria especial Dios le dio fuerza para decir misa el 1 de Mayo en honor de los Santos Felipe y Santiago. El siguiente 12 de Mayo fue presa de una violenta hemorragia, y el cardenal Baronio, que le había sucedido como superior, le dio la extremaunción. Después de eso pareció revivir un poco y su amigo el cardenal Federico Borromeo le trajo el viático, que recibió con fuertes protestas de su propia indignidad. Al día siguiente estaba perfectamente bien, y hasta el día mismo de su muerte se ocupó de sus tareas habituales, recitando incluso el Oficio Divino, del que estaba dispensado. Pero el 15 de Mayo predijo que sólo le quedaban diez días más de vida. El 25 de Mayo, fiesta del Corpus Christi fue a decir misa en su pequeña capilla, dos horas más pronto de lo habitual. “Al empezar su misa”, escribe Bacci, “se quedó un rato mirando fijamente la colina de San Onofrio, que era visible desde la capilla, como si viera alguna gran visión. Al llegar al Gloria in Excelsis empezó a cantar, lo que era una cosa inusual en él, y lo cantó entero con la máxima alegría y devoción, y todo el resto de la misa la dijo con extraordinaria exultación, como si cantara”. Estuvo en perfecta salud durante el resto de ese día, e hizo su habitual oración nocturna; pero cuando estaba en la cama, predijo la hora de la noche en que moriría. Aproximadamente a la una de la madrugada el padre Antonio Gallonio, que dormía debajo de él, le oyó andar arriba y abajo, y fue a su cuarto. Lo encontró yacente en su cama, sufriendo otra hemorragia. “Antonio, me voy”, dijo; Gallonio mandó a buscar a los médicos y los padres de la congregación. El cardenal Baronio hizo la recomendación del alma, y le pidió que diera a los padres su bendición final. El santo levantó la mano ligeramente, y miró hacia el cielo. Luego, inclinando su cabeza hacia los padres, expiró. Felipe fue beatificado por Paulo V en 1615, y canonizado por Gregorio XV en 1622.
Es quizá por el método de contraste como caemos en la cuenta más claramente de las características distintivas de San Felipe y su obra. Le saludamos como al reformador paciente que deja fuera las cosas solas y obra desde dentro, dependiendo más bien del poder escondido del sacramento y la oración más que de drásticos métodos de mejora externa; al director de almas que asigna más valor a la mortificación de la razón que a las austeridades corporales, declara que los hombres pueden convertirse en santos en el mundo no menos que en el claustro, subraya la importancia de servir a Dios con espíritu alegre, y da un giro singularmente humorístico a las máximas de la teología ascética; al silencioso observador de los tiempos, que no toma parte activa en las controversias eclesiásticas y aun así es una fuerza motriz de su desarrollo, ora animando al uso de la historia eclesiástica como baluarte contra el Protestantismo, ora insistiendo en la absolución de un monarca, al que otros consejeros deseaban excluir de los sacramentos, ora rogando que Dios advierta a un amenazado de condenación y recibiendo la milagrosa seguridad de que su plegaria es escuchada; al fundador de una Congregación que se basa más en la influencia personal que en la organización disciplinaria, y prefiere la práctica espontánea de consejos de perfección a su puesta en vigor por medio de votos; por encima de todo, al santo de Dios, que es tan irresistiblemente atractivo, tan eminentemente amable en sí mismo, como para lograr el título de “Amabile santo”.
Transcrito por Herman F. Holbrook para el Reverendo David Martin, sacerdote del Oratorio de Londres. Traducido por Francisco Vázquez
St. Philip Romolo Neri
THE APOSTLE OF ROME
Born at Florence, Italy, 22 July, 1515; died 27 May, 1595. Philip's family originally came from Castelfranco but had lived for many generations in Florence, where not a few of its members had practised the learned professions, and therefore took rank with the Tuscan nobility. Among these was Philip's own father, Francesco Neri, who eked out an insufficient private fortune with what he earned as a notary. A circumstance which had no small influence on the life of the saint was Francesco's friendship with the Dominicans; for it was from the friars of S. Marco, amid the memories of Savonarola, that Philip received many of his early religious impressions. Besides a younger brother, who died in early childhood, Philip had two younger sisters, Caterina and Elisabetta. It was with them that "the good Pippo", as he soon began to be called, committed his only known fault. He gave a slight push to Caterina, because she kept interrupting him and Elisabetta, while they were reciting psalms together, a practice of which, as a boy, he was remarkably fond. One incident of his childhood is dear to his early biographers as the first visible intervention of Providence on his behalf, and perhaps dearer still to his modern disciples, because it reveals the human characteristics of a boy amid the supernatural graces of a saint. When about eight years old he was left alone in a courtyard to amuse himself; seeing a donkey laden with fruit, he jumped on its back; the beast bolted, and both tumbled into a deep cellar. His parents hastened to the spot and extricated the child, not dead, as they feared, but entirely uninjured.
