EL SEÑOR DE LOS MILAGROS
Historia y reflexión
El mes de octubre se tiñe en el Perú, pero especialmente en Lima, de morado, el color de las religiosas nazarenas que, bajo la regla del Carmen descalzo, custodian la sagrada imagen del Santo Cristo de Pachacamilla, más conocido como el Señor de los Milagros, el divino patrón de la Ciudad de los Reyes y protector de toda la nación de la que es la capital telúrica, depositada entre el Pacífico insondable y los colosales Andes. El mes morado es con razón llamado “la cuaresma peruana”, pues todo él está dedicado a considerar el misterio de nuestra Redención en Jesús Crucificado y Su Pasión salvífica. Es por ello por lo que, por especial privilegio de la Santa Sede, la ley del ayuno cuaresmal, común a todos los católicos, obligaba a los peruanos los viernes de octubre en lugar de los anteriores a la Pascua Florida. La procesión que acompaña al Señor de los Milagros y que es la manifestación religiosa periódica más grande del mundo, constituye un plebiscito de catolicidad. Marchan en ella fieles de todo el rico caleidoscopio racial de un país mestizo, en el que la diversidad es una riqueza; también acuden devotos de todas las clases sociales y de todas las condiciones, porque ante la imagen pintada por un esclavo negro no cabe la acepción de personas; hasta el poder político hinca su rodilla reverente al paso del Cristo Morado, Rey indiscutible del Perú.
Esta devoción que los peruanos llevan consigo allí donde van, extendiéndola en las latitudes más insospechadas como signo inequívoco de su identidad, nació del modo más humilde, en uno de los barracones donde transcurrían su existencia los esclavos negros llamados angolas (por ser su origen de la colonia portuguesa de Angola) en el barrio limeño de Pachacamilla, donde había florecido la antigua y señorial civilización de Pachacamac antes de la llegada de los españoles. Había allí una cofradía fundada por aquellos hombres a mediados del siglo XVII. Uno de ellos, a quien se le daban bien los pinceles, pintó al temple sobre una de las cuatro paredes sin cimentar, que constituían su lugar de reunión, un Cristo en la Cruz para satisfacer la devoción de sus hermanos. Su culto, en medio de una ciudad tan devota y santurrona como riente y pecadora, hubiera pasado desapercibido de no haber sido por uno de esos periódicos terremotos que los limeños ven como advertencias del cielo llamándolos a la penitencia.
Eran las 2:45 de la tarde del 13 de noviembre de 1655 cuando un terrible movimiento sísmico estremeció Lima y el puerto del Callao, derribando la mayor parte de las edificaciones y causando miles de muertos. Las barracas de los angolas se vinieron abajo, aunque milagrosamente no pereció ninguno de ellos. Entre los escombros se alzaba indemne la pared donde estaba pintado el Cristo de Pachacamilla, aunque nadie reparó en ello hasta quince años después, cuando Antonio León, vecino de la parroquia de San Sebastián, descubrió la imagen y comenzó a venerarla, construyendo una ermita para cobijarla. A ella comenzaron a acudir los devotos, sobre todo al conocerse que León había sido milagrosamente curado de un tumor maligno que le producía terribles jaquecas. La afluencia de fieles fue tal que, con pretexto de la devoción, comenzaron a producirse ciertos desórdenes y a mezclarse con los actos de piedad otros que nada tenían que ver con la religión. La autoridad civil, de acuerdo con la eclesiástica, decidió entonces acabar con el culto y mandó borrar la imagen.
Entre el 6 y el 13 de septiembre de 1671, una comitiva oficial, acompañada de un destacamento de soldados, se presentó ante la ermita para cumplir la orden. Varias veces se intentó destruir la pintura y otras tantas los ejecutores fracasaron, sintiéndose paralizados cuando se encontraban cara a cara con el trasunto del Crucificado. La gente comenzó a elevar sus protestas, que llegaron a oídos del conde de Lemos, virrey del Perú. Éste, que era hombre muy religioso, revocó la orden viendo en lo acontecido una clara señal de Dios. Al día siguiente, 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Cruz, se celebró la primera misa ante el que ya comenzaba a ser llamado Señor de los Milagros o de las Maravillas. Hubo gran concurso de gentes, llegadas de todas las partes de la ciudad. Desde entonces la devoción no hizo sino incrementarse. Con la anuencia del Virrey fue nombrado primer mayordomo de la llamada “Ermita del Santo Cristo de los Milagros” don Juan de Quevedo y Zárate. El lugar quedaba así bajo la protección de las leyes civiles y canónicas. El conde de Lemos hizo cimentar la pared y colocar un altar bajo ella, así como construir la que se llamó la Capilla del Santo Cristo de la Pared.