From the first it was evident that Philip's career would run on no conventional lines; when shown his family pedigree he tore it up, and the burning of his father's house left him unconcerned. Having studied the humanities under the best scholars of a scholarly generation, at the age of sixteen he was sent to help his father's cousin in business at S. Germano, near Monte Cassino. He applied himself with diligence, and his kinsman soon determined to make him his heir. But he would often withdraw for prayer to a little mountain chapel belonging to the Benedictines of Monte Cassino, built above the harbour of Gaeta in a cleft of rock which tradition says was among those rent at the hour of Our Lord's death. It was here that his vocation became definite: he was called to be the Apostle of Rome. In 1533 he arrived in Rome without any money. He had not informed his father of the step he was taking, and he had deliberately cut himself off from his kinsman's patronage. He was, however, at once befriended by Galeotto Caccia, a Florentine resident, who gave him a room in his house and an allowance of flour, in return for which he undertook the education of his two sons. For seventeen years Philip lived as a layman in Rome, probably without thinking of becoming a priest. It was perhaps while tutor to the boys, that he wrote most of the poetry which he composed both in Latin and in Italian. Before his death he burned all his writings, and only a few of his sonnets have come down to us. He spent some three years, beginning about 1535, in the study of philosophy at the Sapienza, and of theology in the school of the Augustinians. When he considered that he had learnt enough, he sold his books, and gave the price to the poor. Though he never again made study his regular occupation, whenever he was called upon to cast aside his habitual reticence, he would surprise the most learned with the depth and clearness of his theological knowledge.
He now devoted himself entirely to the sanctification of his own soul and the good of his neighbour. His active apostolate began with solitary and unobtrusive visits to the hospitals. Next he induced others to accompany him. Then he began to frequent the shops, warehouses, banks, and public places of Rome, melting the hearts of those whom he chanced to meet, and exhorting them to serve God. In 1544, or later, he became the friend of St. Ignatius. Many of his disciples tried and found their vocations in the infant Society of Jesus; but the majority remained in the world, and formed the nucleus of what afterwards became the Brotherhood of the Little Oratory. Though he "appeared not fasting to men", his private life was that of a hermit. His single daily meal was of bread and water, to which a few herbs were sometimes added, the furniture of his room consisted of a bed, to which he usually preferred the floor, a table, a few chairs, and a rope to hang his clothes on; and he disciplined himself frequently with small chains. Tried by fierce temptations, diabolical as well as human, he passed through them all unscathed, and the purity of his soul manifested itself in certain striking physical traits. He prayed at first mostly in the church of S. Eustachio, hard by Caccia's house. Next he took to visiting the Seven Churches. But it was in the catacomb of S. Sebastiano — confounded by early biographers with that of S. Callisto — that he kept the longest vigils and received the most abundant consolations. In this catacomb, a few days before Pentecost in 1544, the well-known miracle of his heart took place. Bacci describes it thus: "While he was with the greatest earnestness asking of the Holy Ghost His gifts, there appeared to him a globe of fire, which entered into his mouth and lodged in his breast; and thereupon he was suddenly surprised with such a fire of love, that, unable to bear it, he threw himself on the ground, and, like one trying to cool himself, bared his breast to temper in some measure the flame which he felt. When he had remained so for some time, and was a little recovered, he rose up full of unwonted joy, and immediately all his body began to shake with a violent tremour; and putting his hand to his bosom, he felt by the side of his heart, a swelling about as big as a man's fist, but neither then nor afterwards was it attended with the slightest pain or wound." The cause of this swelling was discovered by the doctors who examined his body after death. The saint's heart had been dilated under the sudden impulse of love, and in order that it might have sufficient room to move, two ribs had been broken, and curved in the form of an arch. From the time of the miracle till his death, his heart would palpitate violently whenever he performed any spiritual action.
During his last years as a layman, Philip's apostolate spread rapidly. In 1548, together with his confessor, Persiano Rosa, he founded the Confraternity of the Most Holy Trinity for looking after pilgrims and convalescents. Its members met for Communion, prayer, and other spiritual exercises in the church of S. Salvatore, and the saint himself introduced exposition of the Blessed Sacrament once a month. At these devotions Philip preached, though still a layman, and we learn that on one occasion alone he converted no less than thirty dissolute youths. In 1550 a doubt occurred to him as to whether he should not discontinue his active work and retire into absolute solitude. His perplexity was set at rest by a vision of St. John the Baptist, and by another vision of two souls in glory, one of whom was eating a roll of bread, signifying God's will that he should live in Rome for the good of souls as though he were in a desert, abstaining as far as possible from the use of meat.
In 1551, however, he received a true vocation from God. At the bidding of his confessor — nothing short of this would overcome his humility — he entered the priesthood, and went to live at S. Girolamo, where a staff of chaplains was supported by the Confraternity of Charity. Each priest had two rooms assigned to him, in which he lived, slept, and ate, under no rule save that of living in charity with his brethren. Among Philip's new companions, besides Persiano Rosa, was Buonsignore Cacciaguerra (see "A Precursor of St. Philip" by Lady Annabel Kerr, London), a remarkable penitent, who was at that time carrying on a vigorous propaganda in favour of frequent Communion. Philip, who as a layman had been quietly encouraging the frequent reception of the sacraments, expended the whole of his priestly energy in promoting the same cause; but unlike his precursor, he recommended the young especially to confess more often than they communicated. The church of S. Girolamo was much frequented even before the coming of Philip, and his confessional there soon became the centre of a mighty apostolate. He stayed in church, hearing confessions or ready to hear them, from daybreak till nearly midday, and not content with this, he usually confessed some forty persons in his room before dawn. Thus he laboured untiringly throughout his long priesthood. As a physician of souls he received marvellous gifts from God. He would sometimes tell a penitent his most secret sins without his confessing them; and once he converted a young nobleman by showing him a vision of hell. Shortly before noon he would leave his confessional to say Mass. His devotion to the Blessed Sacrament, like the miracle of his heart, is one of those manifestations of sanctity which are peculiarly his own. So great was the fervour of his charity, that, instead of recollecting himself before Mass, he had to use deliberate means of distraction in order to attend to the external rite. During the last five years of his life he had permission to celebrate privately in a little chapel close to his room. At the "Agnus Dei" the server went out, locked the doors, and hung up a notice: "Silence, the Father is saying Mass". When he returned in two hours or more, the saint was so absorbed in God that he seemed to be at the point of death.
Philip devoted his afternoons to men and boys, inviting them to informal meetings in his room, taking them to visit churches, interesting himself in their amusements, hallowing with his sweet influence every department of their lives. At one time he had a longing desire to follow the example of St. Francis Xavier, and go to India. With this end in view, he hastened the ordination of some of his companions. But in 1557 he sought the counsel of a Cistercian at Tre Fontane; and as on a former occasion he had been told to make Rome his desert, so now the monk communicated to him a revelation he had had from St. John the Evangelist, that Rome was to be his India. Philip at once abandoned the idea of going abroad, and in the following year the informal meetings in his room developed into regular spiritual exercises in an oratory, which he built over the church. At these exercises laymen preached and the excellence of the discourses, the high quality of the music, and the charm of Philip's personality attracted not only the humble and lowly, but men of the highest rank and distinction in Church and State. Of these, in 1590, Cardinal Nicolo Sfondrato, became Pope Gregory XIV, and the extreme reluctance of the saint alone prevented the pontiff from forcing him to accept the cardinalate. In 1559, Philip began to organize regular visits to the Seven Churches, in company with crowds of men, priests and religious, and laymen of every rank and condition. These visits were the occasion of a short but sharp persecution on the part of a certain malicious faction, who denounced him as "a setter-up of new sects". The cardinal vicar himself summoned him, and without listening to his defence, rebuked him in the harshest terms. For a fortnight the saint was suspended from hearing confessions; but at the end of that time he made his defence, and cleared himself before the ecclesiastical authorities. In 1562, the Florentines in Rome begged him to accept the office of rector of their church, S. Giovanni dei Fiorentini, but he was reluctant to leave S. Girolamo. At length the matter was brought before Pius IV, and a compromise was arrived at (1564). While remaining himself at S. Girolamo, Philip became rector of S. Giovanni, and sent five priests, one of whom was Baronius, to represent him there. They lived in community under Philip as their superior, taking their meals together, and regularly attending the exercises at S. Girolamo. In 1574, however, the exercises began to be held in an oratory at S. Giovanni. Meanwhile the community was increasing in size, and in 1575 it was formally recognised by Gregory XIII as the Congregation of the Oratory, and given the church of S. Maria in Vallicella. The fathers came to live there in 1577, in which year they opened the Chiesa Nuova, built on the site of the old S. Maria, and transferred the exercises to a new oratory. Philip himself remained at S. Girolamo till 1583, and it was only in obedience to Gregory XIII that he then left his old home and came to live at the Vallicella.