Pero el 20 de octubre de 1687, a las 4:45 de la madrugada, un nuevo terremoto azotó Lima y el Callao, arrasando casi por completo la ciudad y su puerto. Toda la magnificencia arquitectónica de la gran metrópoli del Imperio español de Ultramar desapareció en pocos minutos. A las 6:30, una réplica tan intensa como el sismo original acabó por derribar lo que había sobrevivido a éste. La ermita del Santo Cristo y su capilla se vinieron abajo, pero la pared con la imagen volvió a salvarse de la ruina, quedando inexplicablemente en pie. El mayordomo de entonces, don Sebastián de Antuñano, hizo reconstruir de su peculio la ermita y encargó una copia en tela y al óleo del Cristo de Pachacamilla para sacarla en procesión los días 18 y 19 de octubre de cada año, en memoria del terrible terremoto, para pedir misericordia por Lima. Actualmente sigue saliendo en esos días el Señor de los Milagros, mientras sus devotos cantan estos versos que gritan los peruanos cada vez que tiembla la tierra:
tu justicia y tu rigor!
Por tu Santísima Madre,
¡misericordia, Señor!
Una nueva y tremenda prueba iba a experimentar la capital fundada por Pizarro. El 28 de octubre de 1746, a las 10:30 de la noche, la sacudió el más catastrófico terremoto de su historia, que fue acompañado de un espantoso maremoto que engulló el Callao y mató a la casi totalidad de sus 5.000 habitantes (sólo sobrevivieron 300). Por segunda vez en menos de sesenta años, Lima quedaba casi totalmente asolada. El horror causado por este fenómeno telúrico fue un preludio del que recorrería Europa con ocasión del terremoto de Lisboa, que habría de tener lugar de allí en nueve años. Dato curioso fue que una estatua ecuestre del rey Felipe V, que se hallaba apostada en el Puente de Piedra sobre el Río Rímac, se vino abajo (la noticia de la muerte del Rey debía llegar a Lima). Pues bien, por tercera vez, la imagen del Santo Cristo de Pachacamilla quedó indemne en medio de la general destrucción. Se decidió entonces que cada año saldría también en procesión el 28 de octubre, en recuerdo del terremoto. Y hasta hoy es en ese día cuando se clausura el mes morado mediante el último paseo del Señor de los Milagros por su ciudad. El monasterio de las Nazarenas fue reedificado y se construyó la nueva y magnífica iglesia gracias al virrey catalán don Manuel de Amat y Junyent, de los marqueses de Castellbell, que puede ser considerado como su gran benefactor junto con don Sebastián de Antuñano.
Después de recorrer la historia del origen de esta gran devoción, conviene que consideremos lo que ella implica y a qué compromete a sus devotos: penitencia, sacrificio y sentido sobrenatural de las cosas. La vida no es cosa fácil, pero se hace llevadera cuando la vemos bajo la luz de Dios, que, a pesar de todo, siempre cuida providentemente a cuantos le aman. Hoy está de moda un racionalismo que se niega a leer en los fenómenos naturales y en los acontecimientos lo que Dios quiere decirnos a través de ellos. Pero quienes tienen una fe sencilla y sólida saben que nada ocurre porque sí y que Nuestro Señor se sirve hasta de las tragedias para aleccionarnos en orden a nuestra salvación. Lo hizo en los tiempos bíblicos y lo sigue haciendo hoy, cuando el engreído género humano se cree tan adelantado y se yergue con tanta autosuficiencia. Dios es el Señor de la Historia. La devoción del Señor de los Milagros, tan ligada a la historia telúrica de un pueblo, es un tesoro que nos enseña a todos a vivir en sintonía con ese Dios que no es el dios difuso y abstracto de los filósofos y los científicos, sino el que se hizo Hombre y subió a esa Cruz bendita desde la que reina sobre Lima y sobre todos los peruanos estén donde estén a través de su bendita imagen del Cristo Morado.