The last years of his life were marked by alternate sickness and recovery. In 1593, he showed the true greatness of one who knows the limits of his own endurance, and resigned the office of superior which had been conferred on him for life. In 1594, when he was in an agony of pain, the Blessed Virgin appeared to him, and cured him. At the end of March, 1595, he had a severe attack of fever, which lasted throughout April; but in answer to his special prayer God gave him strength to say Mass on 1 May in honour of SS. Philip and James. On the following 12 May he was seized with a violent haemorrhage, and Cardinal Baronius, who had succeeded him as superior, gave him Extreme Unction. After that he seemed to revive a little and his friend Cardinal Frederick Borromeo brought him the Viaticum, which he received with loud protestations of his own unworthiness. On the next day he was perfectly well, and till the actual day of his death went about his usual duties, even reciting the Divine Office, from which he was dispensed. But on 15 May he predicted that he had only ten more days to live. On 25 May, the feast of Corpus Christi, he went to say Mass in his little chapel, two hours earlier than usual. "At the beginning of his Mass", writes Bacci, "he remained for some time looking fixedly at the hill of S. Onofrio, which was visible from the chapel, just as if he saw some great vision. On coming to the Gloria in Excelsis he began to sing, which was an unusual thing for him, and sang the whole of it with the greatest joy and devotion, and all the rest of the Mass he said with extraordinary exultation, and as if singing." He was in perfect health for the rest of that day, and made his usual night prayer; but when in bed, he predicted the hour of the night at which he would die. About an hour after midnight Father Antonio Gallonio, who slept under him, heard him walking up and down, and went to his room. He found him lying on the bed, suffering from another hemorrhage. "Antonio, I am going", he said; Gallonio thereupon fetched the medical men and the fathers of the congregation. Cardinal Baronius made the commendation of his soul, and asked him to give the fathers his final blessing. The saint raised his hand slightly, and looked up to heaven. Then inclining his head towards the fathers, he breathed his last. Philip was beatified by Paul V in 1615, and canonized by Gregory XV in 1622.
It is perhaps by the method of contrast that the distinctive characteristics of St. Philip and his work are brought home to us most forcibly. We hail him as the patient reformer, who leaves outward things alone and works from within, depending rather on the hidden might of sacrament and prayer than on drastic policies of external improvement; the director of souls who attaches more value to mortification of the reason than to bodily austerities, protests that men may become saints in the world no less than in the cloister, dwells on the importance of serving God in a cheerful spirit, and gives a quaintly humorous turn to the maxims of ascetical theology; the silent watcher of the times, who takes no active part in ecclesiastical controversies and is yet a motive force in their development, now encouraging the use of ecclesiastical history as a bulwark against Protestantism, now insisting on the absolution of a monarch, whom other counsellors would fain exclude from the sacraments, now praying that God may avert a threatened condemnation and receiving a miraculous assurance that his prayer is heard; the founder of a Congregation, which relies more on personal influence than on disciplinary organization, and prefers the spontaneous practice of counsels of perfection to their enforcement by means of vows; above all, the saint of God, who is so irresistibly attractive, so eminently lovable in himself, as to win the title of the "Amabile santo".
Oratio Cardinalis Baronii ad Sanctum Philippum Nerium
Respice de coelo Sancte Pater ex illius montis celsitudine in hujus vallis humilitatem, ex illo quietis et tranquillitatis portu in calamitosum hoc mare, et vide illis benignissimis oculis quibus hujus saeculi discussa caligine clarius omnia intueris et perspicis, et visita custos diligentissime, vineam istam quam posuit et plantavit dextera tua tanto labore, sudore, periculis. Ad te itaque confugimus, a te opem petimus; tibi nos penitus totosque tradimus; te nobis patronum et defensorem adoptamus: suscipe causam salutis nostrae; tuere clientes tuos. Te ducem omnes appellamus; rege contra daemonis impetum pugnantem exercitum. Ad te, pientissime rector, vitae nostrae deferimus gubernacula. Rege naviculam hanc tuam, et, in alto collocatus, averte omnes cupiditatum scopulos, ut te duce et directore incolumes ad illum aeternae felicitatis portum pervenire possimus. Amen.
Ter Pater, Ave et Gloria Patri cum invocatione:
Sancte Philippe Nerii, ora pro nobis.
Litaniae Sancti Philippi Nerii
Kyrie eleison.
Christe eleison.
Kyrie eleison.
Christe, audi nos.
Chiste, exaudi nos.
Pater de coelis Deus, miserere nobis.
Fili, Redemptor mundi, Deus, miserere nobis.
Spiritus Sancte, Deus, miserere nobis.
Sancta Trinitas, unus Deus, miserere nobis.
Sancta Maria, ora pro nobis.
Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis.
Sancta Virgo virginum, ora pro nobis.
Sancte Philippe, ora pro nobis.
Vas Spiritus Sancti, ora pro nobis.
Apostolus Romae, ora pro nobis.
Consiliarius Pontificis, ora pro nobis.
Vox fatidica, ora pro nobis.
Vir prisci temporis, ora pro nobis.
Sanctus amabilis, ora pro nobis.
Heros umbratilis, ora pro nobis.
Pater suavissimus, ora pro nobis.
Flos puritatis, ora pro nobis.
Martyr charitatis, ora pro nobis.
Cor flammigerum, ora pro nobis.
Discretor spirituum, ora pro nobis.
Gemma sacerdotum, ora pro nobis.
Vitae divinae speculum, ora pro nobis.
Specimen humilitatis, ora pro nobis.
Exemplar simplicitatis, ora pro nobis.
Lux sanctae laetitiae, ora pro nobis.
Imago pueritiae, ora pro nobis.
Forma senectutis, ora pro nobis.
Rector animarum, ora pro nobis.
Piscator fluctuantium, ora pro nobis.
Manuductor pupillorum, ora pro nobis.
Hospes Angelorum, ora pro nobis.
Qui castitatem adolescens coluisti, ora pro nobis.
Qui Romam divinitus petiisti, ora pro nobis.
Qui multos annos in catacumbis delituisti, ora pro nobis.
Qui ipsum Spiritum in cor recepisti, ora pro nobis.
Qui mirabiles ecstases sustinuisti, ora pro nobis.
Qui parvulis amanter serviisti, ora pro nobis.
Qui peregrinantium pedes lavasti, ora pro nobis.
Qui martyrium ardentissime sitiisti, ora pro nobis.
Qui Verbum Dei quotidianum distribuisti, ora pro nobis.
Qui tot corda ad Deum allexisti, ora pro nobis.
Qui sermones dulces cum Maria contulisti, ora pro nobis.
Qui emortuum ab inferis reduxisti, ora pro nobis.
Qui domos tuas in omni regione constituisti, ora pro nobis.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis, Domine.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, exaudi nos, Domine.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.
V. Ora pro nobis, Sancte Philippe.
R. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.
Oremus. Deus, qui Beatum Philippum Confessorem tuum Sanctorum tuorum gloria sublimasti; concede propitius, ut cujus commemoratione laetamur, ejus virtutum proficiamus exemplo. Per Christum Dominum nostrum. R. Amen.
Illo nos igne Spiritus Sanctus inflammet (+) quo Sancti Philippi cor mirabiliter penetravit.