Novena al Señor de los Milagros
Por la señal (+) de la Santa Cruz, de nuestros (+) enemigos líbranos (+) Señor Dios nuestro. (+) En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío. Por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón el haberos ofendido. Propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas ocasiones de ofenderos, confesarme bien, y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén.
Oración Preparatoria
Me tengo por indigno, Señor y Dios mío, de presentarme ante vuestra Majestad por mi gran miseria y muchas culpas, pero ya me arrepiento de ellas y confiado en vuestra grande misericordia, acudo a Vos, Dios Todopoderoso y verdadero Señor de los Milagros, suplicando humildemente os dignéis hacer uso de vuestra omnipotencia, obrando milagros de misericordia en mi favor y en el de todos nosotros.
Aplacad Señor Misericordiosísimo vuestra justa indignación provocada por nuestros pecados, calmad las iras de la tierra, del mar, y de los elementos para que no seamos castigados con terremotos, tempestades, pestes, guerras, ni otras calamidades que de continuo nos amenazan, libradnos, Salvador nuestro amorosísimo, de todo mal y peligro en la vida y en la muerte, y obrad el mayor de vuestros milagros en favor nuestro, haciendo que os amemos y sirvamos de tal suerte en este mundo, que merezcamos veros y gozaros en el cielo, donde con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis Dios, Uno y Trino, en infinita gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Aplaca Señor tu ira,
Tu justicia y tu rigor,
por tu Santísima Madre,
¡Misericordia Señor!
Las Sahumadoras
Consideraciones para cada día de la novena
DIA PRIMERO
Consideración de la excelencia de esta devoción
DIA SEGUNDO
Consideración sobre la necesidad de acudir al Señor de los Milagros
DIA TERCERO
Consideración sobre los bienes que tenemos en el Señor de los Milagros
DIA CUARTO
Consideración sobre los consuelos que tenemos en el Señor de los Milagros
DIA QUINTO
Consideración sobre la confianza que debemos tener en el Señor de los Milagros
DIA SEXTO
Consideración sobre las virtudes que nos enseña El Señor de los Milagros
DIA SEPTIMO
Consideración sobre la pasión de Jesucristo Señor de los Milagros
DIA OCTAVO
Consideración sobre la Muerte de Jesucristo Señor de los Milagros
DIA NOVENO
Consideración sobre la Resurrección del Señor de los Milagros
Ante este Soberano Jesús comparecerán los que le blasfemaron y crucificaron, los impíos y sacrílegos de todas las edades que le insultaron, todos los desgraciados pecadores que le despreciaron… También comparecerán los buenos, los Apóstoles, los Mártires, Confesores, Vírgenes y con ellos Ilustres penitentes, cuantos supieron arrepentirse a tiempo de sus pecados, cuantos le sirvieron y amaron. Y volviéndose hacia los buenos dirá: "Venid benditos de mi Padre, venid a poseer el reino de gloria que os está preparado desde el principio del mundo, entrad en la gloria de vuestro Dios y Señor"… A los malos les dirá "Id, malditos de mi Padre, id al fuego eterno del infierno..!" E irán éstos al suplicio eterno y los justos a la eterna gloria. Así terminarán las cosas de este mundo en aquel grande día del juicio universal, en eso pararán todos los asuntos de la vida, tal será también nuestro destino, o gozar eternamente de Dios en el cielo, o padecer eternamente con los demonios en el infierno… Oh Dios mío! Cómo he podido olvidarme de semejante asunto… Haced con vuestra gracia Salvador mío adorabilísimo que siempre os ame y sirva en este mundo, para que llegue a gozar con Vos y con los bienaventurados la eterna gloria del Cielo. Amen.
Mar morado
Himno del Señor de los Milagros
tus fieles devotos, a implorar tu bendición. (bis)