Oración del cardenal Baronio a San Felipe Neri Observa desde el cielo, oh Santo Padre, desde la excelsitud de ese monte a la bajeza de este valle, desde ese puerto de descanso y de tranquilidad a este mar tormentoso, y mira con aquellos ojos tuyos benignísimos con los cuales, disipadas las tinieblas de este mundo, todo, lo contemplas y lo penetras; visita, oh guardián diligentísimo, esta viña que plantó tu diestra a costa de tantos trabajos, sudores y peligros. A ti, pues, acudimos; a ti llamamos en nuestro auxilio; a ti nos entregamos todos y por entero; te adoptamos por patrón y defensor nuestro. Encárgate de la causa de nuestra salvación y ampáranos a tus protegidos. A ti te nombramos nuestro guía; dirige un ejército combativo contra el ímpetu de los demonios. A ti, oh piadosísimo capitán nuestro, dejamos el timón de nuestras vidas. Conduce esta navecilla tuya y, desde el puente de mando haz que evitemos los escollos de las pasiones desordenadas para que podamos llegar, gracias a ti, nuestro guía y caudillo, al puerto de la bienaventuranza eterna. Así sea.
Tres Padrenuestros, Avemarías y Gloriapatris con la invocación:
San Felipe Neri, ruega por nosotros
Letanías de San Felipe Neri
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
Receptáculo del Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Apóstol de Roma, ruega por nosotros.
Consejero del Papa, ruega por nosotros.
Voz profética, ruega por nosotros.
Varón de los tiempos primigenios, ruega por nosotros.
Santo amable, ruega por nosotros.
Héroe discreto, ruega por nosotros.
Padre suavísimo, ruega por nosotros.
Flor de pureza, ruega por nosotros.
Mártir de la caridad, ruega por nosotros.
Corazón llameante, ruega por nosotros.
Discernidor de espíritus, ruega por nosotros.
Joya de sacerdotes, ruega por nosotros.
Espejo de vida divina, ruega por nosotros.
Modelo de humildad, ruega por nosotros.
Ejemplo de sencillez, ruega por nosotros.
Luz de la santa alegría, ruega por nosotros.
Imagen de la niñez, ruega por nosotros.
Ideal de la vejez, ruega por nosotros.
Director de las almas, ruega por nosotros.
Pescador de los vacilantes, ruega por nosotros.
Guía de los jóvenes, ruega por nosotros.
Anfitrión de los Ángeles, ora pro nobis.
Tú, que cultivaste la castidad desde la adolescencia, ruega por nosotros.
Tú, que a Roma fuiste por voluntad divina, ruega por nosotros.
Tú, que te amparabas a la sombra de las catacumbas, ruega por nosotros.
Tú, que recibiste en el corazón al mismo Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Tú, que experimentaste admirables éxtasis, ruega por nosotros.
Tú, que serviste con amor a los humildes, ruega por nosotros.
Tú, que lavaste los pies a los peregrinos, ruega por nosotros.
Tú, que ansiaste ardientemente el martirio, ruega por nosotros.
Tú, que dispensaste la Palabra diaria de Dios, ruega por nosotros.
Tú, que tantos corazones atrajiste a Dios, ruega por nosotros.
Tú, que mantuviste dulces coloquios con María, ruega por nosotros.
Tú, que a un muerto salvaste de la condenación, ruega por nosotros.
Tú, que has establecido tus casas en el mundo entero, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
V. Ruega por nosotros, San Felipe Neri.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oremos. Oh Dios, que sublimaste a tu confesor San Felipe con la gloria de tus santos, concédenos propicio que los que nos alegramos en su conmemoración nos aprovechemos del ejemplo de sus virtudes. Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.
Que el Espíritu Santo nos inflame con el fuego
(+) que penetró admirablemente en el corazón de San Felipe.
Prayer to St. Philip Neri by Cardinal Baronius Look down from heaven, Holy Father, from the loftiness of that mountain to the lowliness of this valley; from that harbour of quietness and tranquillity to this calamitous sea. And now that the darkness of this world hinders no more those benignant eyes of thine from looking clearly into all things, look down and visit, O most diligent keeper, this vineyard which thy right hand planted with so much labour, anxiety and peril. To thee then we fly; from thee we seek for aid; to thee we give our whole selves unreservedly. Thee we adopt as our patron and defender; undertake the cause of our salvation, protect thy clients. To thee we appeal as our leader; rule thine army fighting against the assaults of the devil. To thee, kindest of pilots, we give up the rudder of our lives; steer this little ship of thine, and, placed as thou art on high, keep us off all the rocks of evil desires, that with thee for our pilot and guide, we may safely come to the port of eternal bliss. Amen.
Three times Pater, Ave and Gloria Patri with the invocation:
Saint Philip Neri, pray for us.
Litany of St. Philip Neri
Lord, have mercy. Lord, have mercy.
Christ, have mercy. Christ, have mercy.
Lord, have mercy. Lord, have mercy.
Christ, hear us.
Christ, graciously hear us.
God the Father of Heaven, Have mercy on us.
God the Son, Redeemer of the world, Have mercy on us.
God the Holy Spirit, Have mercy on us.
Holy Trinity, One God, Have mercy on us.
Holy Mary, pray for us.
Holy Mother of God, pray for us.
Holy Virgin of Virgins, pray for us.
Saint Philip, pray for us.
Vessel of the Holy Spirit, pray for us.
Child of Mary, pray for us.
Apostle of Rome, pray for us.
Counselor of Popes, pray for us.
Voice of Prophecy, pray for us.
Man of Primitive Times, pray for us.
Winning Saint, pray for us.
Hidden Hero, pray for us.
Sweetest of Fathers, pray for us.
Martyr of Charity, pray for us.
Heart of Fire, pray for us.
Discerner of Spirits, pray for us.
Choicest of Priests, pray for us.
Mirror of the Divine Life, pray for us.
Pattern of humility, pray for us.
Example of Simplicity, pray for us.
Light of Holy Joy, pray for us.
Image of Childhood, pray for us.
Picture of Old Age, pray for us.
Director of Souls, pray for us.
Gentle Guide of Youth, pray for us.
Patron of thine Own, pray for us.
Thou who observed chastity in thy youth, pray for us.
Who sought Rome by Divine guidance, pray for us.
Who hid so long in the catacombs, pray for us.
Who received the Holy Spirit into thy heart, pray for us.
Who experienced such wonderful ecstasies, pray for us.
Who so lovingly served the little ones, pray for us.
Who washed the feet of pilgrims, pray for us.
Who ardently thirsted after martyrdom, pray for us.
Who distributed the daily word of God, pray for us.
Who turned so many hearts to God, pray for us.
Who conversed so sweetly with Mary, pray for us.
Who raised the dead, pray for us.
Who set up thy houses in all lands, pray for us.
Lamb of God, Who takest away the sins of the world, Spare us, O Lord.
Lamb of God, Who takest away the sins of the world, Graciously hear us, O Lord.
Lamb of God, Who takest away the sins of the world, Have mercy on us.
V. Remember thy congregation.
R. Which thou hast possessed from the beginning.
Let Us Pray. O God, Who hast exalted blessed Philip, Thy confessor, in the glory of Thy Saints, grant that, as we rejoice in his commemoration, so may we profit by the example of his virtues, through Christ Our Lord. R. Amen.
May the Holy Ghost burn us with the fire (+) that admirably penetrated Saint Philip’s heart.
Oración del beato cardenal John Henry Newman a
San Felipe Neri para pedir los siete dondes del Espíritu Santo
¡Oh amantísimo protector mío, San Felipe! Te ruego vivamente que me hagas tener, mediante el seguimiento de tu ejemplo, una verdadera devoción al Espíritu Santo. Como Él en Pentecostés llenó tu corazón con su gracia, así también me conceda las gracias necesarias para mi salvación.
Por eso te ruego hagas que yo obtenga sus siete dones, para que mi corazón sea expedito y ardiente en la fe y en la virtud.
Haz que consiga:
el don de Sabiduría, para que pueda preferir el cielo a la tierra y distinguir lo verdadero de lo falso;
el don de Entendimiento, para que queden impresos en mi espíritu los misterios del Verbo Divino;
el don de Consejo, para que pueda ver mi camino en medio de las tinieblas;
el don de Fortaleza, para que sea firme e inflexible en la lucha contra el mal;
el don de Ciencia, para que toda cosa que haga sea con intención pura y para gloria de Dios;
el don de Piedad, para que sea devoto y de conciencia delicada, y
el don de Temor de Dios, para que en medio de todas las bendiciones espirituales conserve sumisión, respeto y sumisión.
¡Oh dulce Padre, flor de pureza, mártir de la caridad: ruega por mí!